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Ecos del sijismo en Madrid

Gurudwara Singh Sabha de Madrid
Gurudwara Singh Sabha de Madrid. Foto: Lys Arango

Como si de una coreografía se tratase, las fuertes manos del tañedor de tabla arrancan graves sonidos a los que la delicada música del armonio pone el contrapunto. La voz aguda que canta en punjabi los himnos del Gurú Granth Sahib, el texto central del sijismo, es inmediatamente seguida por otras voces que sumándose crean un ambiente casi mágico. Decenas de turbantes y vestidos tradicionales completan una escenografía que nos transporta, como en un viaje en el tiempo, al Punjab.

En la céntrica Calle de la Cabeza inició hace siete años su andadura el primer gurudwara —templo sij— para las casi 40 familias que residen en la capital. Su presidente, Paramgit Singh, un anciano de barba larga, blanca y agreste, cuenta con semblante serio el origen de sus inicios:

«Cuando hace 25 años llegué a Madrid apenas éramos 5 familias sijs. Al ser la nuestra una comunidad tan pequeña, construir un templo parecía un reto imposible». Pero explica Paramgit, tal que si orase, que según fueron aumentando en número, “nos pusimos en marcha y persuadiendo a los recién llegados de la necesidad de aportar fondos, finalmente pudimos abrir el Gurudwara Singh Sabha el 8 de agosto de 2008». Desde ese momento el templo se convirtió en el lugar de encuentro para la adoración a través del Keertan, el canto colectivo de la alabanza de Dios, y la búsqueda de apoyo y orientación del Gurú.

Los niños, algunos con pequeños turbantes, corretean por la sala sonriendo a las caras nuevas. Casi todos llevan el Kara, un brazalete de acero en la muñeca derecha, que forma parte de la vestimenta tradicional sij. «El gurudwara es un lugar importante para la transmisión de la cultura a las generaciones más jóvenes», comenta Paramgit. «Lo esencial no son los rituales, sino que nuestros hijos aprendan a practicar las virtudes de la caridad, amabilidad y humildad», concluye el anciano.

Bienvenidos todos

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Mujer sij en el Gurudwara Singh Sabha. Foto: Lys Arango

Tras el servicio de culto, la multitud cruza una estrecha puerta de cristal y se sienta en círculo sobre una alfombra. El olor a especias inunda la sala y a modo de preparación beben un Masala chai —té con hierbas aromáticas— en espera del festín. Bondadosos, los gurús, desde las imágenes de los muros, contemplan el variopinto paisaje de los comensales: muchos son punjabis, pero también españoles, rumanos, latinos… Y de todos los perfiles: hombres, mujeres o parejas jóvenes con hijos. El menú: arroz, lentejas aliñadas con especias picantes, chapati — pan indio— y yogur.

Kalyansi Singh, un hombre menudo de sonrisa contagiosa, dirige un negocio textil en la capital y desde los comienzos del gurudwara colabora en el centro siempre que tiene ocasión. Sostiene que «la hospitalidad es un elemento clave de la tradición sij. Las puertas del templo deben estar siempre abiertas, simbolizando el hecho de que cualquier persona, sin importar su fe, sea bienvenida».

La antigua tradición del langar es posiblemente el símbolo más representativo de su hospitalidad: cualquier visitante del templo es alimentado en «la cocina gratuita del gurú». Iniciada por el Gurú Nanak Dev Ji, está diseñada para mantener el principio de igualdad entre los pueblos, con independencia de religión, casta, color, credo, edad, sexo o condición social.

Además, «el langar representa una ruptura radical con las tradiciones sociales hindúes, que en parte se basan en la comida», según explica Rakesh Kaur, una voluntaria sij originaria de Cambridge. «Los brahmanes —la casta más alta del hinduísmo— no pueden comer con cualquiera, pero en el gurudwara, los sijs comen juntos, cocinan juntos y limpian después todos juntos. Significa que no hay absolutamente ningún lugar para la jerarquía social». Esto supuso una gran revolución en el siglo XVI, cuando se empezó a desarrollar el sijismo en el subcontinente indio.

«Comer juntos es lo que teje la trama que amalgama la comunidad y rompe las barreras que separan a los humanos», concluye Rakesh Kaur, profesora de inglés en un colegio de Madrid y también da clases gratuitas de punjabi y canto procesional de himnos sagrados en el Gurudwara. Bastante más allá de los ideales de igualdad, el langar lleva a la práctica la ética del compartir, de la comunidad, la inclusión y la unidad de toda la humanidad.

El presidente comenta, bajando un poco la voz, que «hasta el 60 por ciento de los que comen entre diario en el gurudwara de Madrid no son sijs», aunque la comida y el mantenimiento del templo lo llevan las familias que profesan la religión. «Es un gran servicio y un brillante ejemplo para todos», dice Toñi, española de mediana edad que «por la maldita crisis» come en el Gurudwara Singh Sabha con más asiduidad de la que le gustaría. Aunque en su opinión «todos los madrileños deberían tomar un par de horas para venir y experimentar lo que el culto sij es».

A casi 7.000 km de Amritsar, la ciudad sagrada del sijismo, que tanto añora el anciano presidente Paramgit Singh, esta comunidad sigue los principios que hace más de 500 años fundó el Gurú Nanak. Es la quinta religión organizada con más fieles del mundo —con 30 millones de seguidores— y a pesar de que en España apenas es conocida, está ya enraizada en nuestro solar patrio.

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Un comentario en «Ecos del sijismo en Madrid»

  • como podria acercarme mas a su religion cuanto mas leo y busco mas agrado me produce , me gustaria ser sikh y si no puedo pues al menos sere siempre un simpatizante.
    waheguru

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