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Librería Mujeres, el eterno bastión del feminismo

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La contundencia del rótulo de la librería Mujeres provoca la inseguridad de los curiosos. Al «¿Pueden pasar hombres?» Elena Lasheras, miembro fundador de la librería, siempre contestó de la misma manera: «Los inteligentes sí, tú sabrás». Tras la fachada violeta, en la tienda de la calle San Cristóbal sigue latiendo un viejo compromiso: «Aunar la voz a todos los feminismos sin defender una postura concreta». Sólo venden y editan obras escritas por mujeres, si se cuela algún escritor en los anaqueles es porque el contenido de su obra está muy relacionado con la causa feminista, pero se cuentan con los dedos de las manos.

Alba envuelve los volúmenes con el cuidado con lo que lo hacían su madre y su abuela, sigue librando cada día la batalla que conoció desde niña. «Sus libros y su feminismo marcaron mis decisiones vitales», confiesa. Una herencia inevitable que caló también en su hija Elena, la última promesa de la estirpe Lasheras al frente del negocio. A menudo las tres generaciones coinciden tras el mostrador ya que su madre, incapaz de desvincularse completamente de la causa sigue «velando por él desde su dorada jubilación».

Alba Varela confiesa que el proyecto es «difícil y hermoso a la vez porque cuesta ganarse un sitio tras las grandes corporaciones». Las mayores dificultades en los últimos años surgieron en por los recortes de las ayudas a la edición del Instituto de la Mujer. Estas ayudas consistían en la compra anticipada de las colecciones y, lo más importante, la difusión de los libros por su entorno natural: las diferentes bibliotecas nacionales, que hacían llegar su mensaje a quienes lo necesitaban. «Ahora pasamos por ciertas dificultades porque cuando conseguimos ahorrar algo lo invertimos en reeditar», cuenta la librera. Resalta un valor que se niega a quebrantar: «Nos resistimos a recurrir al crowdfunding y otros tipos de mecenazgo porque creemos que el apoyo a la cultura y la igualdad deben ser algo estructural que todos paguemos con nuestros impuestos y de forma colectiva. Si eso falla de ahí al desastre hay un paso».

Los esfuerzos económicos de los últimos meses se  centran en dar forma a una nueva colección que verá la luz próximamente: «La siembra de nuestras hijas», una polifonía de nuevas voces del feminismo actual. Con respecto a los títulos todo son reservas: «El primer volumen será una sorpresa, la autora está en la cárcel, no te digo más».

Esta colección completa a su predecesora: «La cosecha de nuestras madres», un proyecto que vio la luz en el año 2000 en el que recuperaron libros de autoras feministas que estaban desaparecidos. Entre ellos «El cuarto propio», de Virginia Woolf. «Lo que nuestras madres plantaron, nosotras lo cosechamos», así lo define Alba, que continúa su legado cerrando el círculo e incluyendo en su esfera literaria a las nuevas generaciones.

Mujeres

Para ellas es primordial permanecer vivas en el entorno editorial porque «la creatividad literaria y el ensayo político son una herramienta para conseguir el cambio social», indica Alba. De esta forma también tienden una mano a las mujeres escritoras que «siempre lo van a tener más difícil que los hombres en el negocio editorial».

Así de tajante se muestra, y sus argumentos son contundentes: «El cuerpo de una mujer siempre va a ser un estorbo para todo. Por cómo nos ven y por cómo nos sentimos». Y plantea una triste paradoja: «Las mujeres leemos a los hombres y los hombres leen a los hombres», lamenta. Termina su reflexión recuperando su tono combativo habitual parafraseando a la escritora Grace Paley: «Ya es hora de que nos devuelvan la cortesía».

Recuerda con rabia los tiempos en los que increpaban por la calle a su madre y a su abuela acusándolas de «feminazis», las mañanas que llegaban a la tienda y se encontraban la puerta sellada con silicona y las amenazas telefónicas que nublaban el semblante de su madre. La cara menos amable de una vida entregada a la lucha. Quisieron ser un agente más del cambio social desarrollando en su librería talleres y actividades enfocados a la educación sexual y a la liberación de la mujer tras cuarenta años de invisibilidad durante el régimen. De esta forma Elena Lasheras junto con sus dos socias Ana Domínguez y Dolores Pérez continuaron con el legado de una anterior generación de luchadoras.

Nacimiento de la librería Mujeres, escenario del cambio social

En 1975 nada quedaba ya de los rescoldos de la antigua carbonería que ocupaba el local de la calle San Cristobal en los aledaños de la Plaza Mayor, el rumbo de este espacio giró definitivamente tras las I Jornadas Feministas de Madrid cuando las pequeñas asociaciones de la época sintieron la necesidad de encontrar un espacio en el que poder enlazar sus fuerzas para abrirse paso en la sociedad. Jimena Alonso era una acérrima feminista que abandonó la facultad para dedicarse por entero al activismo. Ella expresó por primera vez la idea abrir la librería en la que pudieran reunirse periódicamente las diferentes asociaciones, una iniciativa que nació tras varios encuentros con otras representantes del movimiento feminista en la época como Manuela Carmena, Cristina Almeida y Cristina Alberdi. Finalmente una cooperativa de 200 mujeres encabezadas por Jimena Alonso consiguieron su refugio en 1978, las participaciones eran de 20.000 pesetas. Las portadas del escaparate escondían la lucha que se desencadenaba cada día en la trastienda buscando el cambio social, estos encuentros fueron el germen de la Ley del aborto y el actual Instituto de la Mujer.

La creación de la institución en 1983 provocó que las jóvenes activistas viesen cumplidas sus expectativas y cerrasen el negocio continuando su labor en otras direcciones. Fue entonces cuando Ana Dominguez y Elena Lasheras se conocieron a fuerza de verse a diario en la guardería de sus hijos. Dolores Domínguez completó el triángulo y la madre de Elena se unió al proyecto como «socia capitalista», juntas abrieron una librería en el barrio de Ventilla. Daban difusión a libros no convencionales y muy difíciles de conseguir en aquella época, el denominador común de todos ellos eran los diferentes movimientos sociales. No sólo se enfocaban en la temática feminista, también tenían cabida las temáticas anticapitalistas y antirracistas. Como en el establecimiento de Jimena Alonso, en su trastienda también estaban sucediendo cosas, al igual que en otras librerías de la periferia madrileña de entonces.

Pero el centro comercial La Vaguada se erigió en el barrio de Fuencarral como un coloso que condenó a muerte a los pequeños comercios de la zona dejando las libreras sin un techo que las cobijara en su lucha. Mientras tanto, las jóvenes feministas abandonaban las instalaciones de la antigua carbonería del centro de Madrid. Unas y otras sintieron que las cosas pasaban por algo, devolvieron su razón de ser a la librería Mujeres y la vieron crecer hasta convertirse en un referente dentro del movimiento feminista.

 

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