Reporterismo

La vida después del ladrillo

Juan y José María durante una de sus habituales comidas de cada miércoles
Juan y José María durante una de sus habituales comidas de cada miércoles. Foto: V.R.A

José María nunca podrá olvidar el 9 de julio de 2010. Aquella mañana se disponía a bajar bandera por primera vez como taxista. Un trayecto entre el Paseo de Extremadura y el Paseo Imperial fue su primera carrera. Tenía 54 años y antes había trabajado como contable en una constructora durante 32.

Su vida profesional discurrió en la empresa NuevoMundo. Era propiedad de dos familias, los Zapata y los Hernández Mora, que en el año 2003 separaron sus caminos. El hijo pequeño de los Zapata pasó a asumir el control de una nueva empresa: Baluarte.

Además de socio y consejero de esa nueva empresa Juan era cuñado del nuevo dueño de Baluarte. «Sus tres hermanas, una de ellas mi mujer, podían haber asumido la responsabilidad, pero el padre quería que fuese un varón», explica. Considera que con Baluarte y su nueva dirección llegó el afán de lujo y se abandonaron las buenas prácticas.

Juan insiste en que los problemas llegaron por no calibrar el riesgo: «Nunca vamos a hablar de maldad ni mala fe, ni tampoco de un enriquecimiento pero si de mala gestión. No estaban preparados». Juan es capaz de recordar algunos ejemplos: «Cuando me incorporo a Baluarte me encuentro a un director financiero al que había que pagarle clases de contabilidad. Era un amigo del nuevo dueño. Recuerdo que llegó a presentar un informe en el que estimaba un beneficio para 2008 y había metido pólizas de crédito e hipotecas como recursos propios. Cuando vi eso me eché a llorar».

Relata como la compañía se vio obligada a romper con el Banco Santander después de que a un consejero no le concedieran un préstamo para comprar un helicóptero. «Aquello era insostenible, se repartían dividendos a costa de créditos cuando la empresa ya no iba bien», cuenta Juan. Las apuestas de negocio también fueron equivocadas: «Se invirtió en unos terrenos rústicos a cargo de las pólizas. Eso no se puede hacer si no es con recursos propios, porque ese suelo pasa un tiempo hasta que es urbanizable. Ahí se enterraron 100 millones de euros».

Empezar de cero

Como socio, Juan comenzó a oponerse a esas actuaciones. En 2008 las cosas cambian. Su proceso de divorcio rompió el nexo familiar que le unía a la empresa. En mayo de ese año le invitaron a marcharse. Unos meses después comenzaron a despedir a gente afín a él, como José María, que durante dieciocho meses estuvo cobrando el paro. No encontraba ningún trabajo y tuvo que desembarcar en el mundo del taxi. «Un amigo me lo ofreció y no podía decir que no. Le estoy muy agradecido porque ahora puedo cotizar».

Juan recuerda que los comienzos de su amigo en su nueva ocupación no fueron fáciles: «Estaba fatal», algo que confirma el propio José María: «Fue un cambio muy fuerte. Soy una persona que lo que me gusta es el despacho y la contabilidad. Y verme en la calle en un coche dando vueltas por Madrid…» Pero se sintió obligado a coger lo que fuera. Además, ahora gana la mitad que antes. A punto de cumplir los 59 años confiesa que volvería a enfundarse la chaqueta y la corbata «mañana mismo» si alguien le ofreciese llevar las cuentas de alguna empresa.

Algo parecido vivió Carlos, que abandonó la tesorería de Baluarte en 2006 por discrepancias con la gestión que se venía haciendo. Tenía 60 años y logró prejubilarse. Ahora dedica su tiempo a trabajar con distintas ONG. Aunque su salida fue voluntaria también dejaba toda una vida atrás, desde que con 14 años comenzó a trabajar como botones en una empresa del suegro de Juan anterior a NuevoMundo.

En 2008 los indicios de que el negocio inmobiliario comenzaba a caer eran ya una realidad. Pero todavía hoy Juan se siente responsable de quienes, como José María, fueron despedidos por formar parte de su círculo cercano. «Más que compañeros éramos amigos. Comíamos todos los días juntos». Ese sentimiento llega al arrepentimiento porque es consciente que mucha gente le siguió al proyecto de Baluarte. Pero Carlos y José María se encargan de dejar claro que lo único que hay hacia él es gratitud.

La experiencia de estos tres amigos refleja las escasas posibilidades de recolocación laboral. Carlos se pre-jubiló, Juan vive del patrimonio que pudo vender y José María lo intenta con el taxi. Reconocen con crudeza que están «totalmente desfasados».

No se consideran víctimas de la crisis, porque el desenlace de su empresa «habría llegado antes o después». Pero sí creen que el declive inmobiliario les dio la puntilla. Los cimientos del ladrillo se hundieron, pero los de su amistad permanecen sólidos. Se encargan de fortalecerlos comiendo juntos cada miércoles, el día que José María se toma un respiro en su nueva aventura como taxista.

La crisis inmobiliaria fue el detonante de la depresión que vive la economía española. Foto: ABC
La crisis inmobiliaria fue el detonante de la depresión que vive la economía española. Foto: ABC

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