Encuentros

Corresponsal en China con acento cordobés

Pablo M. Díez, corresponsal en China, visita el Máster de ABC
Pablo M. Díez, corresponsal en China, visita el Máster de ABC. Foto: Elena Jorreto.

A golpe de calendario y tirando de coordenadas, la trayectoria periodística de Pablo M. Díez se resumiría así: 2000, Córdoba; 2001, Bosnia; 2002, Afganistán; 2003, Kosovo y 2004, China. Estrenó el siglo XXI como colaborador en la sección local del Diario ABC en Córdoba: «La mejor escuela que puede tener un periodista». Disponía de una página en la que desgranar una historia propia. Todo un lujo que quizás explique el odio manifiesto de este cordobés a los «refritos de teletipos de agencia» que inundan hoy la prensa. «Hay una crisis conceptual del modelo. La calidad de la información ha caído con Internet por la inmediatez. Falta trabajo personal y cuidado».

Faltaban tres años para que se celebrasen los Juegos Olímpicos en Pekín cuando Pablo M. Díez sintió la necesidad de conocer la realidad de China. Ramón Pérez-Maura — periodista, adjunto al Director de ABC— le ayudó a conseguir la acreditación con la que se comprometía a contar para el diario ABC lo que sucedía en aquel país emergente. El 6 de enero de 2005, como si de un regalo de Reyes se tratase, comenzaba su carrera como corresponsal en Asia. Las limitaciones a las que se sometía: una buena historia, simplemente. Mejor dicho: un mínimo de 12 piezas y hasta un máximo de 17,  como rezaba el acuerdo.

Censura «made in China»

Parecía imposible encarar el  periodismo en China sin hablar de censura y pronto saltó el tema a la palestra. Pablo sabe como se lidia en estas plazas. «Las principales restricciones se dan a la hora de cubrir información perjudicial para el régimen», dice con un refinado acento cordobés que no suena a chino. El ejemplo no podía ser otro: la cuestión tibetana. Y sin más preámbulos Pablo cuenta cómo cubrió la revuelta del Tíbet aquel viernes 10 de marzo de 2008. Había conseguido un billete de tren con motivo de la inauguración de la línea Pekín-Lhasa gracias a una ex novia nativa. Estaba en una de las provincias limítrofes que tuvo que abandonar a los dos días al ser encontrado por la policía.

Además, Pablo recuerda el misterio de aquellas crónicas enviadas por email que jamás llegaron a la redacción de ABC mientras cubría el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino. No era la primera vez que le pasaba algo similar: en la Expo de Shangai en 2010 su cuenta había estado bloqueada «no se si por problemas técnicos o por otra razón».

La obsesión por controlar los medios no es sólo una cuestión china. «En Corea del Norte impera la cultura de la paranoia», algo que pudo comprobar junto a Jon Sistiaga en un reportaje del periodista vasco para Cuatro (Grupo Prisa):   Amarás al líder sobre todas las cosas. 

Corresponsal analítico

Si hay algo que define a Pablo es su preocupación por el contexto, por explicar el escenario. Imposible abordar el tsunami que barrió Fukushima sin antes rememorar las tan mencionadas 5W, una especie de catecismo para cualquier periodista. Aquella catástrofe fue el acontecimiento «más interesante de su vida». Era un viernes 11 de marzo de 2011. El reloj marcaba las 14:00 horas. Había que llegar a las zonas afectadas: «Cuando ocurre algo así tienes que dar el do de pecho». A las 20:00 horas Pablo se subió a un avión destino Tokio con escala en Seúl donde se vio obligado a pasar la noche: se había suspendido el vuelo. Voló a Osaka, ciudad al norte de Japón, desde donde era posible llegar a Fukushima tras «una gran labor de logística».

Llegada la hora del análisis, Pablo no tiene dudas: el gran problema de China es la contaminación que se ha cobrado la vida de 400.000 personas. «En China no se ve el sol», ironiza el periodista. Pero no se queda ahí. El otro gran drama del gigante asiático son los derechos sociales: «Es el país más inmoral e injusto que existe. Siempre paga el más indefenso». El caso del aceite de alcantarilla o la contaminación de la leche con melamina son dos de los escándalos más impactantes de una sociedad castigada por un régimen autoritario. La ley del hijo único también surgió durante la charla sobre el país con 1.300 millones de habitantes, el más poblado del planeta. Su postura está clara: «El envejecimiento de la población flexibilizará esta política».

A pesar de todo, este periodista de 38 años, animó a los alumnos a hacer lo que realmente les guste y contar historias interesantes. Aprovechó la ocasión para confesar que, a veces se siente decepcionado «con lo que lee y con lo que escribe».  Su consejo: «Perseguid vuestros sueños».

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