ActualidadCentroCoronavirus

El bingo mantiene el pulso al Covid-19

 

Un cartón de bingo junto a un gel desinfectante (Foto: Teresa Rodríguez)

El emblemático Bingo Roma, que nació en plena movida madrileña, continúa ofreciendo a los visitantes entretenimiento, a pesar de ver reducida a la mitad la afluencia de sus usuarios. «Se nota que muchos de nuestros clientes más mayores han dejado de venir por miedo al coronavirus», comenta Félix Martínez, director de sala de juego. El temor al contagio disminuye las ganas de apostar, pese a los esfuerzos que hacen las organizaciones de los bingos madrileños para adoptar las medidas  necesarias. «En el bingo Roma queremos que nuestros usuarios se sientan seguros, como en casa. Esta batalla la ganamos todos juntos si seguimos las directrices establecidas por las autoridades sanitarias», dice Félix.

El miedo, las restricciones y las limitaciones de aforo han reducido al 50 por ciento la actividad de los bingos madrileños. De hecho, el protocolo covid se ha endurecido en la tercera ola, modificando y adelantando el horario de cierre a las nueve de la noche, lo que ha supuesto una drástica reducción en la factura de tales establecimientos. «El aficionado al bingo viene sobre todo por la noche y apuesta sumas más que interesantes», recalca un miembro del personal de la sala Canoe.

El sonido de las monedas sin parar, el ruido y los golpes de frustración de los que juegan en la zona de las máquinas tragaperras han podido con el Covid-19. Pasillos de entrada y salida, mesas desinfectadas, gel hidroalcohólico en cada mesa, rotuladores individuales, distancia de seguridad  entre los jugadores y la obligación del uso de la mascarilla en la sala son las restricciones sanitarias que garantizan la seguridad de los clientes. «Este bingo es de los mejores en relación con el tema de  la pandemia. He ido a otros y tienen menos medidas de seguridad. Aquí no te dejan sentarte donde quieras y son muy estrictos en el tema de la mascarilla; cuando ven que alguien no la lleva puesta y no está consumiendo, le llaman rápidamente la atención», comenta una mujer residente en el barrio Salamanca.

La sala está llena de gente pese al aforo limitado, pero nada es lo que era. El Covid se ha llevado la emoción y la alegría que los jugadores compartían con los compañeros de mesa y  han sido sustituidas por miradas cómplices y nerviosas. Cantar bingo, celebrarlo  y socializar con el resto de la mesa. Eso quedó en el pasado. En época de pandemia, en cada mesa solo se permite sentarse a dos personas con una distancia establecida de dos metros entre jugadores, a excepción de si son convivientes que se permite como máximo cuatro personas. Casi nadie habla con nadie. Todos están a lo que están: concentrados en el juego. Por lo que es difícil diferenciar entre los grupos de amigos que vienen a disfrutar y jugar un rato, de los expertos que se toman la partida muy en serio. Una mujer de mayor edad confiesa que viene todas las tardes desde hace 20 años. «Me gusta venir aquí porque en casa me siento sola y esto es divertido. Antes de la pandemia venía con mis amigas pero ahora vengo sola», comenta sin perder de vista la tira de cartón que garabatea, desprende aura profesional. Como ella, hay muchas más mujeres de alta edad jugando solas.

Otra de las salas más veteranas de la capital es el Bingo El 7,  enclavado en Doctor Esquerdo, que también ha visto reducida su actividad. Los números lo reflejan. «Hace apenas un año, la afluencia de usuarios al día era alrededor de 500 personas y ahora se han reducido a 200», comenta el gerente. Pese a que muchos de sus mayores se han mantenido fieles a probar si la suerte les acompaña en época de pandemia. «El perfil continúa siendo el mismo, la mayor parte son de tercera edad. El bingo para ellos es un refugio y aquí se sienten acompañados», señala el personal de sala.

En pleno paseo de la Castellana, la sala Canoe es un emblema de la capital, cada año más de 400.000 personas pasan por sus salas pero los estragos de la pandemia han provocado que desde su apertura en 1978 nunca se haya visto tan vacía. «Nuestro bingo al ser tan grande en estos tiempos resalta mucho el descenso en la afluencia. Nos esmeramos día a día para ofrecer  un lugar de ocio lo más seguro posible», comenta uno de los trabajadores.

Ahora más que nunca se puede percibir la concentración y el nerviosismo de los jugadores, el ruido de los bolígrafos al caer contra la mesa, la rabia y los chasquidos de desaprobación de los desesperados al no cantar bingo tras llevar cartón tras cartón. La normalidad está lejos de llegar a los salones de juegos pero cuando pase todo esto, porque pasará, cientos de personas, especialmente los de la tercera edad, volverán a abarrotar las salas y disfrutar del animado y concurrido ambiente.

Tal vez, el Covid-19 haya reducido el aforo de los bingos y le haya robado una parte de su esencia, pero aun así sigue siendo el lugar de los jugadores, en el que el tiempo vuela y el sitio idóneo del tándem de azar y suerte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *