Malasaña

El patio Aleatorio de los poetas

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Por Bernardo Álvarez Villar y Bruno Pardo Porto

«Gracias por vuestro silencio». Se apagan las luces del Aleatorio. Solo un foco ilumina al poeta Carlos Salem, que comienza a hablar. «Como siempre, dedicamos esta jam a algunas muertes absurdas e ilustres. Hoy recordamos a Fernando VI el Prudente, a Catalina la Grande y al dictador argentino Videla, que tuvieron el dudoso honor de morir sentados en la taza del váter». Reina en el bar un ambiente extraño y encantador, de cerveza y literatura, de edades distintas unidas por el verso, de intensidad y humor. «La gente que tiene una vida sexual sana no está leyendo poesía un miércoles por la noche», continúa Salem mientras sonríe. Después, da paso al primer poeta de la velada, que tiene cinco minutos para recitar.

«Una jam es un espacio de expresión para que la gente pueda mostrar lo que hace sin la presión de que sea un concurso, sin un baremo de ser mejor o peor. Aquí yo no mido a nadie, cada uno viene, lee lo suyo y genial. No hay una finalidad ni una exigencia, es un espacio abierto, como un patio», explica Salem, poeta argentino afincado en España que introdujo este formato en nuestro país hace once años. Entonces, empezó a capitanear las jams poéticas en el ya desaparecido bar Bukowski, muy cerca del actual emplazamiento del Aleatorio. Cuando Escandar Algeet, uno de los fundadores de este, recuperó el formato para su bar, no quiso hacerlo sin la voz de Salem como presentador y animador de la velada para revivir el espíritu del Bukowski.

Poco antes de las nueve de la noche, la hora en la que se supone que comienza la jam, Salem se acerca a todas las personas que hay en el bar y pregunta «¿vais a leer?». En una hoja de papel apunta los nombres de los poetas, que van pasando en orden por el escenario para recitar sus obras. Al público solamente se le pide una cosa: silencio. Algeet está recluido tras la barra sirviendo cervezas y «ensaladillas soviéticas», pero también se anima a leer algunos de sus poemas. «La jam es el sitio donde en realidad da igual», cuenta, «nadie viene a verte a ti. Nadie viene a ver a nadie. Es un sitio de primeros pasos, de desvergüenza, de aprendizaje».

«Como la casa de mamá de los poetas»

En el número 7 de la calle Ruiz, a pocos metros de la Plaza del Dos de Mayo, el corazón de Malasaña, está el Aleatorio: «Bar contra cultura», como se lee en su cartel. Con menos de cinco años de andadura, el local se ha consolidado como un bar de referencia en el circuito literario madrileño: para este mes de mayo ya tienen todas las noches ocupadas con alguna actividad. Fue un largo proceso de aprendizaje, de ensayo y error lo que les llevó a convertirse en uno de los núcleos de la cultura alternativa: «Hay un feedback obligatorio entre lo que proponemos y lo que la gente quiere. De las ideas que teníamos al principio, unas han permanecido y otras se han desechado», dice Algeet. No es solamente poesía lo que se oye en este local decorado con muñequitos extravagantes y libros tras la barra. Todos los domingos se representan obras de teatro, si bien con menos éxito que las veladas poéticas como reconoce Algeet.

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«Es un bar bastante horizontal, rescatando el espíritu de Malasaña de siempre», destaca Salem, «si quieres hacer un evento aquí con solo pedir fecha te lo dan y no te cobran por hacerlo. No están pensando “vamos a poner el sábado al poeta más taquillero”». El pub se nutre principalmente de gente joven, por debajo de los treinta, estudiantes, punks, lesbianas o una chica de instituto que va a recitar por primera vez acompañada de toda su familia. Sería en vano hacer el intento de ponerle una etiqueta a la poesía que se lee en el Aleatorio. Hay poetas buenos, regulares y malos; poemas amorosos, metafísicos, costumbristas, humorísticos… Todo el mundo se saluda, todos se conocen después de muchos miércoles juntándose a recitar versos. Salem lo explica mejor: «Esto es como la casa de la madre, todos acaban volviendo a buscar los tuppers de poesía».

No es casual que, cada miércoles, no tengan problemas para llenar el bar. Desde unos años para acá se ha producido un movimiento creciente de popularización de la poesía: recitales a rebosar, rapsodas con miles y miles de seguidores, cifras de ventas increíbles para el género. «Hay una eclosión muy grande. Yo siempre digo la misma frase: cuando baje la espuma, veremos qué altura tenía la ola», explica Salem. También dice que, a veces, se pierde un poco lo importante, que hay calidad que se diluye en los aplausos, que no se termina de distinguir lo realmente bueno de lo que no pasa de ser efectismo. Pero lo primordial es la vida del verso. «Hay una explosión editorial, se están haciendo un montón de libros. Existe un circuito que ampara a las nuevas voces», resume el poeta extremeño Julián Portillo, que acaba de publicar Resistencia al fuego.

Un saco demasiado revuelto

Se ha intentado colocar este fenómeno bajo el marchamo de «nueva poesía» o «poesía joven», como si un mismo perchero pudiese sostener todo el vendaval literario que se está produciendo. «Eso de nueva poesía es una ridiculez, no hay nada nuevo. Meten todo en el mismo saco», critica Salem. Cuenta el escritor que en un recital reciente al que lo habían invitado junto a Ana Rossetti, Escandar Algeet y María Sotomar, el cartel del acto los englobaba como “poesía joven”. «Entonces dijo Escandar: ‘pero si el más joven soy yo y tengo 32’», recuerda Salem mientras se ríe. «Se confunde que haya una horizontalidad donde todo el mundo puede leer en las jams y mostrar lo suyo en las redes sociales”, continúa, “con el hecho de que todos seamos fáciles».

Para Escandar Algeet, el panorama es muy diverso aunque sí intuye ciertos rasgos comunes: «¿Generación? Toda poesía, igual que toda creación artística, es hija de su tiempo. Entonces, siempre va a haber movimientos comunes porque tenemos problemas comunes y un lenguaje común. A partir de ahí, yo creo que hay tanta variedad de voces como ha habido a lo largo de la historia».

La de José Luis Álvarez (1945), el «jabalí de la poesía», es la voz más veterana que frecuenta las noches del Aleatorio. Su planta, que hace honor a su apodo, su timbre ronco y la elegante factura de sus versos hacen de él una presencia como venida de otra época. Admite que su hábitat natural son los «recitales más académicos», aunque se siente cómodo en el ambiente del local, donde todos le conocen: «Estoy con gente joven, que es mejor que estar con gente de mi edad», dice. El motivo que le lleva a la jam de los miércoles es el de fichar talentos para sus recitales. «Hay que dar opción a que los poetas jóvenes vayan saliendo adelante», defiende.

Un comentario en «El patio Aleatorio de los poetas»

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