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En los mejores cines

Le voyage dans la lune (Georges Méliès, 1902)

Desde que George Méliès clavara un cohete en el ojo derecho de la Luna, el Séptimo Arte no ha dejado de fascinar al ser humano. En el Hollywood de los años 50, ese en que el cine fue más fábrica de sueños que nunca, surgió «el animal más bello del mundo». Así bautizaron sus fanáticos a Ava Gardner, uno de esos mitos que todavía hoy recorren nuestro imaginario cinematográfico, cuya exuberante y fotogénica belleza conquistaba corazones tanto dentro como fuera de la pantalla.

En 1963, Ava rodaba en Madrid el film 55 días en Pekín, dirigido por Nicholas Ray y producido por Samuel Bronston. Aquel rodaje fue la primera ocasión en que un joven de 15 años, hijo del abogado de Bronston, vio a la actriz en persona. Y desde ese instante quedó prendado de la magia del cine… y de la magia de Ava.

Manuel Calvín tiene 63 años. Y toda una vida a sus espaldas dedicada al mundo del cine. Su vida es una sucesión de anécdotas de sus venturas y desventuras con los más grandes del celuloide. Ahora pasa las horas en su pequeña catedral del cine, el Beverly Hills Museo de Cine y DVD Club, como él mismo ha llamado a su negocio, donde numerosos estantes recogen cada uno de esos recuerdos como pequeños tesoros de los que por nada del mundo querría desprenderse.

Ava Gardner en «The Killers» (1946)

«No fui un buen estudiante, y mi padre no quería mantener vagos en casa», asegura Calvín. Así que, con 19 años, comenzó a trabajar en algunos de los hoteles más lujosos de Madrid, donde se hospedaban las más grandes estrellas de cine de la época. Sus noches de trabajo en el Castellana Hilton le permitieron fumar un pitillo con Ava Gardner cuando ésta regresaba de sus salidas nocturnas, según cuenta, con cierta nostalgia y orgullo. «A Ava la recordaré siempre fumando y bebiendo ginebra en su vaso alto». Calvín podría pasar horas hablando de la amistad que, dice, les unió durante toda su vida: «Tengo la última foto que se hizo Ava antes de morir, allí, en ese estante está enmarcada. Ava se aseguró de enviarme una copia», afirma ufano.

«Podría hablar horas sobre Charlton Heston, Lauren Bacall, la princesa Grace de Mónaco, Audrey Hepburn, Kirk Douglas…». Manuel Calvín conserva regalos de muchos artistas, objetos de sus rodajes, y un arsenal de fotografías dedicadas por las grandes estrellas que inundan su museo privado. Calvín es, además, un hombre de mundo. Ha vivido en Roma, París y Londres. Recuerda con cariño uno de los momentos que su trabajo en el Hilton le regaló: su encuentro con Olivia de Havilland, la única actriz viva de Lo que el viento se llevó. «Estar en el hotel tranquilamente y que aparezca Melanie —personaje que interpretaba De Havilland— por la puerta te deja, cuanto menos, sin aliento».

Su homenaje particular al cine, que tantas alegrías le ha dado, es el templo que ha montado en la calle Hernani, cerca de la glorieta de Cuatro Caminos. El videoclub Beverly Hills tiene aires de museo y club de cine. Tras el mostrador, Calvín recomienda títulos a sus clientes habituales, aunque éstos «son tan cinéfilos que ya vienen con la lección aprendida». En Beverly Hills encuentran obras descatalogadas, cine clásico y de autor, que conviven con el Blue-Ray de las últimas novedades.

Algunas de las tarjetas escritas a mano por Calvín. Por M.R.

Un tocadiscos reproduce alguno de los más de 1.300 vinilos de bandas sonoras que posee Calvín. Creado el ambiente, toca escoger de entre los miles de títulos que posee en DVD. Para ello, el propietario echa un cable: cada una de las películas lleva una nota escrita a mano por Calvín, en la que hace su particular valoración de la misma. «Pongo esas tarjetitas tan guasonas para que se lleven las películas. Lo aprendí cuando me dedicaba al márketing en Araba Films», dice Calvín, sonriente.

Y es que, a su época en la hostelería le siguieron 15 años como ejecutivo de la primera empresa española dedicada a la producción, distribución y exhibición cinematográfica, Araba Films. Otro oficio ligado al cine.

En el sótano de la tienda Calvín guarda 250 películas en super 8 que ansía poder proyectar para sus clientes, aunque en su pequeño paraíso no queda espacio para ello. «En un piso que habilité como museo del cine, durante alrededor de 30 años, había dos salas de proyección para Super 8. Es algo que me gustaría recuperar».

Troquelados, carteles, diapositivas, guías, fotocromos, programas de mano… un número incontable de auténticos fetiches de coleccionista, perfectamente dispuestos y clasificados por su propietario, quien, además, presume de no tener ordenador y hacer su inventario a mano. Calvín se enfadada cuando habla de los ordenadores e internet. A este último, lo considera el gran enemigo de su negocio. «No se imagina el daño que han hecho las descargas ilegales a la industria del cine en general. Es una vergüenza». Espera que, con la nueva y polémica ley antidescargas la situación mejore para él. Mientras tanto, el valor añadido que ofrece a sus fieles es una memoria cinematográfica que es capaz de ubicar cualquier película con tan solo tres pistas vagas. Eso, y una historia. «¿Sabe usted que Ava vivía de noche y dormía de día?»

Interior del Beverly Hills. Por M. R.

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