Diario de a bordo

Pellecer y Salcedo Ramos, dos caras del periodismo latinoamericano

y Martín Rodríguez Pellecer
Alberto Salcedo Ramos (izquierda) y Martín Rodríguez Pellecer (Fotos: C. S.)

Martín Rodríguez Pellecer

En Latinoamérica, como en España, un boom de medios digitales puebla el ecosistema mediático. Plaza Pública, de Guatemala, se cuenta entre las especies de nueva aparición. Sus alas se extienden a los países vecinos de Centroamérica, con un 30% de lectores extranjeros. Martín Rodríguez Pellecer, su fundador y director, ha convertido el diario digital de la Universidad Rafael Landívar, de la Compañía de Jesús, en una referencia de la información independiente.

Análisis, investigación y debate son los principios inspirados por el ideario jesuita. Sin otras cortapisas que no hacer escrutinio de la Universidad, la congregación religiosa y la figura del Papa («éste queda tan lejos»), es célebre por sus rigurosas investigaciones. Entre ellas destacan la denuncia de la explotación infantil en las fincas dedicadas a la plantación y recolección de la caña de azúcar, o la fiscalización y lavado de dinero por parte de los grandes emporios empresariales, más influyentes en las esferas del poder que los partidos políticos. Con una redacción que no llega a las veinte personas, dosifican las batallas conscientes de que «el barquito puede zozobrar».

Por todo ello, alejados del poder, el prestigio de los periodistas en el país centroamericano es alto. Se saben leídos por los políticos y magnates, y aunque en ocasiones las relaciones se tensan, en los últimos veinte años no hay que lamentar asesinatos de periodistas en la capital. Sus lectores, jóvenes universitarios junto a la clase media urbana, encuentran en el diario digital una referencia nacional comparable a otras prestigiosas webs extranjeras, como son La Silla Vacía, Anfibia o El Faro. La competencia en la Red «está a un click».

Pellecer
Rodríguez Pellecer explica la estructura de la Redacción de Plaza Pública

Alberto Salcedo Ramos

La crónica latinoamericana siempre existió, pero ahora está de moda. Alberto Salcedo Ramos, colombiano, reflexiona con fina ironía que se trata de un género «sospechoso, pues no posee un lugar ni en el periodismo ni en la literatura». Pero sus raíces se hunden «en lo de siempre», en ayudar a contextualizar para entender y ordenar la realidad. Un modo de acercarse a la vida alejado del «síndrome de la exclusiva», inventado para poner el periodismo a salvo del envejecimiento.

Aparte de todo, y por si fuera poco, hace mención a un prestigioso editor latinoamericano, quien resume en tres puntos las condiciones en las que a menudo ha de trabajar el cronista. Éste le previene: 1º.- No te voy a pagar. 2º.- Te voy a exigir como si te pagara. 3º.- Aunque no te voy a pagar y te exigiré como si te pagara, es posible que al final no me guste lo que escribes y no te lo publique. Y apostilla: «en esta profesión vence quien resiste». Y a modo de maldición, sentencia: «Pobre de aquél que solo gana cuando le pagan».

Con pan o sin pan, entiende el oficio como una patria. Ante una realidad social violenta como la de su país en los años ochenta, cuando el narcotráfico imponía sus leyes y las muertes se sucedían, las noticias se quedaban obsoletas en menos de unas horas y a un luto le sucedía otro en poco tiempo. Y con conocimiento de causa nos recuerda, que la felicidad de las sociedades es inversamente proporcional a la magnitud de las noticias de sus periódicos.

En barriadas pobres, con fronteras invisibles, Alberto Salcedo Ramos ha llegado a impartir un taller de narrativa a pandilleros, para desarmarlos y seducirlos con historias. No se trata de la solución definitiva a los graves problemas de Colombia, pero se trata de otra forma de triunfar. «La mayor parte de la escritura se hace lejos de la máquina de escribir». Y para atestiguarlo, nos lee el final de una de sus crónicas (la que cierra su antología La eterna parranda. Crónicas 1997-2011, publicada en Colombia por Aguilar), en que relata los últimos días vividos en compañía de su madre, que le llevan a rememorar su infancia. A nosotros se nos empañan los ojos al escuchar el relato de su niñez, y comprobar cómo hasta el mayor de los descalabros puede transformarse en un recuerdo dulce si nos lo cuenta, y nos lo lee de viva voz, Alberto Salcedo Ramos.

Salcedo
Alberto Salcedo Ramos

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