Ventas

San Patricio no tiene templo

Fuente de Cibeles, iluminada
Fuente de Cibeles, iluminada. Foto: Isabel Permuy

La Cibeles iluminada de verde; los pubs irlandeses, y no irlandeses, repletos de gorros de Guinness andantes zigzagueando bajo los efectos de la cerveza negra más famosa del mundo; madrileños ataviados como si se tratasen de pequeños leprechauns en busca de oro… Cada 17 de marzo, Madrid se abarrota de lugares comunes celtas, pero los más creyentes, incluso alguno procedente de la isla, prefieren alejarse de esos clichés y optan por acudir a la misa de la parroquia de San Patricio que, próxima a la plaza de toros de Las Ventas, carece de templo desde hace más de 40 años.

Irlanda y España pueden considerarse países hermanos por los grandes vínculos establecidos: estados PIGS que han sufrido una burbuja inmobiliaria, de tradición católica, y cuyas gentes son conocidas por su simpatía y por su gusto por la fiesta. Pero un día al año van más allá. Madrid, así como el resto de grandes capitales del mundo, se disfraza de tal manera que cualquier pub pretende ser el Temple Bar y las calles O’Connells no dirigen a ningún lugar pisado por Oscar Wilde sino a la Puerta del Sol: el epicentro del sentimiento celta recogido en el verde de sus bares aledaños.

Mónica, de 21 años, ha acudido por tercera vez al centro de la ciudad a celebrar su San Patricio. Dice que este año estaba especialmente masificado porque «lo irlandés está inevitablemente más arraigado». «San Patricio es más que borrachera, pero ante todo es borrachera, música típica en directo y multiculturalidad. Es como disfrutar de todo lo bueno de Irlanda, pero sin mal tiempo y eso hay que aprovecharlo», añade cuando pretende definir la fiesta. No va con irlandeses, de hecho no conoce a ninguno, no le hace falta, lo genuino de esta noche le atrae tanto como para volver otro año más.

Exterior de la parroquia de San Patricio
Exterior de la parroquia de San Patricio

«Para mí, San Patricio no es importante, se ha americanizado totalmente. Ha pasado como con Halloween que también es irlandés y se lo han adueñado igualmente los Estados Unidos», comenta John, con cierta lejanía; la lejanía de llevar tres años fuera de Limerick (Irlanda). Maestro de inglés y ya superando los cuarenta, no es religioso, toda una paradoja cuando vive junto a una parroquia cuyo patrón es San Patricio. Tampoco lo celebra con una Guinness en mano: «No me fío, no saben tirarla como en Irlanda. Necesita su propio ritual, la espuma debe ser capaz de sostener un penique y para ello necesitas esperar». Y este es un día para no parar de beber en los pubs donde «el límite lo pone el propio cuerpo».«Pero en una ciudad tan metropolita como Dublín los hay quienes no saben beber, la mayoría americanos».

San Patricio era galés, entró en Irlanda como esclavo para trabajar de campesino, pero escapó de nuevo hacía su país donde recuperó la libertad. Aunque por poco tiempo, porque tuvo un sueño en el que escuchó a Dios que le dijo “debes regresar a Irlanda y convertir a la gente a la cristiandad”. Hoy Irlanda y la cristiandad están unidos desde la raíz. (John y Brian han recordado para el presente reportaje la historia del patrón)

Se dice de los irlandeses que sus guerras son alegres y sus canciones, tristes. Está el Dublín de James Joyce con sus calles resbaladizas por sus piedras mojadas de lluvia, densas y melancólicas; dublineses de vida gris que deambulan por la ciudad dejando atrás las tabernas típicas para encontrar su lugar en el que sentirse vivos. Pero también está el Dublín de los rincones melodiosos, del ritmo alegre que marca la travesera irlandesa de los músicos callejeros.

«A Madrid le falta ese folclore en San Patricio», comenta Brian, uno de los irlandeses que han asistido a la misa en honor a San Patricio y celebrada en la capilla del colegio Santa Susana; un pequeño local donde caben alrededor de 150 personas sentadas para los cerca de 12.000 parroquianos de la zona. La parroquia lleva desde 1966 sin templo fijo.

Brian acude allí por primera vez invitado por una antigua vecina del barrio. Al contrario que John, este dublinés, de 28 años y que vive en Madrid desde hace cuatro años y medio, es muy religioso y prefiere celebrar San Patricio con los amigos en la Iglesia. Cree también que se ha americanizado demasiado y que, por ello, ha perdido parte de su esencia. Junto a él, el párroco Jesús habla con el delegado de la embajada, que suele representar cada año al país en todas las fiestas dedicadas al patrón. «Esta vez el embajador no ha podido venir por problemas de agenda», comenta Jesús, sacerdote de San Patricio de los últimos nueve años.

Terminada la misa, los feligreses se dirigen a la fiesta preparada para la ocasión y ubicada a escasos metros del colegio. Ese terreno —cedido por la Comunidad de Madrid en un convenio de colaboración entre el Arzobispado y el Ayuntamiento de Madrid de 1997— alberga los prefabricados de la parroquia de San Patricio donde, además de encontrarse el despacho del párroco, se celebran las misas y otros eventos más multitudinarios. Pero este espacio pertenece a Metro de Madrid que, debido a la deuda que atesora, decidió hace un año poner a la venta sus cuatro espacios principales, entre los que se encuentra esta parcela de 20.000 metros cuadrados dispuesta como cochera del Metro.

Un centro comercial en la parroquia

Entre las paredes del prefabricado, adornadas con tréboles de cartulina escritos con los deseos de los niños de la parroquia, los tercios de Guinness y copas de whisky Jameson pasan de mano en mano para acompañar los bizcochos y galletas ofrecidos nada más cruzar la entrada. Jóvenes y mayores celebran el día del patrón del barrio con los sombreros verdes de Guinness después de una larga jornada de trabajo. «Y todo ello sin la ayuda de la compañía, pese a nuestros reclamos», señala Belén, madre de uno de los chicos que reparte la cerveza tras la barra preparada para la ocasión. Al fondo de la sala y oculta tras un telón se encuentra el lugar de culto donde acuden para algunas misas.

Buena parte de las conversaciones que trascienden de la música —alejada del folclore irlandés— se centran en la información recogida hace un mes en El País por la que Metro promueve un centro comercial en el mismo terreno donde en ese momento festejan San Patricio. Todo un jarro de agua fría para unos vecinos que afirman haber ahorrado durante años para que, cuando al fin consiguen reunir el dinero suficiente para levantar un templo propio, el proyecto quede en nada.

La incertidumbre sobre qué pasará se manifiesta en los feligreses, quienes no dudan en demostrar su malestar ante la noticia que les ha llegado de improviso. Además, las elecciones municipales de 2015 pueden cambiar el signo del gobierno, así como el convenio acordado entre el Arzobispado y el Ayuntamiento. Pese a todo y ante los temores fundados, saben que la comunidad no se deshace, que la parroquia no se establece por unos ladrillos sino por un grupo de personas que han crecido juntos en torno a San Patricio, su patrón.

Brian, de Dublín, a la salida de la misa con la bandera del patrono San Patricio

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Un comentario en «San Patricio no tiene templo»

  • Y dale con «americanizado». Será «estadounidensizado» en todo caso. Los primeros en defender su legado en las Américas, ahora son «americanizados». Y de qué manera…

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