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Moratalaz celebra la calma general

La Lonja de Moratalaz estaba repleta de público y de locales abiertos. Por Á. Calleja

He comprado tabaco en el estanco de siempre, me he acercado a los bares de siempre y he comprado unas patatas en el «chino» (ahora es casi un centro comercial) que abrió en Marroquina hace unos pocos años. Tengo la impresión —estoy convencido— de que los chinos de Moratalaz ni se han planteado cerrar un día por una huelga convocada por un tal Méndez y un tal Toxo, tanto monta, monta tanto. Los pequeños comercios, alma y el motor de este barrio, no cierran por una reforma laboral que no les afecta más de lo que ya les afecta la propia crisis, que solo salva a los negocios de lujo.

En Moratalaz estaba abierto el estanco, la churrería, el bar de Don José, que hace esquina y siempre huele a ensaladilla de bufé libre, la tienda de colchones y la tienda de marcos. También el videoclub de siempre que ahora es un servicio técnico para iPhones, iPads y Tabletas. Casi nadie quiere perder un día de ganancias, 24 horas de esperanza de hacer sonar la caja. Tan solo permanecía cerrado el quiosco, cuyo silencio estático recordaba que España estaba hoy de huelga. ¿Por qué en la mañana de una huelga el sol parece más sombrío y los árboles parecen más tensos y estirados? No lo sé, pero a mí me lo parecía viendo a ese quiosco chapado frente al sistema, como una tortuga romana protegiéndose de los pinchazos y de los recortes.

Lo más huelguista que ha visto hoy Moratalaz ha sido la manifestación de por la mañana, a la que han acudido unas mil personas y unos catorce perros, todos flanqueados por la Policía Nacional. Había un padre que no paraba de usar el silbato mientras acariciaba la cabeza de su hijo, que tenía pinta de no enterarse absolutamente de nada. Por el Camino de los Vinateros un tipo sacó una bandera de España por el balcón. Sin águilas y sin toros: la bandera de España. Los manifestantes comenzaron a silbar y a gritar «¡Que se tire, que se tire!» o «¡No nos mires, tírate», mientras el tipo, muy a gusto con su hazaña, hacía fotos al gentío.

Al término de la marcha se pudo escuchar alguna frase impactante, de las de puño en alto, como la de «llamamos a los trabajadores y a las trabajadoras a derrotar al Gobierno y a su reforma laboral. Hay que luchar, no negociar». También, uno de los organizadores cogió el micrófono y dio las gracias a todos, incluido a la Policía por permitir que la marcha se desarrollara de forma pacífica. El hombre tuvo que rectificar antes de que los silbidos fueran a más. Con todo, la manifestación contra la reforma laboral fue pacífica. Ya no se escuchaban los gritos de la madrugada en La Elipa que decían «a obrero despedido, patrón colgao», o «si esto no se arregla, ¡guerra, guerra, guerra!». Esta marcha era mayoritariamente de jóvenes, a quienes la lucha de clases ya les queda lejos.

Envidia de huelga

«¡Qué envidia me daba ver a los manifestantes pasar por aquí!». Mari Carmen trabaja en un puesto de la ONCE junto a la estación de autobuses de Pavones, justo por donde transcurrió la manifestación. Una chica, me contó al terminar la marcha, se acercó a pegar una pegatina del 29-M a su puesto, pero cuando vio la actitud cómplice de Mari Carmen cambió de idea. «Si pudiera haría huelga», me confesó. Lleva siete años trabajando en la ONCE y uno en su actual puesto de boletos. Su contrato termina en abril. «Este país es una merienda de negros», decía. «Yo he llegado a tener contratos de una semana».

Mari Carmen es una señora ancha, afable y con el pelo teñido de granate. Lleva una silla de ruedas. Según me relató, estuvo dos meses en el Gregorio Marañón para tratar unos trombos en las piernas (causados por su escasa movilidad) y no pudo conseguir la baja. En estos tiempos que corren, pedir la baja es todo un riesgo laboral. Y unirse a una huelga, en ocasiones, también. «Nosotros ya veníamos sufriendo la reforma laboral desde antes», explicó refiriéndose a los recortes de sueldo que había sufrido su empresa. Nos despedimos porque había que comer.

Las tardes de huelga son más comprensivas, y por eso el sol de Moratalaz volvió a ser el de siempre. El dueño del bar de enfrente ya no estaba tenso por sus cristales. El día antes, un sindicalista le había comentado lo bonitos que eran.

Di la bienvenida a mi rutina. La calle no respiraba huelga, y yo tampoco. Entonces llegué al portal de mi casa y me topé con la sorpresa. Ese tipo de sorpresa de cuando corres a por café a la cocina y recuerdas al abrir el armario que no, que no has llegado nunca a comprar el café que necesitabas desde hace tres días. La cerradura de mi portal estaba rellena de silicona. Fue entonces cuando, varias horas después, volví a recordarlo. España estaba de huelga. Esa cerradura rellena me recordó que la reforma laboral es, para muchos, un auténtico fastidio. «Es verdad. España está de huelga», pensé. En las centrales sindicales, en el quiosco y en mi cerradura.

Un comentario en «Moratalaz celebra la calma general»

  • Solo decirte que eres un mentiroso,no cuentas la verdad de los echos en la manifestacion de moratalaz,la bandera era expuesta por una señora provocando a los asistentes mientras su marido se dedicaba a hacer cortes de mangas a todo el personal,era una huelga para defender los derechos de los trabajadores,nada de politica en este caso,no manipules por favor,por cierto Alvaro,ya veo que no hiciste huelga,ni de consumo tampoco ,porque ya veo que has consumido cantidad de pollas de tus jefes,como un dia normal en tu vida,un saludo,,,,,no hay nada mas estupido que un obrero de derechas,,,

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