Especial Crímenes

El paradójico crimen del primer obispo de Madrid-Alcalá

Es 18 de abril de 1886, casualmente Domingo de Ramos. Narciso Martínez Izquierdo, primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá, se dispone a oficiar la misa como de costumbre aunque no iba a ser un día cualquiera. Cuando se dispone a entrar en la colegiata de San Isidro de la calle Toledo, entre la muchedumbre, un hombre le corta el paso. Como si en ello se le fuera la vida. Así, sin apenas mediar palabra se vale de un revólver para abrir fuego en repetidas ocasiones contra el obispo. Acto seguido exclama: «¡Ya estoy vengado!» antes de intentar acabar con su vida. Aunque su cometido se ve abocado al fracaso al ser reducido inmediatamente por las fuerzas del orden. Este acto le salva la vida, pues la gente allí presente, testigos del asesinato, se muestra presta a lincharle.

El obispo es atendido por las heridas de gravedad que presentaba. No se queja en ningún momento durante la intervención. Tampoco pierde el conocimiento, según el informe médico, pese a la dureza de los impactos. Pero muere al día siguiente.

«No soy asesino, no, no. El obispo matose a sí mismo. Mi honra está reparada. Cuando divisé el coche, como arrastrado por una fuerza irresistible, me abrí paso, llegué hasta el obispo y disparé sobre él maquinalmente dos o tres veces sin advertir lo que pasó después», declara el presunto asesino; el cura Cayetano Galeote Cotilla, ante el tribunal que lo juzga.

El primer obispo de Madrid-Alcalá. Foto: Almanaque de La Ilustración.
El primer obispo de Madrid-Alcalá. Foto: Almanaque de La Ilustración.

Apenas existen fotografías que pongan cara al autor de los hechos. Los textos de la época lo describen como un hombre alto, con barba espesa y blanca y boina. Tenía fama de persona poco afable, arisca, violenta y malhumorada, debido en parte a una sordera parcial. Se dice que Benito Pérez Galdós consiguió entrevistarle aunque no se sabe si fue en prisión o en el manicomio. Pintó un retrato terrorífico, casi diabólico. «Parece una fiera enjaulada, balanceándose con un movimiento semejante al de los cuadrúmenos aprisionados», confiesa el periodista.

Vida atormentada

El cura nació en 1839 y falleció en 1922, tras pasar los últimos diez años de su vida en un manicomio. Jamás pudo confesar a nadie debido a su mermada capacidad auditiva. Tras ser destinado a Madrid, se marcha durante cinco años a Puerto Rico. Después de esa experiencia vuelve a la capital donde tiene una vida errante de iglesia en iglesia. Le disgustan los cometidos que le encargan, cometidos que consistían en pequeños encargos que, aunque acata, desprecia al considerar humillaciones. Las amonestaciones en todas las parroquias por las que pasa y las continuas llamadas al orden son indicio de la rebeldía del párroco que nunca supo contener.

Su locura le salvó de la pena capital

El cura, harto del trato recibido, escribe una serie de airadas quejas que traslada al obispo pero que éste nunca responde. Hecho que hiere su honra y dignidad. Después de avistar la llegada del obispo utiliza su revólver para dispararle. Tras lo cual quiere quitarse la vida aunque rápidamente fue sujetado por los brazos.

Cayetano Galeote es condenado a muerte. Sin embargo, una serie de informes psiquiátricos que demuestran su demencia prosperaron evitando el terrible final: el garrote vil. Hecho histórico en España; fue el primer condenado que se libraba del garrote por su estado mental. Elude la pena de muerte aunque es enviado al manicomio, donde falleció en 1922.

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