Noroeste

Cómo vivir gratis en un piso de lujo

La urbanización «okupa» de Majadahonda
La urbanización «okupa» de Majadahonda. Por B. Robert

Veintiséis apartamentos de lujo, construidos al calor de la borrachera inmobiliaria, dan cobijo a unos inquilinos que no pagan ni alquiler, ni hipoteca, ni impuesto municipal. Son las «casas okupadas» de Majadahonda. Nunca se concedió la licencia ni, por tanto, se pusieron a la venta. Dicen que en el momento álgido de la burbuja los más caros podrían haber costado 600.000€. Después de unos años habitadas por toxicómanos, la actual comunidad fue conquistando —«pacíficamente», explican— los dos bloques de la urbanización de la Calle Neptuno, números 6 y 8. No tienen ni electricidad ni agua, pero viven tranquilos.

Ibrahim, de 22 años, asegura que fue uno de los primeros «propietarios» de los apartamentos. «Estuve dos años en uno de los áticos y luego me fui a otras casas que hay en Las Rozas, que tienen luz y agua». Es de origen marroquí. «Aunque he vivido toda la vida aquí, yo me siento español», explica. Afirma que, tras una pelea con su padre, se fue de casa con 16 años y ya no volvió. Desde entonces se ha alojado en casas «okupadas». De vuelta a Majadahonda, comparte uno de los pisos con cuatro amigos más. Jason es el «dueño» de la casa común. La policía municipal hizo un censo para saber a quién pedir responsabilidades en caso de problemas; le apuntaron a él.

«Soy hijo de colombiana y japonés», dice Jason, «aunque a mi padre no lo he visto en mi vida». Ahora reside en una academia militar en Badajoz, donde se prepara para las pruebas de acceso al Ejército. «Para que te acepten no puedes tener antecedentes penales; pero policiales, sí», cuenta entre risas. Ha pedido una semana de permiso para volver a limpiar el piso que, asegura, ha destrozado su exnovia. La puerta del apartamento está rota —«por ella», afirma— y hay al menos dos ventanales sin rotos y remendados. Ibrahim —«Moro», le llaman sus compañeros— quiere pintar las paredes y reformar la casa «un poco». Defiende su estilo de vida y no descarta cambiar de hogar pronto.

La «okupación» le parece una «cuestión de justicia». «No puede haber a la vez gente en la calle y casas vacías», exclama. «Me da igual lo que hagan los demás, yo cojo casas por ahí y meto pobres», sentencia socarrón. Es callejero y manitas. Fue el que encontró una bolsa con llaves de todas las casas de uno de los bloques. Las repartió entre gente que no podía permitirse pagar un alquiler. Un planteamiento que comparten otros vecinos.

Eduardo, de 22, estudia informática y vive en uno de los pisos de la urbanización «okupa» con su hermano pequeño, de 18. Llegó hace dos años. El antiguo «inquilino» —«un amigo», aclara— había encontrado un trabajo y se mudaba a una casa con luz y agua. Eduardo asegura que hará lo mismo cuando consiga un trabajo. «Cedérselo a alguien que lo necesite más». Parco y tímido, explica cómo los vecinos de esta comunidad colaboran unos con otros en las tareas comunes. «Por ejemplo, cada vivienda pone 25€ con los que se paga a alguien para que limpie las zonas de todos». También, asegura, se ayudan con algunas tareas, como la de traer agua.

«Hago un viaje a por agua potable una vez a la semana», explica Willy. «Cada vez relleno entre 10 y 15 bidones», afirma acompañando la frase con gesto de esfuerzo. «Son de 25 litros», aclara. Los llena en casa de un amigo que vive en Pozuelo. Calcula que tarda más de una hora en subir todos. Vierten el agua en un depósito grande con el que alimentan el baño. Para la electricidad, cada vivienda tiene instalado en el sótano un generador. Son independientes porque cada vecino hace un uso muy diferente. Eduardo calcula que en su casa gastan unos 30€ al mes. La cuenta de gasolina sube a 300€ en casa de Ibrahim y Jason.

Entre todos echaron a los yonquis a base de insistir, dice Eduardo. «Antes había por aquí gente muy mala», cuenta. «La gente no se fiaba ni de aparcar en la acera de enfrente. Había hasta tráfico» (de drogas). Asegura que, en general, ninguno de los vecinos de la comunidad causa problemas, y que los habitantes de las urbanizaciones colindantes están contentos con su llegada. «Aunque también se escuchan comentarios quejándose porque no pagamos», confiesa. «No pagamos porque no podemos. Está la situación muy mal», añade.

Nadie les echa, cuenta Eduardo, porque el dueño está desaparecido y no se puede iniciar un proceso de desahucio sin denuncia. «Algo de angustia siempre tenemos. Por si un día vienen a echarnos», explica. De momento, las 26 viviendas están ocupadas —«okupadas»— y, si nada cambia, así seguirán.

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