Getafe

Getafe, visto con ojos de bronce

Al llegar a la estación de cercanías norte de Getafe (Las Margaritas-Universidad) nos encontramos frente a la calle Santo Domingo de la Calzada. Allí comienza nuestro paseo nocturno por la capital del Sur madrileño. Son las siete y media y, entre la oscuridad y la llovizna, intuimos la silueta de un hombre arrodillado sobre la gravilla de una glorieta. Permanece inmóvil, azada en mano y con sombrero. El realismo de sus gestos nos inquieta, y sólo cuando nos fijamos lo suficiente descubrimos que es una estatua.

La carretera de Villaverde nos acompaña hacia el sur bordeando el Parque de Castilla La-Mancha, donde un Don Quijote de metal se protege de los grafitti con su escudo. Junto a él, su fiel Sancho Panza ha sucumbido a la pintura. Al salir del parque nos sacude el molesto viento de Getafe, pero sólo es un aviso. El huracán llegará en la esquina de la Residencia de Estudiantes, junto a la plaza de Victoria Kent. La preside un enorme lazo azul trenzado en homenaje a la lucha antiterrorista. Mientras observamos cómo la Luna se cuela por su interior llegamos a la calle Madrid.

Caminamos por la acera izquierda, en sentido contrario al tráfico, inútilmente pegados a la valla de la Universidad Carlos III para protegernos de las embestidas del viento. En la otra acera una grúa vigila el esqueleto de un mastodonte: la futura biblioteca. A su lado, el vacío, un descampado custodiado por otra grúa que le anuncia un destino similar. La única construcción superviviente es un pequeño parque infantil.

Marta Domínguez corre por Getafe

Pocos metros más adelante otro parque nos anuncia el fin del campus de letras. Los niños han desaparecido, probablemente empujados por un viento que ahora se entretiene con las hojas de los plátanos. Por la recta infinita sólo se acerca un corredor y algunos coches.

Hasta que una G de nuestra altura anuncia el fin del tráfico. Entramos en la zona peatonal, también desierta. Sólo vemos a otra atleta, aunque no avanza. Al observarla de cerca descubrimos que, como el sembrador, está petrificada. La cinta que sostiene su melena delata a Marta Domínguez, que suda gotas de lluvia. Un hombre la observa de cerca, agazapado en el jardín. Es Francisco Gasco Santillán, el héroe antifascista de Getafe.

Seguimos nuestro camino recto guiados por el larguísimo carril bici. A los lados, comercios y bancos. Las casas de ladrillo se suceden en la misma proporción que los bares. En el siguiente cruce el tráfico ruge más fuerte que nunca. Hemos alcanzado el corazón de la ciudad, dominado por dos leones que tiran del carro de la Cibelina.

Los leones tiran del carro en la Plaza de la Cibelina
Los leones tiran del carro en la Plaza de la Cibelina. Foto: E. J.

Un camión interrumpe nuestro recorrido hacia el norte. Dos grandes esferas vacías brillan en su caja. Son los restos de la Navidad deslizándose de los cables de la luz. Zapaterías y farmacias sustituyen a las luces festivas según avanzamos. Hasta que otro cruce nos sorprende con un jardín que crece sobre la pared de un edificio.

Un poco más al sur llegamos al centro neurálgico de cualquier pueblo: el Ayuntamiento. A pesar del carácter castizo de los getafenses, el edificio que los representa es muy moderno, como sugiere la pantalla digital sobre su fachada. Notamos una mirada a nuestra espalda. Viene de un banco desde donde un señor con boina observa el edificio apoyado en su bastón. El bronce también le impide moverse. Escondido bajo una palmera está el jardinero. Frente al Consistorio otro hombre inmóvil aporta algo de vida a las calles desiertas. Su bolsa bandolera rebosante de papeles nos revela que está repartiendo el correo.

Ha llegado el momento de desviarse ligeramente hacia la izquierda. El espacio se estrecha y las rectas desaparecen. El ladrillo se convierte en la única pieza de un puzzle rojo, y sin darnos cuenta, aparecemos en la plaza del Reloj. Paradójicamente, suenan dos campanadas. En la plaza contigua la catedral nos informa de que llevamos tres horas de paseo.

El guardián de la catedral

Pero el reloj de la plaza con ese nombre es tan silencioso como una estatua. Especialmente ahora que el sol ha desaparecido. Junto a él, una niña trata de saltar sobre un niño en el juego de la pílora. No ríen ni gritan, están petrificados. El único sonido audible son los pasos rápidos de un perro sobre el suelo mojado.

Como el Ayuntamiento, la Magdalena también tiene un guardián. Se llama Francisco José Pérez y Fernández-Golfín. El primer obispo de Getafe sujeta la Biblia sobre su regazo mientras observa la catedral. Muy probablemente se pregunte de dónde vienen las campanadas que acaban de sonar, ya que el reloj del templo, emulando a las esculturas, se ha quedado congelado a las 12.15. Para descubrir el misterio, el obispo tendría que volver su silla hacia atrás, donde los números rojos 20.45 se alternan con 9ºC sobre la azotea de un edificio.

Más allá de la catedral la vida es escasa en una noche como ésta. Tanto que ni siquiera los fieles vigilantes de la ciudad la rondan. Así que volvemos sobre nuestros pasos. Superada la Cibelina descubrimos a dos niños besándose, ajenos al frío. Les ocurre lo mismo que a los adornos navideños, que ya han abandonado la mitad de la calle. Mientras los recogen, los operarios tratan de olvidar los fríos metros que les quedan por delante.

Dos niños de bronce se besan en la Calle Madrid. Foto: E. J.

Un comentario en «Getafe, visto con ojos de bronce»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *