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Un librero sin librería: la venta itinerante por los cafés de Malasaña

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El fundador de Café Literario Editores, Marcelo López Conde. Foto: Bruno Pardo Porto

Luis Herrero-Tejedor / Bruno Pardo Porto

Unos de los miedos de los madrileños castizos hoy en día es que sus bares y cafeterías típicas están desapareciendo. No es extraño que esa preocupación salga a relucir en las conversaciones que se mantienen en la capital. «Esto no puede ser. Han cerrado el bar Andrés y en su lugar ha aparecido un Starbucks. Madrid ya no es lo que era». Los tiempos modernos lo transforman todo, le roban su esencia a las cosas buenas de la vida, suelen añadir. «Como con los libros. ¿Quién lee hoy en día? Ahora solo existen las malditas pantallitas. Y el papel. El papel tan solo sirve para limpiarse el c….».

Ante los vientos de cambio imparables, sin embargo, existe gente dispuesta a plantarse. Tratan de clavar los pies en el asfalto movidos por la esperanza de detener el tiempo. En Madrid la palabra iniciativa, si tiene que ver con regresar a aquella época en la que todo era mejor, suele ir ligada al barrio de Malasaña. En los alrededores de la Plaza del Dos de Mayo no existen los Mcdonald´s, los Starbucks ni los KFC. Puede que sea la zona de la ciudad en la que se concentre el mayor número de bares «de los de antes» por metro cuadrado. Allí, también, todavía existen los lectores de papel.

Tal vez debido a esa esencia intrínseca que define desde hace tantos años el barrio, nadie repara en un hombre que se pasea por allí con varios libros debajo del brazo. Camina calmado; zapatos oscuros, pantalón negro, anorak azul. Su cabeza bien tapada por un gorro de la misma tonalidad. Se dedica a entrar en los locales, primero a uno, después a otro. Pasa poco tiempo en cada uno de ellos, no más de veinte minutos, y cada vez que sale a la calle lo hace menos cargado. Al final del día se marcha con los brazos vacíos, casi siempre.

Es Marcelo López-Conde, fundador y cabeza visible de Café Literario Editores, una «rara avis» dentro de los sellos literarios. Las tiradas de sus publicaciones no superan los doscientos o trescientos ejemplares y su catálogo no puede encontrarse en las librerías de Madrid, sino en los cafés de la zona. Su vida siempre ha estado ligada a la literatura. A los 18 años, incitado por su tía, se presentó a una prueba para acceder a uno de los bancos privados más grandes de Argentina. «El examen constaba de dos partes: una de números y otra escrita. Me dijeron que lo que había decantado la balanza a mi favor fue el relato fascinante que había escrito. Esa fue la señal definitiva».

En 2007, después de escribir su primer libro, cayó en la cuenta de las dificultades que tenía que pasar un escritor novel para ver su obra en la estantería de una librería. «Enviar cuentos y novelas a las editoriales tradicionales se tornaba complicado, cansado. Nunca había una respuesta ni sucedía nada. Por eso me pareció interesante comenzar por el camino de la autoedición», cuenta.

Ya con sus ejemplares en la mano, decidió pasearlos por los cafés de Malasaña para venderlos directamente al público. No le fue mal. Vio una oportunidad. En 2013 fundó su propio sello, dedicado a publicar a nuevas voces. «Tenemos de todo. Hemos editado a muy jóvenes, y gente de mediana edad y avanzada. No hay una edad en la que se te pase el arroz con la literatura. Yo he llegado a publicar libros de autores noveles de noventa años. La escritura es como la vida eterna. Hay un camino importante para no solo vivir tu vida sino varias. Depende la edad en que lo tomes podrás solucionar o mejorar cosas. Si lo tomas en el final de tu vida puede solucionar cosas y resarcirte de algo que te hayas dejado en el camino», relata.

La idea de prescindir de las librerías y establecer un contacto directo con el comprador tiene una explicación clara: «Yo creo que el producto es mejor que lo venda alguien, porque se ha perdido lo que había antes, cuando ibas a una librería y una persona te recomendaba libros y te aconsejaba. Hoy eso es difícil de encontrar. Y a la gente le gusta. Le gusta la cercanía. Estamos en época de crisis, o saliendo o lo que fuera. Hay que volver a recomenzar».

