Noroeste

Plagas urbanas, la guerra invisible

Una mosca en un quirófano es una plaga. Esta condición se gana por la capacidad para afectar al bienestar de los humanos, y no por el número. Aunque a veces lo olvidemos, nuestras ciudades son el ecosistema de cientos de especies animales. Habitantes urbanos que, como nosotros, luchan por sobrevivir, conseguir alimento y reproducirse. La responsabilidad de establecer un equilibrio, sin embargo, es sólo nuestra.

Las Rozas es de los pocos municipios de Madrid que cuenta con su propio servicio de control de poblaciones de animales salvajes. Jabalíes, conejos, ratas, aves e insectos de todo tipo comparten territorio con los roceños. Javier Gavela, veterinario, dirige el servicio desde hace 21 años y, asegura, ha visto de todo. «Hasta un emú», un ave australiana que puede alcanzar los dos metros de altura y que parece un cruce entre pavo y avestruz.

La carretera de los conejos muertos

Conejo
Un conejo del retamal. Foto por Concejalía de Sanidad (Las Rozas)

Delante de mi ventana hay, por orden, un parque, una carretera y un campo de retamas que hasta hace unos años albergaba búnkeres de la guerra civil. Casi todos los vecinos pasean a sus perros por el parque, pero los que pueden permitírselo —por cuestión de tiempo— cruzan y lo hacen por el retamar. Ahí, a veces, hay persecuciones a alta velocidad, cuando un perro, un conejo y un desenlace fugaz sacuden un paisaje habitualmente estático.

El verano pasado la población de conejos del retamar creció como nunca. Javier Gavela lo notó en los tallos roídos de las plantas. «Es lo que menos les gusta. Si se lo comen es porque hay superpoblación», dice. Los vecinos nos dimos cuenta de una manera más triste. Pasamos de esquivar un conejo de vez en cuando a atropellar varios cada semana. La carretera se llenó de pequeños cadáveres y aprendimos a conducir más despacio. «Los conejos cruzaban al parque a comer y a beber», explica Gavela. Para que unos animales tan asustadizos se atrevan tanto deben estar sometidos a una gran presión ecológica.

Desde el ayuntamiento se plantean usar hurones —práctica habitualmente prohibida para la caza— para diezmarlos. Se colocan redes en la salida de las madrigueras y se introducen los ágiles depredadores para desahuciar a los conejos. Los que capturen y estén sanos se los darán a GREFA, una asociación que cura y reintroduce en su hábitat rapaces heridas. Servirán de alimento y para que sus aves aprendan a cazar. Los enfermos se sacrificarán para evitar epidemias.

Muerte lenta de una rata

Cebo para ratas
Cebo para ratas. Foto por Concejalía de Sanidad (Las Rozas)

Las ratas grises —supuestas responsables de mermar la población europea en el siglo XIV transmitiendo la peste bubónica—, ocupan buena parte del trabajo de control de plagas. Miden hasta 45 centímetros de hocico a cola —como un teclado de ordenador— y están más activas en las horas crepusculares. Aparte de ser vector de enfermedades —cosa que no ocurre a menudo—, se cree que provocan incendios de vez en cuando al roer cableados eléctricos, causando cortocircuitos. «Son sociales, jerárquicas y neofóbicas, tienen pavor a las novedades», explica Gavela. Antes de recurrir a una nueva fuente de alimento, una única rata de la manada hace la prueba; si pasados unos días aún está sana, ya comen las demás. La suya tiene que ser, por tanto, una muerte muy lenta.

Los venenos habituales para estos roedores son los anticoagulantes, que afectan a su capacidad de cortar las hemorragias. Como las bacterias que causan infecciones a los humanos desarrollan tolerancia a los antibióticos, la ratas se acostumbran a sus ponzoñas. Los anticoagulantes de primera generación ya no son tan eficaces y hay que actualizarlos. Se les suministran dentro de cebos que, además, sirven para evaluar —según la cantidad que coman— el tamaño de su población.

En justa reciprocidad, a las ratas tampoco les gusta cruzarse con personas. Eligen caminos pegados a las paredes —para marcarlas de su olor y sentirlas con los bigotes— que transitan cuando no hay nadie para mirar. «Poner una trampa en el centro de una habitación no sirve para nada», afirma el veterinario. A pesar de su fama, Gavela asegura que son muy limpias. «Es muy raro que vivan donde está su comida, prefieren ir y volver», sentencia.

Ver una rata a plena luz del día es un indicador de que su grupo puede estar sometido a un gran estrés fisiológico, probablemente porque hay más individuos que comida disponible. Si la situación es límite, estos roedores —como otros muchos animales— recurren hasta al canibalismo.

