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Los prostitutos, de la calle a la red

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Hace apenas dos semanas que los neones del mítico bar de copas de Chueca Black and White se apagaron definitivamente. Los secretos de sus paredes se quedaron encerrados. Allí, mientras las Drag Queens se soltaban la peluca en el escenario y los más discretos se desmelenaban cantando I will survive, los chaperos negociaban su caché con los clientes en un entorno de absoluta complicidad. Fue el más conocido de los muchos locales en los que se ejercía la prostitución masculina. En los últimos años su ambiente se fue desplazando hacia Boyberry y otras discotecas de la zona, saunas y clubs especializados en los que 10 euros con consumición abren las puertas de un particular jardín de las delicias.

En la calle Almirante no queda casi ni el recuerdo de sus chicos y frente a la tienda de abanicos de la Puerta del Sol los grupos merman cada vez más. La razón es simple: la calle es dura y sus clientes son mayores y se van muriendo.

El oficio, sin embargo, está viviendo un repunte. En el año 2016 más de 5.000 personas se registraron en telechapero.com. Ésta página, junto con otras webs como todoalterne.com, pasión.com e incluso los clásicos dominios de compraventa de productos de segunda mano compiten con el proxeneta tradicional como mediador entre cliente y prostituto. Los pisos de alterne, las agencias de escorts, las saunas y los locales de sexo son menos hostiles que la calle. Por otro lado, las nuevas tecnologías transformaron el negocio dando visibilidad, independencia y facilidades a los trabajadores sexuales.

El último reducto céntrico donde se continúa ejerciendo la prostitución es la calle de la Ballesta. Por sus callejones transversales los coches circulan despacio para captar a los travestis que ofrecen sus servicios. Hace seis años que Gloria se trasladó desde Bulgaria. Trabaja a caballo entre Ballesta y Fuencarral, pero solamente de noche porque no quiere que los niños la vean: «Ellos perciben cosas de manera diferente a los adultos y se desconciertan. Yo soy prostituta, y además soy travesti». Es coqueta, se perfila la mirada con una línea felina de precisión milimétrica y bajo su párpado inferior le gusta dibujarse tres estrellas.

«Paso miedo todas las noches», confiesa. «Los clientes quieren pagarme lo que no encuentran en su casa, muchos están casados y son padres. Algunos son bruscos, incluso desagradables, no es un oficio fácil y muchas veces me asusta que puedan abusar de mí, robarme o irse sin pagar». Gloria se expresa de manera muy delicada. Explica los pormenores de su oficio con un tono suave y elegante, con la dulzura de quienes hablan de amor.

Las sombras de la calle

«La prostitución en la calle es la más dura, es intercambio de servicios puro y duro. Los chicos piensan en el dinero inmediato, no existe el concepto de fidelizar al cliente. Es la que mengua, afortunadamente, porque los trabajadores de la calle ejercen por necesidad. Los clientes son hombres mayores y los trabajadores en muchos casos son heterosexuales y ejercer les resulta muy desagradable, por eso son mucho más agresivos. Muchos de ellos son personas sin hogar que compaginan la prostitución con pequeños delitos», explica Iván Zaro, trabajador social y experto en prostitución masculina.

Es la que se ejerce, entre otros lugares, en la Puerta del Sol. Junto a la boca de metro de la calle Montera, en torno a las ocho de la tarde, acuden a su cita un grupo de personas mayores que se reúnen para charlar como quienes van al bar. Son los clientes. Frente a ellos, junto a la tienda de Vodafone, el grupo de chaperos espera su llamada. Muchos son viejos conocidos que llegaron a establecer cierto vínculo de confianza mediante las relaciones sexuales continuadas. Es una moneda de dos caras, pues en ocasiones los ancianos, excesivamente confiados, fueron víctimas de robos y violencia. Incluso en 2010 la violencia se cobró la vida de un cliente a manos de dos trabajadores.

Zaro sintió la necesidad de contar y denunciar la realidad «invisible» y cruda a la que estaban sometidos muchos prostitutos. Eso lo llevó a recorrer calles, saunas, pisos y todo tipo de rincones de alterne para hacer la investigación. En su libro «La difícil vida fácil» da voz a quienes no se atrevían a alzarla por su cuenta.

Su implicación llegó a tal punto que fundó la ONG Imagina MÁS, donde se ampara al colectivo: facilita a los trabajadores sexuales apoyo psicológico, asesoramiento jurídico y orientación sanitaria para prevenir las ETS (enfermedades de transmisión sexual).

También consiguen la reinserción laboral de quienes la solicitan. «Suele ser porque la prostitución es un oficio que, a fin de cuentas, tiene fecha de caducidad y muchos no consiguen adaptarse a los tiempos. Al final siempre va a haber chicos más jovenes, más guapos, con más energía y conocimiento de internet y se acaban viendo desamparados y con la autoestima muy baja», cuenta Zaro.