El librero «malasañero»

Son las siete de la tarde y una pareja se desea en una de las mesas del Pepe Botella, uno de los bares míticos de la Plaza del Dos de Mayo. No hacen caso a nada más; ni a las risas animosas de las demás gentes; ni al ruido de una taza que se resbala y cae al otro lado de la barra; ni a la música de jazz que envuelve con sutileza la estancia; ni, desde luego, a ese señor tan abrigado que acaba de entrar, libro en mano, empapado y sonriente por la puerta. El saludo les devuelve a la realidad, pero la amabilidad del tono no da opción a la suspicacia. «Buenas tardes, soy Marcelo, quería hablarles de esta iniciativa que estoy llevando a cabo».

Ilustración del Pepe Botella. Foto: Blanca Escrigas
Ilustración del Pepe Botella. Foto: Blanca Escrigas

La charla no dura más de diez minutos y al final, sin esfuerzo, el enamorado compra un ejemplar de «Cuentos de la otra orilla», de un tal Carlos Montuenga. «Sí, ya le había visto otros días en algunos cafés de por aquí, pero esta es la primera vez que me aborda a mí. Me ha parecido muy simpático, y la idea de vender los libros por los locales es una absoluta pasada». El que habla es Gabriel, un lector apasionado que ha encontrado en Café Literario Editores una mina donde descubrir nuevas voces. «Me gusta mucho leer y el hecho de que una persona te brinde la posibilidad de descubrir autores noveles, bien editados y a tan buen precio, simplemente es un regalo».

«No es como cuando te paran por la calle para venderte publicidad. Esto es mucho menos agresivo», añade. El procedimiento es siempre el mismo. Marcelo se planta delante de los comensales y les habla de su editorial, les enseña los diferentes ejemplares en venta y les ofrece la opción de adquirirlos. «Me ha enseñado tres obras distintas: una novela, un libro de poemas y esta recopilación de cuentos. Al final me he decantado por este. Me lo ha dedicado y todo. Esperemos que esté bien».

En la misma calle, un poco más abajo, Alicia, la camarera del Varsovia nos explica cómo conoció a este particular librero: «Un día entró por la puerta y nos explicó lo que estaba haciendo. Nos pidió permiso para hacerlo en nuestro bar y le dijimos que sin problemas. Desde entonces todos los días se pasa por aquí, siempre con varios libros, y trata de vendérselos a nuestros clientes».

Unos músicos tocan en la Plaza del Dos de Mayo. Foto: Julián de Domingo
Unos músicos tocan en la Plaza del Dos de Mayo. Foto: Julián de Domingo

Papel: el soporte rey

Aunque en 2006 el gurú de la tecnología Jeff Jarvis anunció el fin de las encuadernaciones con aquello de «el libro está muerto, larga vida al libro», más de una década después el papel no solo sigue existiendo sino que todavía representa el grueso del negocio editorial. En España, los ebook solo suponen el 5,1% de la facturación del sector. En Estados Unidos, cuna de la revolución digital, todavía tres de cada cuatro obras se venden en soporte tradicional.

De la misma forma que la televisión no mató a la radio, todo parece indicar que el libro va a convivir con el ebook durante mucho tiempo. «Creo que es un objeto que no se va a perder. Lo digital va a estar solo para algunas cosas. Por eso cuidamos mucho lo que hacemos, la parte física: fotografías de cubierta, buena edición, etc.», sostiene Marcelo.

Mientras la tecnología lo vuelve todo más inmaterial y sitúa el arte en una nube que nadie puede tocar, hay quienes echan de menos el sonido de la aguja rasgando el vinilo o el olor del papel, testigo privilegiado del paso del tiempo. Por eso Marcelo es optimista: «Puedo construir un proyecto. Lo estoy haciendo. Puedo editar otros libros y plantear un desarrollo. No sé dónde va a terminar. Lo que sé es el presente, que me obliga a estar todos los días en los cafés porque funciona. Debo seguir ocupándome de ello».

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