Arganzuela

Oriente y occidente se funden en el corazón de Arganzuela

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8.800 kilómetros separan Madrid de Pekín. Un recorrido que realizan cientos de chinos desde los más variados y recónditos lugares de su enorme país. Es la ruta elegida por casi todos los empleados de Zhen ni hua, una peluquería china que lleva cinco años en el Paseo de las Delicias.

El local es amplio y diáfano. La luz penetra por una gran cristalera a través de la que se puede ver el ritmo frenético que se vive en el interior del negocio, y que lo desborda. Hay mucha gente y mucho trabajo que hacer. A simple vista, no hay mucha diferencia con cualquier otra peluquería española. La filosofía y la cultura orientales se dejan influenciar por las costumbres occidentales.

Un negocio con mucha actividad

Frente a la puerta, detrás de una mesa, hay una chica joven con un flequillo oscuro que le llega por encima de los párpados. Callada, muy concentrada, se afana en desarrollar su minuciosa labor: hacer la manicura a una de las clientas de la peluquería. Una a una lima las uñas de la mujer, les da forma, lija su superficie para que luego absorba mejor la pintura y les aplica innumerables capas de esmalte y otros potingues. Con paciencia, buen pulso y pinceles especializados, traza diminutos dibujos en algunas de ellas. Viendo esa escena no puedes evitar recordar esos libros artesanales que venden en ferias y mercadillos y que miden apenas unos centímetros. Algo parecido harán sus autores para escribirlos.

Al bajar las escaleras, unos pocos peldaños, el panorama cambia. Ante la avalancha de clientas, mujeres del barrio de todas las edades, el tiempo no da tregua. Se trabaja sin pausa y con algo de prisa. Aunque el negocio esté muy lleno y no tengas cita previa, te hacen esperar muy poco. Lo justo para observar a la clientela que, al contrario de lo que se pudiera esperar, es en su totalidad occidental. A lo mejor también te da tiempo a reparar en las paredes rojas y en los carteles que hay colgados y que mezclan modelos orientales y occidentales.

Alguno de los seis trabajadores de la plantilla, dos hombres y cuatro mujeres, salta, raudo y veloz, a atenderte. Puede que lo haga la jefa. Resuelta, cepillo en mano, su cabello largo y teñido de rubio le cae a ambos lados de la cara. Compensa la falta de fluidez a la hora de hablar en español con gestos, indicaciones y una sonrisa. No hay jerarquía clara a la hora de trabajar, todos lo hacen por igual, quien está libre en el momento, es quien te atiende. Se trabaja con rapidez y se hace lo mismo que se haría en cualquier otra peluquería: nada de lavados y pelados en seco, nada de exotismo en ese aspecto. Eso parece haber quedado atrás. Zhen ni hua se ha adaptado a los gustos y a las costumbres de los madrileños. Su intención es clara: captarlos como clientela fija. Y lo consigue.

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Por lo que dicen en sus conversaciones, la mayoría de las clientas son habituales. Hablan de la última vez que pasaron por la peluquería, cuentan los últimos cambios que ha habido en sus vidas, en las de sus hijos y en las de sus nietos. Son conversaciones que, sobre todo, entablan con Melisa González, la única española de la plantilla. Es peluquera desde hace nueve años y lleva cuatro trabajando en Zhen ni hua. «Trabajar aquí no es muy diferente de hacerlo en otras peluquerías en las que he estado, incluso con el tema de la comunicación: la mayoría habla bien y si alguien habla peor… nos entendemos igual», asegura la joven.

Precios y horarios, una manera de diferenciarse de la competencia

Lo que sí que son diferentes son los precios, que son más baratos. Lavan, cortan y peinan por doce euros, hacen la manicura permanente por diez. Es la forma de competir con las peluquerías de la zona. A pocos metros hay un centro solo dedicado al cuidado de las uñas: Ming. Allí, dos chicas jóvenes y un muchacho, el hijo de la dueña, hacen todo tipo de tratamientos a sus clientas al ritmo de música pop, eso sí, china. Además, muy cerca hay otras dos peluquerías españolas, más exclusivas, más caras.

Los horarios de Zhen ni hua también son diferentes. En este caso el estereotipo de la civilización china como una cultura dedicada al trabajo se cumple. Paco, como todos le conocen en el barrio y cómo él mismo decidió autodenominarse, lo corrobora. Asegura junto a Yong, uno de sus compañeros, que todos trabajan doce horas al día: desde las nueve y media de la mañana hasta las nueve y media de la noche. Aunque ambos aclaran que hay momentos en el día en que tienen menos carga de trabajo: «entonces aprovechamos para descansar, nos vamos a tomar un café al bar de enfrente por ejemplo». Paco es muy joven, habla bien, aunque a veces se traba. Lleva tres años en España. Cuando llegó no sabía ni una palabra de español, tampoco sabía nada se peluquería. Todo lo aprendió en Madrid, sobre la marcha. «Sin duda, lo más difícil fue el idioma, muy diferente del mío, pero la verdad es que ya casi no me acuerdo de lo duro del principio», comenta el joven.

Y mientras tanto, en la peluquería se sigue trabajando a contrarreloj. El tiempo es oro y ellos lo saben bien. Mientras uno peina a una clienta, la otra le pinta las uñas. No se pierde el ritmo, marcado por el sonido metálico de las tijeras y por el rugir de los secadores. Cuando sales de nuevo a la calle, recién «pelado», con tu renovado look y una sensación de ligereza, miras al interior del local a través del gran ventanal. Los empleados de Zhen ni hua siguen trabajando imbatibles, sin aparentes signos de cansancio, como hacen también los fines de semana y los festivos, jornada tras jornada.

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