Salamanca

Donde la ilusión cautiva al escéptico

Fachada de la sala Houdini en la calle García Luna. Foto: Houdini
Fachada de la sala Houdini en la calle García Luna

Entre Príncipe de Vergara y Marqués de Hoyos – exactamente en la calle García Luna – el transeúnte se topa de bruces con un lugar tétrico. El nombre del local no deja indiferente a nadie: Houdini. Todo aquel que cruza el umbral de su puerta se envuelve en una atmósfera de misterio e incógnitas. Sus paredes rocosas albergan objetos antiguos relacionados con la magia, adquiridos durante diez años en distintas ciudades del mundo. Desde artilugios de magia negra que se utilizaban en rituales satánicos, hasta los retratos de los mediums Renata y Carolo. En su interior, cuatro salas y una barra de bar esconden las soluciones a una inmensidad de trucos de cartomagia y experiencias relacionadas con el mentalismo, la hipnosis y el espiritismo de las hermanas Fox.

Cuando un mago hace un truco, el espectador intenta buscar la trampa o piensa que el actor tiene una gran habilidad. Sin embargo, cuando un mentalista practica un juego en una sala, el público se pregunta: «¿Será verdad?». Esta es la gran diferencia del mentalismo con el resto de clases de magia. El mentalista es alguien tan poderoso que puede sugestionar a cualquiera por medio de la palabra. Hay personas que cuestan más que otras. Por ejemplo, aquellos que con el pulgar de su mano derecha consiguen tocar la punta de su dedo meñique sin separar los dedos índice, corazón y anular, son más sugestionables. Sepa el lector que ahora mismo ha caído en una de las trampas del mentalismo.

«Hola, estás llamando al teléfono de Javier Botía, ya sé quien eres porque soy mentalista. Pero, si no te fías, dime tu nombre y deja tu teléfono. Te llamaré cuando pueda», así se presenta en su contestador automático uno de los artistas que actúa en la sala Houdini. Este valenciano se adentró en el mundo del mentalismo hace diez años de la mano del profesor Rochy. Considera esta disciplina mágica una de las que más secretos esconde: «Lo más importante durante el espectáculo es transmitir al espectador que lo que está viviendo son auténticos fenómenos paranormales». Botía cuenta que «no hay nada más bonito que transmitirle al público la sensación de creer». Sin embargo, después de tantos años practicando esta disciplina por diferentes lugares del mundo con su discípulo Gabriel, no deja de sorprenderse. En el teatro de un pequeño pueblo de Cuenca, salió al escenario y leyó dos mentes. Acto seguido, la mitad de la sala se fue corriendo. «Era un pueblo pequeño y había muchos secretos», asegura entre risas.

Una de las salas donde practicar magia en la sala Houdini
Una de las salas donde practicar magia en Houdini

Botía considera que los madrileños no saben qué tienen con la sala Houdini. «Es el techo de la magia en Europa». Siempre que le llaman está contento por poder actuar ahí: «Las salas de por sí ya tienen magia». El mentalista comenta entre risas que «con no hacer el ridículo es suficiente, la sala ya pone la magia».

El mentalismo es una disciplina mágica, compleja y repleta de misterios. Todas las experiencias rondan en torno a tres pilares: las ilusiones, la ciencia -donde se encuentra la hipnosis y la expresión corporal- y la rama esotérica, basada en energías y predicciones. Botía asegura que en un espectáculo puede haber tres tipos de público. Por un lado están los escépticos que son los que se «enfadan e intentan buscar la trampa cuando les lees la mente». A ellos, se añade el público «más bonito» que es «aquel que viene a disfrutar del espectáculo». El tercero se compone de «gente que está muy metida en el mundo esotérico y se maravilla con cualquier experimento».

