Ficciones

Muerte en el Metro

El maletín se balancea agresivamente. Esquiva viandantes, que van al mismo sitio pero con distinto destino. Cabeza alta. Mirada al frente. Paso marcial. Zancada hacia delante. Brazo hacia atrás. Mujer a la izquierda. Señor en dirección contraria. Choque de frente con un hombre, que va al mismo sitio pero con distinto destino. El maletín gana en vaivén. Delante. Detrás. Delante. Detrás. Delante el coche que no mira. Detrás la moto que no para. El semáforo por suerte espera. Cruza pisando las vigas blancas. De un salto desembarca en la otra orilla. Reanuda la marcha. Un ejecutivo a toda prisa. Otra derrapa y de tal rapidez parece imposible que no se confunda de pierna. Con un gesto expeditivo consulta el reloj. Las 9 de la mañana. A esta hora la boca de metro no deja de masticar gente. Enfila las fauces y se precipita dientes abajo. Uno. Dos. Tres. Cinco. Siete. Empuja la puerta, saca el billete, pasa el torno y más escaleras. Dos. Cuatro. Seis. Ocho. Corre por el pasillo. En el otro extremo aparece más gente. Las mochilas con los niños a cuestas. Las corbatas que llegan tarde a la oficina. Las faldas, más de lo mismo. Quién va a salir antes de casa cuando puede pisar fuerte con los tacones. Las espuelas se clavan en el piso. Así la muchedumbre avanza. La marea de piernas crece. Izquierdas. Derechas. A cada cual más belicosa. Tambores de guerra. Aspavientos. Alguna mala mirada. Eso quien mira. Por un momento duda. No la muchedumbre, que avanza. Un pisotón en el zapato. El izquierdo, que es el bueno. Y pierde el equilibrio. Coscorrón en la cabeza. Pero la muchedumbre avanza. El tobillo. La rodilla. El estómago. El bazo. El pecho. El cuello. Cientos de pisotones. Tirado en el suelo. Muerto. Y la muchedumbre que avanza.

Foto: Dr Case

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