Encuentros

Pablo M. Díez: «Al cubrir catástrofes naturales surge una camaradería muy especial»

Pablo M. Díez durante el encuentro con alumnos del Máster ABC-UCM. Foto: Lys Arango
Pablo M. Díez durante el encuentro con alumnos del Máster ABC-UCM. Foto: Lys Arango

Pablo M. Díez (Córdoba, 1974) encarna a la perfección la figura del corresponsal moderno, tal y como demostró en su encuentro con los estudiantes del Máster ABC-UCM. Atrás queda el perfil del periodista que, tras muchos años de experiencia en la profesión, viajaba a un país para cubrir desde allí todos los acontecimientos que tuvieran lugar, conociendo el idioma y contando con unos amplios conocimientos de la zona. En la actualidad se apuesta por dar la oportunidad a gente más joven que, pese a que pueda tener una menor formación, se atreva a aceptar el reto de emprender una aventura lejos de nuestras fronteras.

El momento de Díez llegó en forma de regalo de Reyes. El 6 de enero de 2005 ocupó la corresponsalía de ABC en China. «Nunca había estado allí ni sabía chino, pero me lié la manta a la cabeza y es una de las mejores decisiones que he tomado», asegura. Una determinación basada en sus trabajos previos en el extranjero. En 2001 estuvo en Bosnia, en 2002 en Afganistán y en 2004 en Kosovo. Había nacido en él una curiosidad internacional de la que ya nunca se desprendería.

Una pasión e interés por todo lo que sucede en el mundo que le lleva a tener una visión crítica sobre cómo se trabaja hoy día en los medios españoles. Díez se lamenta de que se priorice ofrecer noticias breves basadas en teletipos de agencia. «En todos lados se acaban viendo los mismos contenidos, los cromos tienen que ser iguales porque se piensa que si no se da lo que lleva el resto se ha fallado», sostiene. Asimismo, detecta una nueva tendencia a partir de la llegada de internet a las redacciones: dar más importancia a la inmediatez y la cantidad que a la calidad. Un hecho que, a su juicio, ha provocado que la información escrita haya perdido valor. «El periódico en papel tiene los días contados», vaticina.

En cualquier caso tiene claro que, tanto para la escritura digital como para la más tradicional, la clave es «cuidar el producto que firmamos, nuestro nombre como profesionales». Así, sus modelos a seguir a la hora de hacer periodismo internacional son los periódicos alemanes y anglosajones.

Díez apuesta también por viajar más, por conocer la historia de las personas en cada rincón explorado. En definitiva, aboga por que cada periodista escriba sus temas propios. Una forma de entender el periodismo que proviene de sus inicios, cuando en el año 2000 comenzó en la edición cordobesa de ABC encargándose de contar lo que ocurría en los distintos pueblos de la provincia, al ser el único redactor de su sección que disponía de carnet de conducir. Posteriormente, también pasó a cubrir la información de sucesos, tribunales y asuntos militares.

Diez años luchando contra la censura

Sin embargo, este deseo por contar de cerca la vida de las personas tiene un claro enemigo en China: la censura. «Siempre que escribas sobre aspectos no problemáticos todo son facilidades», apunta. Ahora bien, el panorama es radicalmente distinto si se tratan noticias políticamente sensibles como las referentes a los disidentes o las expropiaciones. Además, está la censura en internet, algo a lo que Díez pone remedio a través de la utilización de servidores extranjeros. Y es que si algo ha aprendido en estos diez años de trabajo en el continente asiático es a sortear los obstáculos a la hora de informar.

Un ejemplo de ello tuvo lugar durante la revuelta tibetana en marzo de 2008. Como los periodistas tienen prohibido viajar al Tíbet, logró colarse en una zona tibetana de una provincia limítrofe para cubrir desde allí las protestas de los monjes budistas contra el régimen chino. Su determinación, acompañada de un poco de suerte, hizo que se quedase dormido en el asiento trasero del taxi que lo llevaba por la zona y evitase de este modo los controles policiales.

Pese a todo, cuando Pablo M. Díez habla de China se nota que lo hace desde el cariño que le tiene a su país adoptivo. Por ello, no duda en tratar de acabar con algunos mitos y prejuicios sobre su gente y asegura que se trata de personas campechanas, que saben divertirse. «Los chinos son los latinos de Asia», bromea.

Respecto a la situación global del gigante asiático, considera que China controla buena parte de la economía mundial, pero no cree que vaya a ocurrir lo mismo respecto a la cultura. «Son muy diferentes de los occidentales y su individualismo; para los chinos prima el colectivo, el Estado y el orden», declara.

Para Díez, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta China es la contaminación. «En Pekín los días son grises y no por el mal tiempo. Se vive un ambiente apocalíptico», denuncia. Otro gran reto es la modernización. Cada vez hay más información y canales para conocer lo que ocurre en todo el mundo y es más difícil controlar su acceso.

Una censura que el periodista cordobés también ha sufrido en Corea del Norte, un país que prohíbe la entrada de periodistas extranjeros, en las dos ocasiones que ha conseguido visitar Pyongyang, «el escaparate propagandístico que enseñan a los turistas». La represión le llevó a llegar a tener miedo de ser detenido si se descubría que era periodista. No obstante, siempre acaba imponiéndose su persistencia, como cuando estuvo varios años insistiendo hasta que logró entrevistar a Shin Dong-hyuk, el único norcoreano nacido en un campo de trabajos forzados que logró escapar y contar las atrocidades del régimen.

Tras un cuarto de su vida viviendo y trabajando en el continente asiático, Pablo M. Díez ha cubierto prácticamente de todo: tifones, terremotos, revueltas… «al cubrir catástrofes naturales surge una camaredería muy especial entre los periodistas y los habitantes de la zona», desvela.

Sin embargo, pese a vivir en primera persona los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, el tsunami de Japón y el accidente nuclear de Fukushima siguen siendo para él sus experiencias más increíbles. «Pensábamos en encontrar un sótano en el que escondernos hasta que nos evacuasen. Temíamos un nuevo Chernóbil», recuerda.

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