Vallecas

Los «millenials» de la Internacional

中國人民共和國旗及中國青年(圖中人物並非當事人,純為示意)

No conviene airear en el extranjero las intimidades del país más poblado del mundo. Por eso, este estudiante de finanzas afiliado al Partido Comunista Chino (PCCh) desde los 18 años, rehúsa dar su verdadero nombre y mostrar su rostro. Aunque ahora está viviendo en Madrid, sabe que la distancia no es un obstáculo para el Partido a la hora de tomar represalias.  La política para los chinos, dice Wei Chang (nombre ficticio), se basa en un contrato en el que las condiciones están muy claras: «El gobierno le da de comer al pueblo y el pueblo acepta el régimen».

Los motivos por los que un estudiante universitario ingresa en el Partido Comunista en China son los opuestos a los que abandera cualquier joven occidental al sacarse el carnet de la hoz y el martillo. Wei Chang no se afilió al PCCh para acabar con los bancos, sino para medrar en ellos.  Su única motivación para unirse a la causa del proletariado fue el interés personal. «Es útil ser miembro del Partido si te quieres dedicar a las finanzas», dice. Los grandes bancos chinos, los que reparten los beneficios más suculentos, son propiedad del Estado: el Banco Comercial de China, el Banco Agrícola de China y el Banco de Construcción de China. Todos los altos directivos financieros comparten la ideología del Comité Central. El renminbi, la moneda china, está bajo el estricto control de Pekín, y es necesario estar congraciado con el régimen si se quiere aspirar a un puesto en el sector bancario.

ENTRAR EN EL PARTIDO

No basta con rellenar un formulario para convertirse en camarada de Xi Jinping, actual presidente de la República Popular China. Antes de llegar a ser miembro de pleno derecho del PCCh ha de transcurrir un largo proceso de más dos años en el que el aspirante está continuamente bajo la lupa de los funcionarios de Pekín.  En el caso de los estudiantes universitarios, son los profesores los encargados de supervisar al candidato.

Son requisitos básicos las buenas calificaciones académicas y una disciplina impecable. Después de que los profesores hayan dado su visto bueno se abre un período «de observación» que dura hasta dos años en los que el rendimiento académico no puede decaer ni la disciplina torcerse. Además, el PCCh recaba las opiniones de los compañeros de clase sobre el aspirante e investiga a su familia para comprobar que no haya delincuentes ni críticos con el Partido. Tanto el padre como los abuelos de Wei Chang son afiliados, y otro de sus parientes ocupa un puesto de alta responsabilidad en el aparato del Partido. Sin embargo, en un país con una población de más de 1.300 millones de habitantes es difícil que a Pekín no se le escape algún secreto, como por ejemplo, la participación de la madre de Chang en las protestas de la Plaza de Tiananmén en el año 1989.

A Wei Chang no le cuesta admitir el enorme fraude que constituye el Partido al que pertenece: «Es posible que la historia que se nos ha enseñado no sea cierta, el Partido la ha maquillado». Es perfectamente consciente de que tanto él como otros miles de jóvenes pertenecen al PCCh por razones pragmáticas, no hay idealistas en sus filas. «No pasa solo con los estudiantes de Economía. Si quieres ser, por ejemplo, profesor, también es necesario ser miembro del Partido». Ese desapego de los jóvenes hacia el régimen será, en su opinión, el que más pronto que tarde lleve la democracia a China.

«Una vez que se muera la generación de mis abuelos, que son la base real del comunismo, todo cambiará. Mi generación ya ha recibido una educación muy diferente y nuestras ideas se inclinan hacia Occidente. Es una cuestión de tiempo y de que haya algún acontecimiento inesperado, como el hombre que se quemó a sí mismo en Túnez y desencadenó una revuelta».

LA RED QUE ATRAPA A LOS DISIDENTES

Si a Wei Chang le preguntan qué es lo peor del régimen en el que vive responde rápido: «La limitación del acceso a Internet». La preocupación del gobierno chino por el control de la red es cada vez mayor. Desde 2010 viene desarrollando un sistema basado en Big Data que The Economist ha bautizado como «el más ambicioso experimento digital en control social del mundo».

Treinta gobiernos locales han comenzado a recopilar datos sobre los ciudadanos para implementar un proyecto que busca explícitamente influir en el comportamiento de la sociedad. Miembros del gobierno chino han declarado que para 2020 este programa impedirá que «los ciudadanos que no sean de fiar den un solo paso». Aunque aún no se conoce el funcionamiento exacto de esta herramienta distópica, basta con entender sus objetivos para echarse a temblar.

«El gobierno ha creado un muro que nos impide a los jóvenes conocer las páginas web y las redes sociales extranjeras», explica Chang, «Internet es un medio para comunicarse con el resto del mundo, por eso han montado ese cortafuegos de la red». Desde Pekín no sólo se preocupan por vetar el acceso de sus jóvenes a webs extranjeras. También tienen a sueldo a un ejército de spammers, conocidos despectivamente como el Partido de los 50 centavos, dedicados a publicar comentarios favorables al gobierno para dar la impresión de puertas para afuera de que los chinos están conformes con el régimen. Wei Chang es paciente: «Es cuestión de tiempo que todo caiga».

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