Reporterismo

La catedral de Justo: un futuro incierto de ladrillo y plástico

Autores: César Cervera y Daniel Nebreda

Vista de una de las vidrieras de la catedral de Justo. Foto: C.C.
Vista de una de las vidrieras de la catedral de Justo. Foto: C. C.

Bajo una cúpula inacabada de 40 metros de altura, un anciano enjuto es rodeado por una veintena de niños que reclaman su autógrafo. Cada semana varios colegios visitan al hombre que se propuso levantar una catedral con sus manos. Los niños quedan fascinados con Justo Gallego. Sin embargo, el futuro de la obra está plagado de dudas puesto que ni el Ayuntamiento ni el Obispado de Alcalá de Henares quieren asumir el coste de legalizar la catedral. «El Ayuntamiento no hace nada. Ellos cobran impuestos y luego no barren ni la escalera, ni ponen indicadores de dónde está la catedral», denuncia el padre del templo.

Justo Gallego (Mejorada del Campo, 1925) lleva invertidos 52 años de su vida en la persecución de un sueño que durante años le ganó la fama de loco del lugar. Sin estudios de arquitectura, este labrador de 88 años ha levantado una construcción de 50 metros de largo y 20 de ancho dedicada a la Virgen del Pilar. Inconfundible con su mono azul y su gorro rojo, Justo reconoce sus limitaciones: «Yo no tengo dinero para acabarlo. Si lo tuviera, en tres años estaría terminado. Lo más difícil ya está hecho». En 1961, a causa de una tuberculosis, fue expulsado del convento de Santa María de la Huerta (Soria) —donde residía como novicio— y regresó a su pueblo natal para comenzar la faraónica ambición que ha dado sentido a su vida. «Lo único que me mueve es buscar la voluntad divina del Padre y Creador».

«Ellos ganaron mucho dinero pero a mí sólo me dieron 6 millones de pesetas», explica el octogenario en referencia al anuncio de Aquarius que le hiciera famoso en 2005 bajo el eslogan de «el ser humano es imprevisible». A raíz de aquello, el proyecto de catedral fue expuesto en el MoMA de Nueva York, junto a las 35 edificaciones españolas más significativas que estaban construyéndose en el año 2006. Tras medio siglo en pie, el templo se erige como un desafío a todos los cánones arquitectónicos.

El futuro pasa por crear una fundación

En el crepúsculo de su vida, Justo Gallego se queda sin tiempo. Ni el Ayuntamiento de Mejorada ni el Obispado de Alcalá de Henares parecen dispuestos a poner un céntimo en un monumento que atrae a miles de personas cada año. «Hice un testamento para que la catedral pase a ser propiedad de la Iglesia. El vicario dice que antes hay que hacer una fundación y que un arquitecto avale el proyecto», sostiene Justo.

Justo Gallego posando en su catedral. Foto: C.C.
Justo Gallego posando en su catedral. Foto: D.N.

«Lo cierto es que la catedral no tiene licencia de obra porque no existe ningún proyecto visado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid», comenta el concejal de Urbanismo, José Ángel Parilla. «Esto no quiere decir que en ese terreno no pueda haber una catedral, solo que al no tener planos y la documentación técnica el Ayuntamiento no puede otorgar legalidad». Algo más de compromiso muestra el Obispado de Alcalá de Henares: «La cesión está ahora mismo en fase de estudio, en concreto se quiere crear una fundación con el fin de conservar el edificio. La diócesis estaría en el patronato de la organización, pero no podemos decir si en el futuro el templo será destinado al culto público».

No obstante, parece complicado que algún arquitecto quiera asumir el riesgo de vincularse al proyecto. «El arquitecto que firme eso estaría loco, la responsabilidad civil si se mata alguien sería de él» , opina Andrés Cánovas, profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. «Yo no llevaría nunca a mis hijos a pasar una tarde allí, incumple todas las normas de seguridad», manifiesta.

Cánovas, Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales en 2012, argumenta que «el aspecto de la catedral es de una simplicidad que raya el límite de la mecánica constructiva». La normativa de seguridad, además, prohíbe la entrada de personas ajenas a la obra y exige la utilización de cascos. «La Administración hace dejadez de sus funciones. ¿Y si se mata alguien? El Ayuntamiento debería obligar a cumplir la ley. Queda mal decir a Justo Gallego que tiene que demoler el fruto de su vida: resta votos».

«Estoy de vacaciones y he venido solo para ayudar»

Justo Gallego no está solo en su batalla. Numerosos voluntarios se acercan hasta Mejorada para poner su granito de arena en el imponente templo. Este es el caso de Javier, un alcarreño que destina sus días de vacaciones «solo para ayudar» al anciano constructor. Entre otras cosas, Javier se encarga de subir las cubiertas de las cúpulas a hombros. Para muchas tareas, todos los brazos son pocos. Curioso es el caso de la Agrupación Justo Gallego, que los últimos viernes de cada mes se acerca hasta la catedral para ayudarle en su construcción. «Vienen en grupos de 20 para colaborar en lo que puedan, aunque sea para barrer y limpiar», comenta el octogenario.

«Yo siempre he pensado en algo mayor, el doble de grande: 100 metros de largo y 40 de ancho»

Por encima de todos sus ayudantes destaca Ángel López, mano derecha del otrora labrador y encargado de múltiples tareas. Su empeño por sacar rédito de las visitas de los medios de comunicación pone sobre la mesa la acuciante necesidad de fondos que tiene el proyecto. «Aquí siempre que viene un periodista le pedimos un dinero, porque la gente se aprovecha y luego si te he visto no me acuerdo», defiende Ángel López.

Pocas dudas sobre su estabilidad tienen los colegios y campamentos infantiles que visitan la catedral a diario. «Los niños alucinan con Justo. ¿Pero cuantos años llevas? ¿Pero no tienes mujer? —Soy célibe. —¿Qué es eso de ser célibe?…», relata una monitora del Centro Granja Escuela del Jarama. «Con esta actividad los niños aprenden el valor del reciclaje y de la constancia en el trabajo».

Dentro de las reglas más esenciales de la física, el legado de Justo Gallego es un amasijo de ladrillos torcidos y, en definitiva, la obra de un hombre que quería jugar a ser arquitecto. «Yo siempre he pensado en algo mayor, el doble de grande: 100 metros de largo y 40 de ancho», comenta Justo con cierto aire de pesadumbre. Su destartalada contribución a la historia de la construcción espera que la prometida fundación le permita sobrevivir al paso de los siglos.

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