Chamberí

La pequeña catedral del cine

José Gago junto a un proyector de 1950. Por C.Castellón

Humphrey Bogart se fuma un cigarrillo en la penumbra mientras Fred Astaire baila claqué sobre el respaldo de un inmenso sofá de cuero marrón. Tarzán escala por el pañuelo de Greta Garbo y un imponente Charles Chaplin con bigote y uniforme militar vigila la entrada del Pequeño Cine Estudio.

La sala de entrada está apenas iluminada con una tenue luz negra para que la brasa del pitillo de Rick Blaine sea lo único que destaque. Justo enfrente un proyector de 1950, aún con un rollo de película puesto, apunta hacia una máquina expendedora de Coca-cola y agua. Es lo único que se puede consumir en este cine. No se venden palomitas, ni nachos, ni nada que pueda distraer la atención de la pantalla.

La sala se inauguró en 1977 de la mano de José Gago, el fundador y actual director del Pequeño —apelativo cariñoso con el que se conoce al cine—. El primer celuloide que rodó por el proyector fue «La perla de la corona», que trata sobre la huelga de unos mineros en la Polonia de los años 20. El título de la película llevó a equívoco en una España de tiempos convulsos y la fachada del cine amaneció en más de una ocasión con pintadas antimonárquicas y petardos reventados. Con la segunda proyección «El acorazado Potemkin» el cine no corrió mejor suerte. Simpatizantes del otro extremo descargaron su furia contra las paredes exteriores.

Sentado en el sillón entre las sombras me espera Miguel, el antiguo operario del Pequeño Cine Estudio. Se enganchó al cine a los 16 y ni siquiera la jubilación le ha servido para desintoxicarse. Hace solo dos años que se jubiló pero sigue visitando la sala siempre que puede. «¿Eres Carmen? Pepe ha salido un momento, está a punto de llegar», me dice. Tiene una memoria prodigiosa y recuerda a la perfección cada fecha de su vida sin tener que forzar los recuerdos. «Empecé a trabajar en el Pequeño en el año 2000. Yo en ese momento me había desenganchado porque había dejado de trabajar en mayo. Pensé en tomarme un año sabático, pero no hubo manera, entré aquí el día 4 de diciembre y del tirón». Entre tanto José Gago entra en la estancia.

—Estaba aquí hablando con su exproyeccionista

—¡Con su amigo! — Apunta Miguel aún sentado en el sillón.

Hablamos de la muestra de proyectores antiguos que expone en el hall. Y hasta me conceden el privilegio de un pase privado para demostrarme que la máquina de los 50 aún funciona «como el primer día», sentencia Miguel. El sonido de los cruces de dientes de los rodillos es ensordecedor. Me explica que la bombilla de carbones en arco voltáico que da luz —y vida— a las películas, alcanzaba altísimas temperaturas y Gago, como Alfredo, el proyeccionista de «Cinema Paradiso», calentaba a veces su cena en la linterna del aparato.

Esta no es la primera vez que le comparan con el film de Giuseppe Tornatore. Y es que su vida guarda un cierto paralelismo con la del protagonista del largometraje. Gago, al igual que Salvatore Di Vita, se crió entre rollos de celuloide y filamentos de carbono. Desde los 8 años lleva vinculado a este negocio, cuando su familia fundó una sala de cine en su pueblo. Años más tarde, y tras pasar toda una vida trabajando por y para el séptimo arte, decidió montar su propio cine en la madrileña calle de Magallanes.

Altar cinéfilo

El Pequeño Cine Estudio nació con la intención de fomentar la proyección de largometrajes en versión original y el cine social y clásico. Miguel asegura que para los que ahora trabajan en la industria esta sala es un lugar mítico, tanto que hasta le pusieron el sobrenombre de «la catedral». Quizá sus paredes no luzcan retablos ni frescos, y ni siquiera se hayan oficiado bautizos o bodas en su interior, pero la gran pantalla fue testigo privilegiado de cómo una pareja de enamorados se pedía matrimonio. Él quiso alquilar las 124 butacas del aforo para proyectar una pequeña película en la que le declaraba su amor a su novia, pero Gago se la dejó gratis: «Me pareció una idea tan original que no le cobré nada». Dijo que sí.

La temática central del cine es la proyección de películas clásicas y tanto se ha especializado que Gago llegó a hacerse con los derechos de explotación de este tipo de filmes. «Nos vimos en la obligación de comprar cierto material y tuvimos que recurrir a mercados internacionales para completar la cartelera de la sala», aclara. El director del Pequeño lo tiene claro: «Apuesto por el cine en versión original y en blanco y negro, le da más sensación de realidad». Aunque el cine clásico no es lo único que proyecta, la sala también arriesga por cine alternativo que no tiene la oportunidad de ser visto en otras salas de corte más comercial.

Hall del Pequeño Cine Estudio. Por C.Castellón

La mítica «Casablanca» ha sido el celuloide que más veces ha pasado por el objetivo del Pequeño, además de ser la película favorita de Gago. «Para nosotros era una película que siempre nos salvaba de los baches económicos. La metías en cartelera y automáticamente salíamos de él», dice. Tanto fue así que el director presume de haber tenido los derechos de la película para España durante muchos años. Llegó a tener hasta tres copias que guardaba a buen recaudo, ya que cada rollo cuesta 6.000 euros. Sin embargo, se lamenta de que la piratería y los DVDs que se regalan con los periódicos están acabando con «ese nicho de mercado».

Aunque el Pequeño se dedique a la explotación de los clásicos, viaja a la vanguardia de la tecnología. Fueron los pioneros en la digitalización del espacio y fueron los primeros en emitir una proyección digital a través de satélite. «Un día uno de enero de 2002 en la sala Luchana», apunta Miguel.

La película que se proyecta a nuestro lado se acaba y los espectadores abren la puerta dejando escapar los sonidos de la canción final de «Aquello que amamos», una de las películas que se proyectan actualmente en la sala. Comparte cartel con «Catalunya über alles», «Ibiza occidente», «Escuchando al Juez Garzón» y «Carl Gustav Jung», que lleva 4 años en cartel.

El Pequeño Cine Estudio ha sido y es un referente en las salas de proyecciones de toda España y ante la homogeneidad de las actuales salas de cine «siempre nos quedará el Pequeño».

Cartelera

— Carl Gustav Jung

— Catalunya über alles

— Aquello que amamos

— Ibiza occidente

— Escuchando al juez Garzón

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