Chamberí

«Para tocar un músculo, no hay que mirarlo»

El equipo de fisioterapeutas de SM
Parte del equipo de fisioterapeutas que trabajan en la clínica, junto a Salvadora Melguizo (Fotos: J. Fernández)

Un bajo izquierda en la calle Covarrubias, número 35. «Tres y cinco suman ocho. Yo acababa de hacer un curso de numerología y recordé que esa cifra significaba pasta, así que aquí nos quedamos», explica riendo Salvadora Melguizo, fisioterapeuta del Instituto Provincial de Rehabilitación Gregorio Marañón (IPR) y propietaria de la clínica SM. «Comenzamos en marzo del año 2000. Éramos cuatro socios y al final me quedé yo sola, con todo ya pedido, así que decidí abrir», sentencia Melguizo, que padece ceguera total de nacimiento y va acompañada de su perro guía. Ella y su equipo han estudiado en la escuela universitaria de fisioterapia que la ONCE administra junto a la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). «En varias ocasiones he intentado que trabajara gente sin problemas de visión pero, por diversas circunstancias, se han marchado a otros puestos».

Se trata de un negocio de fisioterapia completamente normal. Los clientes van, se tratan y regresan a su día a día. ¿Su rasgo distintivo?: todos sus especialistas, incluida su directora, tienen ceguera total o parcial. También hay perros guía que, según cuentan, son una de las grandes atracciones para los pacientes y, por supuesto, una necesidad para parte de los trabajadores.

La citada particularidad de su personal, otorga a la clínica de ciertas ventajas: «Estamos catalogados como centro especial de empleo, por lo que nos beneficiamos de bonificaciones en la Seguridad Social, que ya es bastante». Dada la coyuntura actual, las subvenciones son una quimera. Sin embargo, esta fisioterapeuta deja claro que nunca han pedido ningún tipo de apoyo público: «Somos totalmente privados, vivimos del ciudadano de a pie».

Salvadora posa con su perra guía
Salvadora Melguizo, propietaria de la clínica, con su perra guía, Nevi

Sobre su historia personal, reconoce que llegó por casualidad y que se enamoró de la profesión durante el primer semestre: «Me gustaría haber sido periodista o algo así». Rememora sus años de universidad: «Terminé la carrera en 1990. En aquellos años, todo era mucho más complicado, había menos facilidades técnicas; en alguna ocasión llegué a tener los apuntes una hora antes del examen. Ahora es fácil pasar cualquier texto a voz o tener el temario en un simple pendrive».

Una leyenda urbana

Como ya ha explicado, SM vive de sus clientes. Melguizo explica que reciben todo tipo de perfiles: «Algunos vienen porque tienen algún tipo de complejo con su cuerpo y se sienten más cómodos con nosotros, otros llegan por recomendaciones de amigos o familia, y también tenemos algunos que acuden a nosotros por leyendas urbanas». Este último resulta curioso. Lo cierto es que la teoría de que los ciegos tienen una sensibilidad especial es algo bastante extendido. Salvadora comenta que, aunque es cierto que los ciegos utilizan más sus manos, eso no lo es todo: «En la profesión hay que adiestrarse correctamente, al fin y al cabo, para tocar un músculo no hay que mirarlo, lo que hay que hacer es manejar esa sensibilidad para beneficiar al paciente. Desde luego, nada de esto nos viene del cielo».

La máquina de escribir en braille de Salvadora
La máquina de escribir en braille que Salvadora utilizaba en sus años como estudiante, de 5 kilos de peso

Su discapacidad visual no ha sido un gran impedimento para Salvadora, que reconoce que en esto ha tenido suerte, tanto por las facilidades que le ha ofrecido la sociedad como por «los magníficos compañeros de trabajo» que ha tenido a lo largo de su carrera. Pero no todo han sido rosas. «Lo importante es tomarte las cosas por el lado bueno, aunque no terminen de sentarte del todo bien». En ese momento, recuerda una anécdota muy ilustrativa: «Cuando llegué al segundo empleo de mi vida, la jefa de servicio me preguntó: ¿y qué hago yo contigo? En lugar de enfadarme, le dije que ya le iría diciendo yo, y me reí». De inmediato, narra otras: «Mi antiguo jefe de servicio me daba toquecitos en el hombro y hablaba más alto, como si así pudiera conectar mejor conmigo. Incluso he llegado a escuchar a algún jefe diciendo que a un determinado paciente no lo tratara la ciega». Aunque destaca que su ceguera también tiene ventajas con los pacientes: «Hay algunos que se centran en mi discapacidad y minimizan sus problemas. De hecho, una vez, un tetrapléjico me dijo que prefería estar así que ser ciego».

La voz del personal

El ambiente laboral parece magnífico. Sara, una de las fisioterapeutas, cuenta que lo que más le gusta es «el trato cercano tanto con el cliente como con los compañeros». Para Érika, que antes trabajó en una clínica con compañeros sin discapacidad donde reconoce que no tuvo ningún problema, los medios de comunicación «deberían ver cómo trabajamos y nos desenvolvemos», algo a lo que Ana Belén añade un matiz: «No estamos anulados para hacer un determinado trabajo por el simple hecho de padecer ceguera, aunque hay casos que demuestran que todavía esto no se termina de entender».

A la salida, Juan Carlos, hombre para todo de la clínica y recepcionista oficial, el único trabajador sin deficiencias visuales, cuenta que resisten bien la crisis: «En los años del ‘boom’ no nos forramos y ahora no estamos mal, el boca a boca entre pacientes nos funciona y nos mantenemos con cierta solvencia».

Queda claro que la autonomía de estas personas alcanza prácticamente el cien por cien. Como dice Salvadora: «Cuando tengo que hacer algún papeleo serio, voy sola porque sino se ponen a hablar con mi acompañante y no conmigo». Sobran palabras.

2 comentarios en ««Para tocar un músculo, no hay que mirarlo»»

  • Son increibles como personas y como profesionales. Lo digo con conocimiento de causa; como paciente, la mas antigua de la clinica – a pesar de su buen hacer mi salud fisica es muy discola – como amiga de Salvi, Juan Carlos, idoya… Y como colaboradora en relaciones profesionales ajenas a la fisioterapia. Cada dia se aprende algo, y junto a ellos aun mas.

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