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Tabarca, una isla con un puñado de habitantes

[imagebrowser id=46] Tabarca es casi como cualquier territorio costero español. Tiene un pequeño puerto, una iglesia con vistas al mar, un museo, multitud de restaurantes y tiendas de souvenirs que sobreviven gracias al turismo. Sería un territorio costero al uso, si no fuera porque a Tabarca solo se puede llegar en barco. Es una isla. La única habitada de la Comunidad Valenciana y quizás la más desconocida del Mediterráneo.

Los 1.800 metros de este a oeste y los apenas 400, en su línea más larga de norte a sur, no son sus únicas singularidades. Pertenece a la administración de Alicante, pese a que está situada frente a la costa de Santa Pola. Y los tabarquinos, ya sean los pocos que viven allí todo el año, apenas una decena, o los que se acercan cuando llega el buen tiempo, tienen apellidos italianos. Son descendientes de los primeros habitantes de la isla: 69 familias de origen genovés rescatadas de Tabarka, en Túnez, entre 1768 y 1769 por Carlos III, y reubicadas frente a las costas alicantinas en un islote que se llama Nueva Tabarca.

El impulso del turismo en los setenta

Tomás Parodi Ruso es tabarquino, pero reside en Santa Pola. Eso sí, mantiene en la ínsula «una casa y un terreno», y se desplaza allí prácticamente a diario. Lo hace en su catamarán Playa de Tabarca, de casi 27 metros de eslora. Es uno de los cinco barcos, conocidos popularmente como tabarkeras, que transportan a los hasta 3.000 turistas, que sobre todo en verano, se acercan cada mañana a la isla y no regresan a la Península hasta que cae el sol.

Dice que fue él, junto con otro tabarquino, el que empezó con el turismo en la década de los setenta. En 1975, Tomás se compró su primer barco para llevar a curiosos desde Santa Pola a la isla. Era de madera, al igual que los otros dos monocascos que tuvo antes del catamarán actual. «Aquellos barcos se movían mucho. Entraba agua y aunque el trayecto es solo de media hora, no veas qué ratos he pasado», dice cuando echa la vista atrás, para añadir a continuación con una sonrisa: «Pero yo era el capitán y tenía que mantener el tipo».

Sin duda, el peor día para la navegación fue el 28 de diciembre de 1980. En esas fechas, un fuerte temporal en la zona del Levante causó varios muertos. Afortunadamente, en Tabarca no hubo que lamentar pérdidas humanas, aunque Tomás recuerda «igual que si fuera ayer» cómo tuvieron que rescatar a unos franceses a los que se les hundió el yate que tenían en el puerto: «Les dimos casa y hasta se hizo una colecta para que pudieran volver a su país».

Pese a esta anécdota, a los tabarquinos les gusta mucho el mar. Tomás habla de él casi como si fuera una persona, «cuando se adentra en la playa es porque le han quitado algo que es suyo». Y sentencia: «No hay que tenerle miedo, sí respeto». En su cabina, este tabarquino lleva una imagen dela Virgen del Carmen, la patrona de los marineros. Cada 16 de julio, un barco la saca en procesión alrededor de la isla, al estilo de lo que se hace en muchos municipios costeros.

Tomás recuerda cómo era Tabarca «hace 50 años o más», cuando apenas existía el turismo y las más de 200 personas que residían todo el año en la isla vivían de la pesca. Incluso había escuela para los niños. Su padre, de nombre y apellidos iguales, tenía además un bar llamado «La Barraca» que abría solamente cuando venía «algún barquito desde Alicante». En ese caso, «les hacía unos huevos fritos con patatas y calamares que pescaba en los alrededores de la isla». 

Tomás Parodi Ruso
Tomás Parodi Ruso lleva desde 1975 transportando a turistas desde Santa Pola hasta Tabarca. Foto: J.A.P.

Despoblación progresiva

A la vez que Tabarca se convertía en un lugar turístico, la isla se fue despoblando de vecinos. De los más de 1.000 que había hace cien años se ha pasado a los 61 que dice el censo de 2012, aunque en la práctica son poco más de una decena los que viven todo el año. Los tabarquinos se marcharon por la dureza del invierno, la falta de oportunidades o la desventaja competitiva a la hora de vender lo que pescaban. Al igual que para cualquier necesidad básica tenían que desplazarse, ya fuera hasta la lonja de Santa Pola o a la de Alicante, para luego volver. Con el tiempo, estos pescadores se ahorraron el viaje y se mudaron a vivir estos lugares.

Apenas quedan ya marineros en la isla. Pese a ello, el edificio de la Cofradía de Pescadores permanece inmaculado en la Plaza Carloforte. Su fachada es blanca y su puerta y sus ventanas de color azul. Así son muchas casas en Tabarca: blancas y azules. Como también muchas tienen un cartel encima de su puerta que pone el nombre de sus propietarios. Todas ellas están dentro de la muralla que se construyó en el Siglo XVII cuando, junto a las familias genovesas, se instaló un destacamento militar para poder defender Tabarca de posibles ataques. A la parte amurallada solo es posible acceder por tres puertas, llamadas de Levante, de Trancada y de Tierra o Alicante. También es la única zona de la isla que está pavimentada. Esto, dice Tomás, «se hizo no hace mucho», y fue a consecuencia del turismo.

