Ciudad Lineal

No diga músico, diga valiente

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Fachada del edificio antiguo del Conservatorio Profesional de Música Foto: Conservatorio de Arturo Soria

Alberto no enseña música. Prefiere decir que enseña «un estilo de vida». Alberto no es su nombre. Este profesor de piano en el conservatorio de Arturo Soria señala que los músicos son unos privilegiados porque a sus manos llegan «auténticas obras de arte» para que las interpreten. Además, considera que es esencial que los niños entiendan desde el principio la responsabilidad que implica su futuro trabajo: ser músico es muy duro.

El punto de partida es el conservatorio, lugar en el que los estudiantes aprenderán a dominar el instrumento elegido durante los diez años siguientes a su ingreso en la institución. Una vez finalizada esta primera fase, todavía tendrán que cursar cuatro años más de un módulo superior para obtener la titulación. Es como una carrera universitaria pero con diez años de preparación previa.

En este centro hay más de 900 alumnos y 98 profesores. La organización es imprescindible, por ello la dirección insiste en la importancia de que la familia se implique en el proceso de aprendizaje. Además de las horas de clase recibidas en las aulas los estudiantes tienen que practicar después hasta la extenuación. Por lo tanto, los padres tienen que inculcar a sus hijos un gran sentido de la responsabilidad para que completen lo aprendido en clase con mucho trabajo diario en casa.

Debido al nivel que se exige en el conservatorio, la directora del centro, Coral de Quevedo, recomienda «una hora de práctica diaria en los primeros cursos» para empezar a mimetizarse con el instrumento, e insiste en que «un músico profesional llega a practicar hasta cinco o seis horas por jornada».

Como además de talento se necesita mucha disciplina, en el conservatorio de Arturo Soria se exige a los alumnos un esfuerzo faraónico. En los cuatro primeros cursos –llamados enseñanza elemental– se dan clases individuales del instrumento elegido, sesiones colectivas en función de la especialidad y se enseña el lenguaje musical (solfeo). En los seis años siguientes –denominados enseñanza profesional– se añaden asignaturas más complejas, como armonía y análisis musical, para terminar de desarrollar las habilidades de los alumnos.

Además, las instituciones tratan a la enseñanza musical como un hobby y cada vez se reducen más las horas lectivas de la asignatura de música. Esto genera dos problemas: que muchos padres piensen que el conservatorio es una actividad extraescolar, y que la población no reconozca la profesionalidad de la música. Alberto lamenta que después de catorce años de preparación «cuando le dices a la gente que eres músico, siempre te hacen la misma pregunta: ¿y qué más?».

Para solventar el problema de la desilusión y la falta de prestigio, el equipo técnico del conservatorio decidió apostar por las agrupaciones musicales. Así, señala Coral, «conseguimos que el trabajo de los alumnos se materialice con varias actuaciones a lo largo del curso». Con un total de trece grupos –de todas las variedades musicales–, el conservatorio de Arturo Soria es el que mayor cantidad de bandas ofrece en toda la Comunidad de Madrid. Otro aspecto por el que destaca este centro es por incluir modalidades de música más moderna en su catálogo. Este año han incorporado la guitarra eléctrica entre sus enseñanzas y desde hace dos años cuentan con una «Big Band» que hace bailar al son del jazz.

Aunque pueda parecer una ardua tarea, ser músico también tiene sus ventajas. Dice Coral que quienes de verdad sienten «pasión por la música», tienen la suerte de poder dedicarse a lo que más les gusta. Esto se percibe dentro del conservatorio. De camino al aula número seis de la segunda planta del edificio los pasillos trasmiten sonoridad. En la sala de conciertos un alumno afina su violín. Diez metros más adelante una soprano calienta la voz. La melodía que emana de sus cuerdas vocales contagia la pasión con la que ensaya.

Al llegar a la sala, Alberto se sienta en el piano de cola e interpreta varios compases de lo que él llama «La triple B»: Bach, Beethoven y Brahms. En ese instante se comprende la grandeza de los músicos: profesionales que transforman un fenómeno físico –la propagación del sonido– en un cúmulo de sensaciones que agradan la existencia de quien los escucha.

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