Hortaleza

Un pueblo debajo del asfalto

Imagen de la Gran Vía de Hortaleza. Por Andrés Aragón

Madrid es un animal salvaje. Se mueve por instintos primarios y devora en caso de necesidad. Nunca pasó tanta hambre como en la Guerra Civil, y a su término la Junta de Reconstrucción le sirvió un banquete que se había cocinado durante medio siglo: la anexión de 13 municipios. Uno fue Hortaleza, que 60 años después sigue latiendo debajo de la ciudad.

Hortaleza sigue existiendo para el visitante que camine con los ojos abiertos, que en la ciudad ya no son muchos. Conserva la frontera que siempre tuvo, aunque con otro nombre. Durante siglos su cordón umbilical fue la carretera que le unía con la capital. Hoy se llama López de Hoyos, desemboca en la Gran Vía de Hortaleza y a su alrededor respira el barrio.

Esta arteria hace las veces de metrónomo y marca el ritmo al que se mueve la vida. Cuanto más lejos de ella, más cadencioso es el paso, hasta que al llegar a la Calle del Mar Negro, revive la antigua Hortaleza. Casas bajas, calles estrechas y negocios anunciados con pintura en las paredes. Un cuadro ajeno al tiempo.

«Esto no ha cambiado nada. Algunas cosas se han remodelado, no muchas, pero más o menos es la misma gente. Se conserva como pueblo hasta en las costumbres. Todos los vecinos se conocen mucho y en verano hasta sacan las sillas a la calle para hablar», comenta José. Él es zapatero y regenta desde hace más de cuatro décadas «El Sanatorio del Calzado». Sólo el nombre dice mucho del trato que se puede recibir.

Comparte fachada con la «Joyería Hermanos Garzón», otra de las constantes del paisaje de Hortaleza. «Esto sigue siendo un pueblo. Aquí continúan los vecinos de toda la vida y se conocen igual que siempre. Éste es el lechero, el de más allá el carnicero… Lo que sí se nota es el paso de tiempo, que no perdona», dice Francisco. A diferencia de la zona de construcción más reciente, el interior no ha tenido relevo generacional. «La pena es que se está quedando aislado. La gente nueva que viene desprecia todo esto, y al final quedan los cuatro señores mayores de siempre», resume.

La gente joven prefiere estar cerca de la Gran Vía de Hortaleza. En realidad, siempre fue así. «Bajar allí es como si se viajara a la ciudad. Donde ahora está el Carrefour, antes había unas eras en las que los chavales se juntaban a jugar», señala Luis. Él apenas cuenta la treintena, pero su apego al barrio les ha convertido en un gran conocedor de su historia.

El Camino de las Manoteras

Cerca de lo que hoy es un centro comercial pasaba el Arroyo del Quinto, que cruzaba la vecina Mar de Cristal y la sede del Comité Olímpico Español en dirección al Parque Juan Carlos I. Quien quisiera visitar Madrid debía tomar el sentido contrario y avanzar hacia el sur. No muy lejos quedaba el cruce de caminos con Canillas. Allí tiene su peluquería «El mudo», conocido así de manera irónica por su facilidad para intercambiar párrafos. «Llevo 42 años aquí y esto ha cambiado bien poco. Ahora es un barrio viejo, un barrio que ya no aspira a más. La juventud no aparece», sentencia después de presumir de haber pasado por la tijera a todo el barrio.

A un lado de esta encrucijada quedaba Pinar del Rey. Al otro lado, el Camino de las Manoteras, transformado desde 1958 en un barrio más de Madrid. 15 años y tres planes de urbanismo le dieron el aspecto que hoy conocen sus vecinos. «Cuando llegamos aquí lo único que había era un Caja Madrid. Todo era un monte. Había un camino viejo por el que teníamos que subir para ir a comprar las cosas». Habla Ángel, que llegó desde Lavapiés hace 40 años. Lejos quedan los tiempos en los que un consultorio médico, una bodeguilla y el conocido como «mercado azul» monopolizaban la vida del barrio.

La iglesia de madera, uno de sus pequeños atractivos, se perdió en un incendio. Su lugar en la Avenida de San Luis lo ocupa un parque de bomberos, según cuenta Ángel. «Cuando queríamos ir al centro subíamos por allí para coger el 49, que llevaba hasta el Barrio del Pilar.Ya más tarde Tierno Galván inauguró la carretera de acceso y todo esto cogió más vida.

En su ruta nace Valdebebas, una nueva población que hace sólo medio siglo era otro arroyo de Hortaleza.

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