El pájaro traído del sur

Nido de cotorra gris argentina en un cedro
Nido de cotorra gris argentina en un cedro. Foto por Concejalía de Sanidad (Las Rozas)

Sobre el retamal de los conejos a veces sobrevuela, en formación cerrada y a toda velocidad, una bandada de pájaros verdes, de aspecto tropical y piar escandaloso. Son los nuevos macarras del barrio, y le roban la merienda al resto de pájaros. Gorriones, mirlos y urracas, oriundos del lugar, malviven desde la llegada —fue introducida por humanos— de la cotorra gris argentina. El lorito, de lomo verde, pecho gris e inteligencia superior, brea al resto de aves y desestabiliza cada ecosistema que habita. Tanto es así que en noviembre de 2011 se le incluyó dentro del Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, la lista negra de la biodiversidad.

Además del peligro que suponen para el resto de pájaros del entorno, la cotorrita verdigris —como se la conoce en su país de origen— también causa problemas a los humanos. Su arbol favorito es el cedro, y en la copa de éste suelen construir unos nidos enormes y de múltiples entradas. «Un vendaval», afirma Gavela, «puede tirarlos». «Una vez tuvimos que retirar un nido de más de 60 kilos de peso», cuenta, «que podía haberle caído a alguien encima». Hubo vecinos, dice resignado, que protestaron la actuación del servicio.

Su gran inteligencia, explica el veterinario, supone que haya que valorar muy bien si compensa quitar uno de sus nidos. A menudo, si se hace, se separan en varios grupos y se diseminan aún más. Tampoco es sencillo capturarlas, ni siquiera fotografiarlas. Humanos son los responsable de la plaga del lorito, y humanos los que intentan ponerle coto. Pasa a menudo.

Mascotas externas

Los actos de amor también pueden hacer daño. Dejar comida a un gato desamparado que no se deja coger, por noble que sea la intención, puede desatar un auténtico caos ecológico. Supone retirar a uno —o varios— depredadores de la competición por la supervivencia, lo que a su vez puede desencadenar —por ejemplo— un crecimiento exagerado de la población de roedores. Los animales domésticos lo son cuando tienen dueño, casa y cuidado. Los asalvajados también tienen su función en un ecosistema complejo, el de la fauna urbana, que es difícil de conocer incluso para los expertos.

Un proyecto en marcha para controlar las poblaciones salvajes, explica Gavela, es el establecimiento de «colonias sanitariamente controladas». El propósito es asegurar entornos estables con gatos sanos, salvajes, en equilibrio con su entorno. «Es muy difícil, porque sólo puede hacerse en algunos sitios», asegura. La experiencia piloto del municipio roceño ya está en marcha, afirma, en una residencia de ancianos.

Los gatos domésticos asalvajados, sin control veterinario, también son una plaga para sus congéneres. Algunos portan enfermedades víricas como la leucemia felina o la inmunodeficiencia felina. De tales pueden contagiar, no sólo a otros gatos, sino también a especies más delicadas como los linces ibéricos o los gatos monteses.

Muchos pocos pueden hacer mucho

Dice la leyenda que sólo las cucarachas sobrevivirían a una guerra nuclear total. No se puede saber con certeza, pero ilustra —probablemente con cierta exageración— lo insistentes y resistentes que son. En Las Rozas hay dos especies, la negra y la rubia. Se teme que llegue pronto la americana, hermana voladora y de mayor tamaño que las otras. A partir de la primavera se multiplican y exigen un control intensivo por parte de las autoridades. Como foco de infección que son, cualquier establecimiento de manipulación de alimentos —restaurantes, bares, escuelas— ha de garantizar que toma medidas contra ellas.

La lucha contra las cucarachas se hace a base de insecticidas. La tradicional aspersión de rodapiés y esquinas, explica Gavela, está siendo sustituida por unos geles más caros pero menos peligrosos, «sobre todo para uso en sitios sensibles como colegios», aclara.

En el municipio también hay focos de flebotomos, un mosquito que vive en zonas húmedas y de abundante materia orgánica. Sus hembras son el vector de la leishmaniasis —tanto para perros como para humanos—. La versión cutánea de la enfermedad, generalmente poco peligrosa, provoca úlceras indoloras en el lugar de la picadura. La visceral, sin embargo, inflama hígado y bazo, y puede ser mortal si no se trata a tiempo.

El equilibrio entre la fauna urbana y los humanos es delicado. Si se hace demasiado, se ponen en peligro ecosistemas completos; si se hace demasiado poco, no se puede garantizar ni la salud y la seguridad de las personas. De ese equilibrio dependemos unos y otros. Un millón de moscas en un retamal están bien. Una mosca en un quirófano, sin embargo, es una plaga.

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