Chamberí

La comida que los supermercados no quieren

Autor: Gema Conty/Lorena López

Una señora rebusca en los contenedores de un supermercado - Ignacio Gil/ABC
Una señora rebusca en los contenedores de un supermercado – Ignacio Gil/ABC

Cada día sobre las nueve y media de la noche sale de casa para hacer la misma ruta por los establecimientos del barrio de Chamberí. Espera a que los supermercados saquen los «excedentes del día» –por defectos estéticos o porque la fecha de caducidad es próxima– a los cubos de basura con los bolsillos llenos de bolsas de plástico. De ahí saca María, una viuda de 73 años, la comida que se llevará a casa, como si fuera la compra diaria, para poder llenar la despensa. «Muchos alimentos que encontramos están en buen estado y nosotros solo somos dos, así que no suelo tener demasiado problema para recoger suficientes productos. Por si acaso, suelo ir a otros dos supermercados», cuenta.

En los últimos años, Madrid se ha convertido en la capital europea con la mayor desigualdad entre ricos y pobres, según un estudio paneuropeo que analiza 13 países. Esta brecha social se ha traducido en un mayor número de personas en situación de exclusión social y en miles de familias con una economía complicada. Este es el caso de María. «Con mi pensión y con mi hijo en casa, no me da para pagarlo todo», cuenta esta jubilada que lleva cuatro años acudiendo a la hora de cierre de los supermercados de su zona para poder conseguir algo de comida.

Sabe que tiene la posibilidad de ir a comedores sociales o a asociaciones benéficas que le facilitarían su situación, pero siente que yendo a los mercados del barrio puede apañárselas y no tiene que pedirle nada a nadie. «Nosotros solo necesitamos un empujón para comer», dice. Habla en plural, pero lo hace incómoda. A la pregunta de dónde está su hijo contesta apenada: «Está en casa, no se encuentra bien de ánimos. Le cuesta mucho levantarse».

Junto con ella, son cada vez más lo que se congregan a las puertas de los supermercados esperando a que tiren la comida que ya no pueden vender al día siguiente. Ramona Coman es una de ellas. La vida de esta rumana no ha sido fácil. Hasta hace tres años, ella y sus dos hijas subsistían gracias a su trabajo, pero ya no. Cuando perdió su empleo como limpiadora intentó rápidamente encontrar otro, pero «la situación no era la ideal», comenta sin querer dar más detalles. Al no encontrar empleo, se vio obligada a rebuscar en la basura para dar de comer a su familia. «Es muy duro tener que hacer esto cada día, pero no tengo otra opción», comenta.

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Son muchos –y cada día son más– los que no quieren solicitar la ayuda que necesitan por vergüenza, dignidad o, simplemente, porque no aceptan la situación en la que se encuentran, y ven en los hipermercados una solución. «No quiero que mis hijas vivan esto, espero que solo sea una etapa», añade. Durante esas noches, esperando a los contenedores que traen la comida de mañana, ha visto muchas cosas. Desde recién llegados que se acercaban tímidamente –como un día hizo ella– a verdaderos profesionales como un «señor de unos cuarenta años que viene con su hermano y una furgoneta para cargar todo lo que puede».

Lo más impactante que Ramona ha llegado a ver no fue en la puerta de atrás de un supermercado, sino dos calles más allá mientras volvía a casa. Un adolescente esperó pacientemente a que un establecimiento de comida rápida cerrara y tirara los restos del día. Cuando todos se habían marchado comenzó a comer de dentro de la propia basura sin ni siquiera mirar lo que había dentro de las bolsas. «Estuvo esperando bastante tiempo, como si hubiera quedado con alguien; pero en cuanto cerraron, se lanzó al contenedor y comenzó a comer. Simplemente engullía todo lo que había», cuenta.

Pese a los grupos de personas que pueden llegar a reunirse, no son muchos los altercados que se viven. El guardia de seguridad, responsable del último turno de uno de los establecimientos, ve cada noche como se reúnen y afirma que, a pesar de que cada vez son más las personas, «son pocas las discusiones que hay entre ellos, suelen compartir bastante».

CONCIENCIACIÓN SOCIAL

El despilfarro es un problema de las sociedades desarrolladas que provoca la pérdida de miles de toneladas de alimentos cada año. «Hay lotes de comidas intactos», asegura una cajera. La responsabilidad del derroche se la reparten entre la cadena de abastecimiento: desde los productores a los consumidores, pasando por los distribuidores, comercializadores y restauradores. Y es que desechan comida porque tienen próxima la fecha de caducidad, no tienen el aspecto «adecuado» o, simplemente, falta de espacio en los almacenes para los nuevos lotes. Pese a todo, la tendencia de los clientes está empezando a cambiar con nuevos hábitos de compra. Muchos establecimientos están incorporando de un «apartado donde exponer estos alimentos –que tienen una fecha de caducidad próxima o una estética no tan agradable– con los precios rebajados» para reducir la cantidad de alimentos desaprovechados.

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Cada día se destruyen en España 21.000 toneladas de comida, de las que unas 1.000 son responsabilidad del sector de la distribución comercial, según FACUA-Consumidores en Acción. Los establecimientos tiran el 5% de la comida que se desecha al año, una cantidad que podría destinarse a dar de comer a miles de familias con dificultades económicas. En España no hay ninguna ley que prohíba arrojar los alimentos a los contenedores, como sí sucede en otros países en los que están obligados a donar la comida. Y aunque muchos sí tienen una política de donación de productos, entidades como Cáritas Madrid o el Banco Solidario de Mensajeros por la paz aseguran no recibir nada.

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