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El ukelele de Manel hipnotiza Madrid

«un segon,

dos segons,

tres segons,

quatre

…i cinc»

El magnetismo irrumpió poco a poco, con una cuenta hasta cinco que bien conocían los que allí escuchaban. Con la lenta cadencia de un niño contando las velas de su tarta de cumpleaños. Sin saber adónde mirar. Sin ser generoso con la sonrisa, que le cede su papel delator a los que brillan.

El escenario del Teatro Haagen-Dazs vibró como no lo había hecho hasta ese momento de la noche. Guillem Gisbert vertía, con cuentagotas y a ritmo de instrumento de cuerda, las primeras palabras de «Aniversari». El grupo catalán de indie-folk Manel despidió el martes—20 de marzo— en la capital la gira de su segundo álbum: «10 milles per veure una bona armadura» con un teatro Calderón entregado al «hasta pronto». Hace un año consiguieron ser número 1 en ventas, puesto que no conseguía la música catalana desde 1996, con Joan Manuel Serrat.

Gisbert, Roger Padilla (guitarra), Arnau Vallvé (batería) y Martí Maymó (bajo) pisaron el escenario, que tenía una pasarela delantera con la que el cantante bromeó, junto a ocho músicos. Cuatro instrumentos de cuerda y cuatro de viento, todos ellos intérpretes de la mejor esencia de un directo, del encanto ausente en una lista de reproducciones.

«Buenas noches, señores y señoras». Gisbert saludaba al público después de la primera canción, cuando el Barça ya había marcado dos goles al Granada y las palomitas, cervezas y helados estaban repartidos entre las mesas del patio de butacas —muchas de ellas ocupadas por parejas— y los tres anfiteatros. Una armónica, un ukelele, una tuba haciéndose dueña del ritmo y una melodía que recordaba al aragonés Labordeta y a ese gesto inexpresivo que mantenía frente al micrófono. Los Manel despiertan en sus conciertos la risa del público desde la segunda canción. En los primeros minutos ocurre como en las actuaciones del humorista Eugenio y el margen de desconcierto mantiene inmóviles a los asistentes. Gisbert hace chistes, pero el resto del grupo mira al suelo como si no le conociera de nada.

El grupo Manel en el escenario del Teatro Haagen-Dazs. Por B. Valverde

Suena «Boomerang» y hasta las luces del escenario se alteran. Las palmas cambian el compás y los cuatro arrancan con una performance. Caminan de un lado al otro del escenario mientras las guitarras, el bajo, el ukelele y la batería no abandonan el ritmo. En el patio de butacas los labios de un cincuentón pelirrojo no se pierden en ninguna sílaba. Desde el primer anfiteatro izquierdo una chica joven con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados parece suspirar desde las alturas.

Suspiros que se alejan hasta llegar «Al Mar», una de las canciones más animadas y aplaudidas que pertenece al primer disco y que hace que el pelirrojo de la camisa de cuadros se golpee aún más fuerte la rodilla. Le sigue el valor de los soldados de «La canço del soldadet». El tema más dulce del concierto recuerda al tono y la ternura de una madre entonando una canción de cuna.

La magia de «Aniversari» acerca las mejillas de las parejas. Algunas se levantan y aplauden a los doce músicos, que se despiden por primera vez (lo harán otra más), para volver al escenario cuatro minutos después.

«Gracias» grita el público cuando reaparecen. «Visca Barça» a continuación. A esa hora el Barcelona-Granada ya había terminado (5-3), Messi se había convertido en el máximo goleador de la historia del club catalán y el Real Madrid, líder de la liga española, estaba a 5 puntos de distancia de los de Guardiola (hoy a 6). Los Manel botan, el público bota. Las dos horas van tocando a su fin y Gisbert sonríe, relajado por primera vez, en todo el concierto. La tuba marca el final. El principio de «Benvolgut».

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