Salamanca

Como tú y como yo

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Indigentes en la calle. Foto: Raúl Doblado.

Pero no puede, Paco, solo quiere. Ni el vicio ni los errores logran perturbar su espíritu, caracterizado por un inusual optimismo en tiempo de crisis.

Pasaban las 9 de la noche y la temperatura comenzaba a hacer estragos. El frío buscaba colarse entre la escasa ropa de Paco, que sin abrigo, sin guantes ni zapatos intentaba amortiguar los 11 grados de una noche en Madrid. Frotaba sus descuidadas manos, soplaba aire por su boca tratando de calentar lo que podía con su aliento. No tuvo mucho éxito.

Entre migajas y desesperado, devoraba un trozo de pan y un vaso de leche, que como muchas veces, era su único alimento durante días. A veces, eso era un lujo. Sin reprochar. Sin alarmar. Así estaba Paco en la entrada de un banco. Sentado sobre una improvisada cama de cartón que no medía más de un metro de largo y ancho. Un carro de supermercado hacía las veces de puerta para aquel lugar que tenía por casa desde hace un año ya.

Su miedo era evidente. «Yo no hago nada malo» repetía sin cesar, con mirada vacía, perdida en un querer y no poder. «Los vecinos me tratan mal, me tiran huevos, envases y basura. Como una basura», contaba Paco mientras agachaba la cabeza. Reprochaba que nadie lo ayudaba, solo un vecino. Ángel, así llamaba a su ángel de la guarda. «Cuando va a casa me deja mantas, comida, frutas o agua. En ocasiones, hasta me sorprende. Llego y ya tengo algo. ¿Dime si no es un ángel?»

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Indigentes en la Plaza de Tirso. Foto, Isabel Permuy.

El vicio lo llevó a perder todo

Hace dos años que vive en la calle. Era como tú y como yo. Tenía un trabajo, un coche, una familia, sueños, comida y techo. La ludopatía le hizo perder todo: su novia, sus dos hijas, su trabajo, sus ahorros y lo que tenía desde hace 37 años. «Era feliz pero no lo sabía. Lo tenía todo». Su respiración se aceleraba, como si estuviese corriendo. Alegaba sentirse bien, solo un tanto agitado, «¿pero cómo no? Perdí todo».

Su voz se quebraba, callaba por unos segundos, respiraba y luego continuaba. «Es difícil cuando la realidad te habla. Te dice dónde estás y, peor aún, lo que perdiste». Todavía conserva un recuerdo familiar. «Qué diferente era, ¿verdad?», decía mientras mostraba una foto con su novia y sus dos hijas en la que tenía cabello, dientes y lucía contento. «Es de hace 3 años. Habíamos ido a caminar por el centro. Ella me cuidaba mucho ¡y me regañaba! Pero yo fallé».

El inicio del fin

Paco no terminó el colegio, decía que quería su propio negocio y así empezó. Desde muy pequeño ayudaba a su tío en un taller de mecánica. Limpió baños, recogió basura, pintó casas, lavó coches, repartió periódicos y comida hasta que llegó a su último trabajo en un casino.  Allí inició el fin de su vida como Francisco. El hombre que trabajaba sin importar en qué o cómo. Solo lo hacía. Era el «adorado Francisco», como le llamaba su mamá.

Desde hace dos años decidió que lo llamaran «Paco», para él, una versión mejorada de sí mismo, de Francisco. Un persona que se ha equivocado y cometido errores, como seguramente lo hemos hecho todos.

Para Paco, le queda mucho de Francisco, “no en lo material, pero si en la constante búsqueda de una nueva oportunidad, una vida mejor”. Se levanta todos los días muy temprano y no porque le eche la Policía. Paco, tiene ilusión. Paco, tiene ganas.

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Indigentes en la calle. Foto: Raúl Doblado.

De hablar y no callar

El frío de aquella noche madrileña no le impidió volar al recordar su antigua vida y menos soñar en querer salir adelante. Muchas veces fue golpeado e insultado por permitirse hablar de esperanza. Por eso, prefiere soñar cuando duerme e imaginar en silencio.

Un «muchísimas gracias» desbordaron las lágrimas que por minutos aguantó Paco. Lágrimas de dolor y felicidad, de hablar y no callar.

Paco es una de las 300.000 personas que vive sin techo en España, según datos del Banco de España. Es juzgado, maltratado, abusado y desprotegido. No es un santo, como él cuenta. Solo es una persona que no quiere seguir siendo tratado como una porquería, sino como tú y como yo, como un ser humano, capaz de sentir, querer y con derecho a una mejor vida.

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