Otra de las cosas que llaman la atención son los gatos. Están por todos los rincones y es frecuente verlos moverse entre las mesas de alguno de los 20 restaurantes que hay en la isla, con el caldero como su plato más famoso. «El Amparín» es uno de ellos. Propiedad de los abuelos de Mari Carmen Santacreu, esta joven trabaja allí desde Semana Santa hasta octubre. Tiene 24 años y vive a caballo entre Alicante y Tabarca: «Seis meses en cada lado aproximadamente».

San Pietro y el famoseo

A pesar de no haber nacido en la isla, Mari Carmen se siente tabarquina. Cuenta que están hermanados con la isla italiana de San Pietro, al lado de Cerdeña, y que organizan excursiones para visitarse mutuamente. El restaurante está de bote en bote, pero cuando se le pregunta por ello Mari Carmen responde que la crisis también se nota en Tabarca. No duda al asegurar que en un verano de hace cinco o seis años «El Amparín» podía dar de comer a «300, 400 ó incluso 500 personas», mientras que desde entonces la cifra se ha reducido a la mitad.

Detrás de la barra de este restaurante situado fuera de las murallas y casi pegado a la única playa de la isla, hay colgadas numerosas fotografías con famosos. Casi todos futbolistas o entrenadores que pasaron por el Real Madrid: Pedja Mijatovic, Fabio Capello, Míchel Salgado, Fabio Cannavaro, etc. Son solo algunos de las muchas personas conocidas que cada verano visitan la isla. La mayoría vienen en yates privados.

En cambio, otras como Sara Montiel, que es una asidua de la isla, se aloja en una de sus casas. Mari Carmen conoce muchas anécdotas. Como cuando una vez los paparazzis le pillaron a Falete en bañador o como cuando en otra ocasión los turistas no salían de su asombro al ver a Iker Casillas por sus calles. Menos conocida es la visita de Pau Gasol, que llegó a Tabarca el año pasado, pero de noche. Lejos de miradas inquietas.

Más funcionarios que tabarquinos

Muy diferente al verano es el invierno en la isla. Y no solo por el cambio de clima. Sino sobre todo por la tranquilidad. Los miles de turistas que con el buen tiempo se desplazan cada día desaparecen al llegar el frío. Cuando esto ocurre, es frecuente que en Tabarca vivan más funcionarios o personas encargadas del mantenimiento de la isla que tabarquinos propiamente dichos. Además de policía, una enfermera o encargados de la limpieza, en la isla también residen durante todo el año dos guardias que cuidan de la primera reserva marina de España, creada en 1986.

Juan Manuel y Jerónimo son dos de estos guardias. Se turnan cada dos días con otras dos parejas. Ambos vierten sus quejas hacia el turismo, que hace «verdaderas perrerías», y muchos de los barcos, también turísticos, que con el ancla arrancan la poseidonia, una planta acuática presente en los alrededores de la isla. Juan Manuel es el que lleva más tiempo viniendo a Tabarca. Prefiere el invierno al verano y llegados aquí expone otra disconformidad más: el año pasado el voluntariado que limpia la isla solo fue un par de veces cuando lo recomendable, dice, es que acudieran una vez cada dos meses.

De voluntario, aunque en este caso por un proyecto de investigación con aves llamado Piccole Isole, se encuentra en Tabarca Marcial Marín. Es biólogo y después de quedarse en paro decidió venir a la isla 15 días para estudiar el movimiento migratorio desde África hacia el Mediterráneo de «los pajaritos». En un primer momento, a Marcial se le puede confundir con el farero. La habitación donde guarda sus herramientas está al lado del faro, situado en la otra parte de la isla, alejado de las murallas y en la cual la vegetación es escasa. Pero no es él. De hecho, aclara que el farero no vive en la isla.

Inquieto, Marcial no para de moverse entre las casi invisibles redes que tiene colocadas a lo largo de un buen trecho de terreno, en busca de si algún pajarito ha caído en ellas. Cuando esto ocurre le traslada hasta su habitación de trabajo y le anilla para medirle, determinar la especie y el sexo. Una vez cumplido este trámite, el ave es libre de nuevo. Así pasa todo el día Marcial, alejado del turismo. Se aloja en el Centro de Educación Ambiental (CEAM), dentro de las murallas, al que acude cuando el sol desaparece.

– ¿Y cómo es Tabarca cuando anochece?

– La verdad es que hay poca vida

Marcial Marín
Marcial Marín está en la isla por un proyecto de investigación con aves. Foto: J.A.P.

4 comentarios en «Tabarca, una isla con un puñado de habitantes»

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