Para casos de extrema necesidad, la ONG cuenta con un piso de acogida en el que se buscan soluciones para los casos más delicados. Los de extranjeros recién llegados que no tienen domicilio, personas sin hogar que buscan la reinserción o chicos que se encuentran en una situación extrema: «Se dan casos de chicos que trabajan en saunas las 24 horas y duermen allí porque no tienen casa. O que viven en los pisos de alterne donde he llegado a ver habitaciones muy pequeñas para muchos chicos que duermen en literas rodeados de cucarachas. Encima trabajan más horas de las habituales al vivir con el proxeneta».

Saunas y pisos, el trampolín de los principiantes

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«Lo habrás visto en muchas películas antiguas. Los clientes van a una casa, los atiende la madame y llama a las chicas, ellas entran en fila al salón donde el cliente elige a la que más le gusta. Los pisos funcionan igual, pero con hombres» explica Zaro. «Normalmente los chicos que van suelen ser los más jóvenes. Muchos de ellos son extranjeros que no tienen internet y todavía no se saben mover en este mundo».

Julio es un joven español de 25 años al que han ofrecido iniciarse en el alterne en discotecas de ambiente, pero nunca se atrevió. Sin embargo, es de los pocos de sus amigos que no practica sexo por dinero: «Me han ofrecido cosas rarísimas, un hombre adinerado me ofreció un contrato de trabajo de ‘pornochacha’, básicamente. Trabajar en su casa con un contrato y una nómina mensual como parte del servicio de limpieza pero incluyendo favores sexuales», confiesa. No tiene pudor al contar las situaciones escabrosas que ha llegado a vivir o las prácticas extrañas que le pidieron a él y a sus amigos. También se hace eco de algunos de los testimonios positivos de sus allegados. En su grupo de amigos, muchos se dedican a la prostitución: “Está de moda últimamente, chica, todo el mundo es chapera, dj, travesti o escritora”, comenta Julio aludiendo al incremento de la prostitución. «Uno de mis amigos, extremadamente joven, empezó en un piso para darse a conocer. Encontró a un sugar daddy, para que me entiendas, es como un patrocinador. Pero con derechos. Ahora vive la vida y viaja por el mundo cobrando un dineral. Otro conocido en vez de gastarse el dinero en fiestas y caprichos ahorró y en 10 años se ha comprado 3 pisos y tiene su negocio».

En cuanto a las saunas, Zaro señala que muchos chaperos encuentran una opción para trabajar comprándose bonos con descuentos y ofreciendo allí sus servicios: “Van tanto personas anónimas como también profesionales del sexo”.

Pedro trabajó durante meses en el club nudista privado The Ring, donde se practica la libertad sexual y ofrece diferentes servicios para que los visitantes practiquen sexo, comparte sin tapujos su experiencia y explica la diferencia entre una sauna y este tipo de locales: «En clubes como The Ring vas a lo que vas. En las saunas sin embargo no tiene por qué. Hay una tendencia últimamente que es la de ir a una sauna como quien va a un after, se toma la última y se va a casa. Si te apetece echar un polvo, lo echas, sino no».

El joven dejó su trabajo por puro desgaste. «Yo siempre fui muy abierto, incluso promiscuo. Desde que trabajé ahí cambió mi concepto. No es que viese violaciones, pero sí abusos y situaciones muy bizarras. En estos locales se tiende en los últimos años a abusar mucho de las drogas y he visto a chicos guapísimos y jovencísimos enajenados yéndose con viejos que le hacían de todo aprovechándose de su estado. Otro problema es la poca concienciación con las ETS. De 350 personas que podía llegar a albergar el local, al barrer recogía sólo 40 condones. Últimamente enfermedades como el VIH no se toman tan en serio, se plantean como la diabetes, que te tienes que tomar una pastilla al día y ya está. Se está viviendo un proceso muy peligroso de despreocupación».

Estupefacientes, ETS y problemas psicológicos

Las drogas y las enfermedades son la principal preocupación de la ONG de Zaro: «El consumo de estupefacientes muchas veces está muy ligado a la prostitución, el cliente lo ve como algo lúdico con lo que se divierte como habitualmente hace y quiere que el trabajador sexual participe en estas prácticas. Las enfermedades venéreas son otro problema. Muchos chicos acuden a nosotros para informarse o para que les ayudemos a conseguir asistencia sanitaria en el caso de extranjeros sin papeles. Cuando se produjeron los recortes en sanidad este colectivo se quedó muy desamparado y asistimos a casos de chicos que no se podían pagar el tratamiento. En cuanto a los problemas psicológicos se deben sobre todo a la presión social que se ejerce sobre ellos. La prostitución masculina sigue siendo un tabú. En el caso de los chicos heterosexuales que tienen relaciones con hombres la presión psicológica es muy fuerte y en el caso de los homosexuales el estigma a lo largo de su vida es a veces muy grande también. Son entornos a veces muy violentos que pueden desencadenar enfermedades mentales como la esquizofrenia o el trastorno bipolar».

