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Un político libanés exiliado en Madrid

Parque Natural de Al-Shouf Cedar, en Ain Zhalta (Líbano). Fotos: Cedidas por M.S.

Líbano, el país del cedro, símbolo de la prosperidad y felicidad. Allí donde arraigan unos valores y principios sólidos que «suelen confundirse con el inmovilismo moral», explica M.S., «no nos gusta hablar de la guerra, pero hablamos», previo acuerdo para proteger la identidad familiar. El exilio político alejó a su padre de las raíces de su país y tuvo que poner rumbo a Madrid, cuando Líbano dejó de ser la Suiza de Oriente Próximo.

«En un conflicto de todos contra todos se fracturó la convivencia entre cristianos, musulmanes, chiíes y suníes», así resume M.S. la guerra civil libanesa (1975–1990). Desde entonces el país no se ha recuperado económicamente. «Ahora sigue habiendo corrupción, huelgas y altas tasas de desempleo, pero desde hace más de cinco meses no hay gobierno», lamenta, «no se ponen de acuerdo porque todos quieren más representación que el otro, pero no se repetirá otra revuelta, no interesa por el clima de hostilidad que continúa en Siria».

Después de la guerra civil libanesa, la comunidad chií ganó representación dentro de una sociedad con mayoría suní. «Los chiíes antes estaban marginados, eran vistos por el islam sunita como una herejía, no se les consideraban musulmanes y eran perseguidos», dice M.S., «entonces Musa Sadr consiguió que tuvieran voz y representación». Él fue el imán que fundó el Movimiento de los Desheredados, que daría lugar a El Movimiento Amal, organización política chií. «También intentó unir a musulmanes y cristianos, y con su carisma logró muchos seguidores sin discursos violentos. Hacía temblar a los gobiernos árabes de esa época», añade.

Un cartel en la zona sur de Líbano muestra las buenas relaciones entre Amal y Hezbolá, a la izquierda Musa Sadr y a la derecha Nasarallah

Unos avances que se frenaron con su desaparición tras una invitación de Muhamad Gadafi, anterior presidente de Libia. «Se estaba persiguiendo y matando a la gente de El Movimiento Amal y mi padre ya era político del Movimiento», narra M.S., «desde la organización le dieron la oportunidad de irse fuera y eligió España porque pensó que sus valores y cultura encajarían mejor por la influencia árabe, pero le llamó la atención el rechazo hacia ese pasado».

A sus 21 años y respaldado por Amal, le dieron el cargo de representante de los estudiantes libaneses que iban a España, «les ayudaba y orientaba, pero también a los iraquíes o iraníes de la misma ideología», explica su hija. Los días pasaban, al igual que los años como dueño de un restaurante en Lavapiés. Era el momento de obtener la nacionalidad española, pero M.S. sonríe al recordar por qué la rechazó: «Israel fue reconocido como Estado, y cuando fue un día a la comisaría el policía que estaba allí le preguntó de qué lado estaría él, porque en caso de guerra España apoyaría a Israel. Por este tipo de comentarios no la quiso cuando tuvo oportunidad».

Los ciudadanos con nacionalidad libanesa que se encuentran en España son la cuarta comunidad más numerosa de Oriente Próximo. Según datos del último informe de la Unión de Comunidades Árabes de España, en 2017 había 1.838 fenicios. Los sirios (5.187), iraníes (3.967) y turcos (3.819) fueron los tres más numerosos, respectivamente. Los ciudadanos iraquíes (1.329), jordanos (1.191) y saudíes (747) estuvieron por debajo del dato de los libaneses.

«Ahora mismo viven expatriados muchos más libaneses que los que residen en Líbano», afirma M.S., «es un país que no tiene recursos, gran parte de la población son refugiados y en este momento están luchando en la mendicidad». Debido a la proximidad geográfica de la República Árabe Siria, Líbano es el segundo mayor receptor de refugiados de esta guerra por debajo de Turquía, según las últimas cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. «Los sirios están deseando volver a su país, no quieren ocupar Líbano ni quedarse», sostiene, «los jóvenes libaneses también se quieren ir, allí prospera quien puede irse fuera».

Se lanzan a la búsqueda de un destino incierto, lejos de las raíces de esos cedros. Son historias de distintas generaciones, con más o menos similitudes. «El futuro de Oriente Próximo lo veo mal porque siempre interesa que Oriente esté así, las potencias aprovechan las relaciones entre países árabes, los factores socio-económicos y las crisis humanitarias para mantener las bases militares y la interferencia extranjera», dice M.S. Las personas se convierten en figuras de ese tablero de Oriente, donde los países extranjeros juegan militarmente: «Tienen esa mentalidad imperialista de controlar lo que no les compete, el problema es que desde Occidente no se respeta, me gustaría que hubiera mayor independencia en política exterior, todos están muy vinculados a Naciones Unidas o a la OTAN».

Es por ello que las visiones son diferentes según el lugar del mundo desde donde se observe, «aunque se quiera hacer creer que Líbano es una zona insegura, no lo es. El sur tampoco», aclara M.S., «es una zona muy militarizada para que no haya atentados, de hecho la zona más insegura es el norte porque está más metido Dáesh». Esto es solo un ejemplo; otro es el de los estereotipos. «La gente debe saber que hay diferentes facciones, diferentes modos de vida, de sociedad y que conviven. En un pueblo te puedes encontrar la imagen de la Virgen María y al lado la imagen del Imán Husayn ibn Ali», asegura la hija del político exiliado en Madrid, «no tenemos que ser todos iguales para que haya paz, tiene que haber respeto, pero a veces se quiere mirar Oriente con la mentalidad de Occidente y no tiene nada que ver».

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