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El barrio de Salamanca pierde a sus tradicionales porteros

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Miguel Ángel Portillo en su conserjería. Foto: HHCH

Él está siempre ahí, en la puerta del edificio, como si fuera un guardián. Todos los que acceden al edificio deben pasar por su atenta mirada, pues él conoce desde hace casi un cuarto de siglo a los viandantes habituales del barrio de Salamanca.

Miguel Ángel Pradillo es conserje desde hace 22 años en el edificio 35 de la calle Conde de Peñalver. Desde su pequeño rincón situado al lado de uno de los tres ascensores y que está decorado con un calendario de pared, una pequeña mesita de madera vieja con papeles y un teléfono con cable, ha visto pasar gran parte de su vida y la de los vecinos. Asimismo, ha sido testigo de cómo su gremio ha sido relegado a un segundo lugar, mientras las cámaras de vigilancia y empresas de este sector ocupaban su posición.

Este trabajo, en el que empezó con 43 años, le ha otorgado la oportunidad de observar desde su rincón cómo ha ido evolucionando el distrito de Salamanca, uno de los barrios de mayor nivel de vida en Europa y en donde residía la gente de mayor poder adquisitivo de Madrid. «Antes vivían muchos matrimonios de personas mayores originarias del barrio en el edificio, gente de toda la vida, pero con el paso del tiempo fueron falleciendo y sus hijos se hicieron cargo de los pisos. Algunos los vendieron, pero generalmente todos fueron puestos en alquiler», explica Pradillo.

«Ahora en estos inmuebles vive gente muy joven, muchos de ellos ni son de Madrid y al igual que en el barrio se ha perdido la familiaridad, hay mucho movimiento porque los jóvenes van y vienen. La esencia y las personas no tienen nada que ver con las de antes, se ha perdido la esencia del barrio», sentencia, mientras sus ojos brillan recordando aquellos tiempos.

Porteros como signos de distinción

Durante esos años, uno de los signos de distinción de esta zona era que la mayoría de edificios contaban con conserjes y porteros, tradición que sigue vigente en muchos de ellos. «Es un barrio de más categoría, por lo que tener portero es signo de ello», afirma Pradillo. No obstante, al igual que se ha renovado el vecindario también ha cambiado la concepción de este gremio.

Aunque cuando él comenzó, en 1994,  este sector empezaba a decaer, pues anteriormente lo más habitual era ser portero y no conserje como le nombraron. Mientras que en el primer caso se vive en el propio edificio, en el segundo solamente se trabaja. Al ser su antecesor portero, la casa que le hubiera correspondido fue vendida y dejó a Pradillo sin esta oportunidad. Pero éste solamente era el principio.

Por un lado, antes se apostaba por que la seguridad de las viviendas se sustentara por la confianza que se depositaba en estas figuras por conocer las historias de cada uno de los propietarios. Sin embargo, esta realidad ha cambiado. El barrio cuenta con menor poder adquisitivo por lo que se buscan nuevas fórmulas para satisfacer las necesidades de los actuales inquilinos.

En estos momentos, como detalla Miguel Ángel, existen varias empresas que se dedican a ofrecer este servicio de forma fragmentada a través de diferentes empleados, es decir, contratan a personas para un tiempo concreto durante un mes o menos para cubrir el puesto y luego son relevados por otros, y así continuamente. «Nunca es el mismo», sostiene. «Esta opción sale más económica, pero a la larga la confianza no tiene nada que ver», declara. Como consecuencia, se pierde la tradicional figura del conserje o el portero.

Madrid, 27/03/2016. Cámaras de seguridad en la zona de Azca. Foto: Maya Balanya. ARCHDC
Cámaras de seguridad. Foto: Maya Balanya

Por otra parte, la forma de trabajar de estas empresas, se suma a la instalación de cámaras de seguridad. Pradillo rememora que cuando él empezó no existían, estaba solamente él contra los «peligros». Por eso, desde su popularización hace unos años también han afectado a la continuidad de la profesión en el distrito. «Las cámaras nos quitan muchas horas de trabajo y en ocasiones su existencia hace que no sea necesaria la presencia de una persona».

Miguel Ángel, ante estas nuevas tecnologías, no puede evitar recordar cómo salvó a una de sus vecinas de una estafa. «Una mujer entró y me dijo que iba al a un piso a ver a una propietaria que era viuda, un dato que era real, pero aun así me mosqueó porque nunca la había visto. Mientras ella subía por el ascensor yo subía por las escaleras para comprobarlo. La mujer le comentó a la vecina que otra le había dicho que le dejase unas llaves».

«Afortunadamente la propietaria no las tenía y le sugirió que seguramente se había confundido con la vecina de abajo, de modo que la mujer siguió sus indicaciones. En este caso sí las tenía y mientras le iba a dar un vaso de agua, iba a aprovechar para robarle. En ese momento entré y la eché. Menos mal». Esta simple anécdota retrata una triste realidad, una cámara podrá recoger quién fue la ladrona, pero solamente una persona que conoce el edificio podrá evitarlo.

Un sobreviviente menos

Sin embargo, desde el  1 de enero el calendario ha comenzado a ir hacia atrás para él; cada día es un día menos para que esta larga etapa de su vida se acabe. Se jubilará en el próximo 3 de febrero.

De este modo, el edificio número 35 se sumará a la inercia del barrio al incorporar una empresa que gestione la consejería con empleados que no conocen las historias de sus integrantes. «El dicho: te enteras más que las porteras porque sabían quién entraba y quién salía,  ha desaparecido», asegura.

Pero para Miguel Ángel, esta profesión que nunca se había planteado cuando era niño, «es un tesoro por cómo están las cosas ahora». «La voy a echar mucho de menos porque nunca he tenido problemas». A partir de entonces se dedicará a una de sus mayores aficciones, la caza, y a su familia, en especial a su nieto y al que viene de camino.

Pradillo es uno de los conserjes que abandonan el barrio y con él se lleva una parte de la historia del distrito. El futuro se avecina negro para ellos, pero lo que está claro es que ninguno de los que vuelvan a pasar por su consejería volverá a saber distinguir el ruido de los pasos de cada vecino y no sabrá quién es quién.

4 comentarios en «El barrio de Salamanca pierde a sus tradicionales porteros»

  • La sociedad esta cambiando a pasos agigantados hacia otra realidad social, ni mejor ni peor, pero con cambios drásticos que se lleva por delante costumbres y profesiones muy arraigadas en ella. No todos los cambios es a mejor y éste es uno de los casos que cambiará la imagen de un barrio y una profesión.

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  • Siempre son complicados los cambios en los hábitos, ahora, ¿este es necesario?

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  • Es una figura que se deberīa conservar. Las porterias daban seguridad.

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  • Me parece un reportaje muy interesante! Y opino que es un trabajo que debería seguir existiendo, y no dejarlo en manos de empresas, contratar a personas, que hay mucho paro, y sobre todo en personas mas mayores, que perfectamente pueden dedicarse a ello

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