Pedro, como testigo, confirma la información del experto: «Trabajar en el club cambió mi forma de enfrentarme al sexo, en parte lo agradezco. Ahora, sin embargo, me cuesta confiar en los demás, en mis parejas, en las personas que voy conociendo. He visto demasiado y el problema de las prácticas sexuales con drogas es de lo más peligroso. Personas pinchándose para practicar sexo, así de fuerte, es una moda ahora mismo, se llama slam. La más habitual es la mefedrona o tina».

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Prostitución entre rejas

«En la cárcel el sexo siempre fue la moneda de cambio» explica Mario, funcionario de prisiones. «Lo practican tanto personas homosexuales como heterosexuales, de forma consentida y no consentida muchas veces. Al final lo acaban normalizando porque pasan mucho tiempo sin ver mujeres y es su manera de pagar las deudas, de todo tipo, desde las de protección hasta las relacionadas con las drogas y demás chanchullos», explica el funcionario. «Luego hay casos concretos como el de Severino, que ya era chapero fuera y aquí lo sigue siendo por 5 euros el servicio o a cambio de tarjetas de teléfono», explica.

Narra también el caso de un trabajador sexual de 25 años interno en la prisión en la que trabaja: «Se dedicaba a prostituirse con guiris viejos y cuando acababa el servicio le abría la puerta del apartamento a un compañero, entre los dos le robaban todo lo que tenía, pero un día se les fue de las manos y mataron al cliente. Ahora está en enfermería, estaba tan atormentado por los remordimientos que lo persigue el fantasma de aquel hombre, dice que le habla, se le acabó yendo la cabeza».

 Escorts y gigolós, la cara más amable

La prostitución de lujo masculina se desarrolla en entornos totalmente diferentes. Las cifras que alcanzan las tarifas se pueden equiparar a las de altos puestos ejecutivos: desde 150 a 350 euros la hora. Entre 1.000 y 2.000 euros si se trata de pasar una noche entera juntos, y con viajes de por medio las cantidades se multiplican.

El perfil y las exigencias son diferentes y, aunque el denominador común es el sexo, los clientes que recurren a contratar escorts piden un cierto refinamiento y saber estar en los trabajadores: nivel cultural aceptable, buena conversación y trato agradable. El prostituto, en este caso, sí fideliza. Sabe cómo expresarse para agradar a su acompañante.

Álex tiene 38 años, y al salir de trabajar ofrece sus servicios a mujeres y parejas que lo solicitan: «Se me presentó la oportunidad de hacer algo que me gusta y la aproveché». El madrileño conoció el mundo swinger –intercambio de parejas–, nunca entendió de tabúes en el sexo.

Reconoce que puede llegar a ganar alrededor de 4.000 euros al mes a pesar de no aceptar acostarse con hombres. Sin esa restricción llegaría fácilmente a los 15.000. «Una parte muy complicada de mi trabajo es la del saber decir no. Yo sólo me niego a dos cosas: consumir drogas y ejercer con hombres, no es mi condición. Con españoles nunca tuve un incidente desagradable, con extranjeros de cierto estatus,sí», confiesa.

«Hay menos mujeres que hombres que soliciten nuestros servicios. Las que acuden suele ser por un desengaño amoroso, una mala racha sentimental que afecta a su autoestima o por despecho. Algunas reinciden, yo desde luego intento que lo hagan y no voy a decir que se establezcan entre nosotros lazos de amistad profunda pero sí una complicidad especial. Compartes momentos muy íntimos, al acabar el acto solemos charlar y siempre surgen ciertas confesiones de intimidades y problemillas. Recuerdo un caso concreto que me conmovió. Una mujer con la que en la primera cita fue imposible consumar, incluso se tomó un trankimazin. En los siguientes encuentros me contó que su marido llevaba diez años sin tocarla. Después de esa confesión me sentí partícipe de su desgracia. Con el paso del tiempo se fue sintiendo más segura de sí misma, empezó a concebir la vida de otra manera tanto en el plano sexual como en el social. Hizo amigos, se acostaba con otros chicos, me conmovió muchísimo porque además es una persona maravillosa».

En el caso de los escorts el viraje del modelo de negocio es el mismo, la figura del proxeneta tiene cada vez menos protagonismo mientras profesionales independientes como Álex ejercen con total libertad el oficio más antiguo del mundo a través de la red.

Profesionales como Pedro, Severino, Julio, los chicos que frecuentan el bar de Pedro y los trabajadores como Alejandro representan diferentes aristas del tabú de la sexualidad. Iván Zaro y su equipo luchan cada día por darles visibilidad. El trabajador social recuerda el consejo que le llevó a escribir su libro: «Un día un amigo me dijo durante mi investigación que la única manera de salvarlos era escribir esta historia, me di cuenta de que tenía razón, y lo hice».

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