Chamberí

«La cerveza ha salvado muchas vidas»

Botellines de cerveza en el escaparate exterior de La Casa de la Cerveza. Por C. Castellón

Groucho Marx afirmaba que bebía «para hacer interesantes a las demás personas». Y aunque la intención del mismísimo dios Osiris no fuera la de convertir en más atractivos a sus feligreses, la mitología egipcia le atribuye a él la invención de la cerveza. El presidente del tribunal de los muertos imaginó el fermento del trigo no como una bebida sino como un alimento más y casi tan importante como el pan. Aún hoy se sigue utilizando el método de los «dioses» para la fabricación de «Tutankhamen Brew», una marca de cerveza que recrea la receta original a partir de los jeroglíficos que la Universidad de Cambridge descubrió en el Tempo del Sol de Nefertiti. El líquido dorado siguió caminando junto a la historia de la humanidad y la fórmula se fue depurando hasta culminar en miles de variedades diferentes.

La Casa de la Cerveza de Chamberí trae a Madrid —desde 32 países del mundo— más de 500 tipos de sabores diferentes. Casi tantos como mitos rondan alrededor de la bebida. Que si es el mejor aliado en las batallas contra la resaca, que si dos botellines de las de trigo constituyen una estupenda cena o que si su consumo moldea el torso de los parroquianos redondeando las barrigas hacia la «curva de la felicidad». Sin embargo, todos los que se prestaron a acompañarme a la cata lucen una figura equilibrada, a pesar de ser fieles convencidos de cenar con una caña.

La dueña del local, Ana del Collado, asegura haber probado todos y cada uno de los tipos de cerveza que han pasado por su bar. Es más, garantiza tener una marca favorita, que prefiere no desvelar, aunque sí que me da dos pistas: «Es belga y tostada». A pesar de conocer a fondo los sabores de cada botellín y de cada grifo, no está segura de poder identificarlas en una cata a ciegas, aunque apuesta a que su hija Andrea, con la que regenta el establecimiento, sí que podría hacerlo. De hecho es ella la encargada de realizar catas para los camareros para que conozcan en profundidad los productos que venden.

Comienza la cata

Me senté frente a la abultada carta decidida a pedir la botella con mayor graduación. Mi año de residencia en suelo teutón y mis cuatro Bierfest (Fiesta de la cerveza) de experiencia —el callo que el asa de la jarra acuñó entre el índice y el pulgar de mi mano derecha lo certifican— respaldaban mi capacidad de asimilación. Al fin y al cabo no todo el mundo va siempre preparado con un cinturón-abrebotellas ni tiene sobre la estantería del salón un botellín con su cara impresa. Sin embargo, no me esperaba un ejemplar de 18% de alcohol, la «Brewdog Tokyo» jugaba en otra liga diferente a mis expectativas y yo al día siguiente tenía que escribir estas líneas.

Finalmente me decanté por una «Grimbergen Optimo Bruno» con solo 10 grados. El resto de los participantes apostaron, al igual que yo, por cerveza belga de importación: «Bruggle triple», «Charles Quint» y «Judas». Lucas —con nombre de evangelista— acusa a ésta última de recibir la denominación del apóstol debido a que tanto el líquido como el discípulo de Cristo pueden llegar a ser «muy traicioneros». A lo que Juanjo apostilla que tres «Judas» es un «botellón».

Jarra de cerveza hecha en madera de la Segunda Guerra Mundial. Por C. Castellón

Y es que, tal y como indica Collado, si hay algo que caracteriza a cada marca son sus anécdotas. «La cerveza está muy relacionada con la historia de la humanidad. Antes de su invención la gente moría por culpa del consumo de agua contaminada. Tras la fermentación del grano el agua quedaba purificada y gracias a ello se salvaron muchas vidas», sostiene. Madre e hija son apasionadas de la historia del arte —Andrea aún está cursando esa carrera— y trabajan actualmente en la redacción de un libro que relata el origen y las efemérides de todas las variedades del local. Me cuenta alguna de ellas, como que la única marca conocida española que sirve en su bar, «El legado de Yuste», fue elaborado por un maestro cervecero traído de Alemania por Carlos I para que fermentara cerveza durante su retiro en el monasterio extremeño donde murió. O que un par de botellines de la «Bass» inglesa hacen su aparición en el cuadro «Bar en el Folies-Bergère», de Manet.