A Botía le divierte su profesión y se ríe al recordar alguna proposición deshonesta: «Una vez le hice a una persona una serie de juegos de mentalismo y, al finalizar la actuación, me ofreció una cantidad considerable de dinero para que adivinase algo sobre su pareja». En otra ocasión, un cliente quiso disponer de sus servicios para cambiar un testamento a través de la hipnosis. La situación más brusca que se ha encontrado fue cuando un hombre «se empeñó» en que le acompañase al banco porque necesitaba una hipoteca y no se la firmaban: «Quería que yo hablase con el director para convencerle y luego me pagaba una cantidad por conseguirlo».

«La hipnosis no es ningún tipo de poder sobrenatural»

Desde muy joven, Jorge Astyaro se sintió atraído por el mundo de la magia. Leía sobre cuestiones sobrenaturales. Después de aprender la habilidad de la cartomagia y controlar las técnicas del mentalismo, decidió probar con la disciplina de la hipnosis. Cuando el público le ve actuar encima de un escenario piensa que Astyaro tiene un «don». En ese momento les explica que en realidad la hipnosis es una técnica que se domina a través de varias disciplinas con las que se pueden lograr experiencias asombrosas. «La hipnosis no es ningún tipo de poder sobrenatural, es una técnica psicológica», explica Astyaro. A través de ella se puede guiar a una persona a un estado en el cual su imaginación es capaz de entrar en la parte inconsciente de la mente, aquella que se encarga «prácticamente del 90 por ciento de las decisiones y acciones que se hacen sin poner atención». Por ejemplo, cuando un conductor llega a un sitio sin recordar el trayecto es porque la parte inconsciente de su mente le ha guiado. No deja de ser un estado de concentración llevado al extremo. «La hipnosis lo que hace es someter a esa persona en ese estado mental de concentración en el que puede acceder fácilmente al estado inconsciente. Así la imaginación puede prevalecer sobre los sentidos y un pensamiento puede percibirse como real».

Objeto decorativo de uno de los pasillos de la sala Houdini
Objeto decorativo de uno de los pasillos de la sala Houdini

Cuando Astyaro comienza un espectáculo hace prácticas de hipnosis a todos los asistentes y va viendo las respuestas que tienen. Llegado el momento se queda con cinco personas que tienen «una gran imaginación y que de manera automática empiezan a sentir y vivir sensaciones». Así, consigue que un espectador le deje de ver aunque sus ojos le estén captando y lo transmitan al cerebro. «Si tocas a esa persona se va a asustar porque ella ha dejado de verte y no te espera. Puedes mover objetos y pensará que están flotando en el aire». Ante una situación así, las reacciones son muy diversas, hay gente que se asombra y cree que hay un truco. Sin embargo, hay otras que se asustan y les da la sensación de que hay una presencia o una persona invisible. «Una vez hice desaparecer a todo el público y un hombre tuvo una regresión a su infancia, cuando perdió a su madre en un centro comercial y se sintió muy solo. Esa sensación la trasladó al presente, a la sala en la que estábamos y rompió a llorar como cuando era niño y vivió ese momento». Ante casos así, Astyaro calma a la persona y la devuelve a la realidad: «Le cambias la sensación que percibe y empieza a partirse de la risa». En las prácticas de hipnosis, Astyaro no sabe cómo va a reaccionar el espectador y asegura que hay gente «que ve al resto del público desnudo». En todo momento intenta «hacer algo divertido» donde los asistentes puedan desconectar de la cotidianidad. Les muestra cómo funciona la imaginación y el gran poder que tiene la mente a la hora de percibir la realidad.

A través de la hipnosis, una persona que está sufriendo por la muerte de un ser querido puede recrear la forma de ser del fallecido en su mente. «Imagina a esa persona y puede tener una conversación con ella tan real como cuando sueñas por la noche y lo recuerdas al día siguiente».

El 31 de octubre de 1926 el gran escapista Houdini moría en extrañas circunstancias, después de una pelea con unos estudiantes y una supuesta peritonitis. Desde el momento de su muerte comenzó su último gran reto: intentar comunicarse con su mujer mediante un código en los siguientes diez años. Por ello, su defunción suscitó un halo más de misterio en torno a su figura. Casi 90 años después en una pequeña calle de Madrid recuerdan a Houdini como el mejor ilusionista de la historia.

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