La decoración de La Casa de la Cerveza nada tiene que ver con el bar de variedades que plasmó el pintor francés en su lienzo. Las paredes del local están llenas de carteles promocionales, posavasos y botellas vacías de cientos de marcas diferentes de la bebida que da nombre al lugar. Una larga y curva barra de madera sujeta los casi 30 grifos del bar y unas cuantas mesas completan la decoración. Entre tanto, nos traen el pedido. Cada uno en un vaso diferente. «Es importante servir cada cerveza en su copa correspondiente para que la espuma se pose de la forma correcta y se conserven sus aromas», explica Collado.

— ¿Se nota la diferencia si se toma la cerveza de un recipiente diferente al que debería?

— ¿Notas la diferencia si bebes vino de un vaso de plástico o de una copa buena?— responde.

Apostilla que no le duelen prendas en regañar a los clientes que se lanzan a echar un trago directamente de la botella. «Si hay alguna marca que se puede tolerar beberla del botellín yo las llamo directamente malas cervezas». Aclara que en los países de climas suaves como España o Latinoamérica están acostumbrados al consumo de esta bebida como método de refresco, y que por ello los buenos ejemplares se encuentran en el norte de Europa y del continente americano. El local está plagado de vasos de diferentes cortes, formas y tamaños. Algunos de ellos con su historia propia como una jarra de madera de la Segunda Guerra Mundial que consiguió en una subasta.

Bajo la excusa de «periodismo de investigación» robo un sorbo a cada uno de mis compañeros de mesa. No es casualidad que todos hayamos apostado por la cerveza belga, no solo por tratarse de uno de los lugares abanderados del dorado elemento, sino porque el bar cuenta con 123 variedades diferentes procedentes del país del chocolate. A mitad de la copa comenzamos a sentir los primeros síntomas de embriaguez, así que decidimos mitigarlos acompañando al alcohol con algo sólido: Nachos con queso y salchichas alemanas. «Al igual que las cervezas siempre traemos la comida del lugar de procedencia», apunta la dueña del bar. Con la única excepción de la marca «Heineken», que al tener fabricación en España les resulta imposible importar un barril desde Países Bajos. Collado asegura que a pesar de tratarse de la misma marca la «Heineken» holandesa sabe «totalmente diferente» de la nacional.

El picante de los nachos nos hace beber más rápido de lo esperado y pedimos una segunda ronda. Javi repite en su elección. La «Bruggle Tripel» cautivó su paladar con su aroma amargo. Lucas innova con una «Delirium nocturna» —envasada en una preciosa botella de cerámica—, la más suave de todas las que probamos, y yo encargo media pinta de «Trappe Quadruple» de grifo. Juanjo rehusó a su derecho a pedir una segunda caña y se fue enfadado por el empate del Real Madrid en Castellón. Poco a poco el bar se fue vaciando y solo nos quedamos los camareros, nosotros y una extraña sensación entre embriaguez y pesadez de párpados. «La cerveza me ha dado sueño», apostilla Javi. Abandonamos el bar con el pensamiento de volver y de no dejar Madrid sin catar las 528 variedades diferentes del bar, incluyendo las de frutas, la de chocolate y la japonesa. Si nuestro «juicio final» lo presidiera Osiris, nos ganaremos su apoyo en vida honrando su invento.

 

2 comentarios en ««La cerveza ha salvado muchas vidas»»

  • Muy cerca, casi en la misma calle puedes encontrar el Oldenburg, que tuvo el record Guinnes por tener el mayor número diferente de cervezas en el menor espacio posible.

    Eso sí no esperes tomarlas, son de adorno. El local es pequeño, y no tendrán todas la que veas par tomar fresquitas.

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  • Vea este testimonio, por youtube (dele copy/paste) tal vez le interese lo que oirá. Dios le bendiga.

    Testimonio del infierno y el cielo.Virginia Nolasco. COMPLETO .(Perú)

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