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Chamartín tiene forma de chimenea, pero hoy tampoco echó humo

Piquete en las cocheras de la EMT. Por N. López

Dicen que Chamartín tiene forma de chimenea, aunque nunca se le ha visto echar humo. Tampoco hoy, cuando los sindicatos auguraban cierta crispación social. El norteño distrito amanecía despejado: en el cielo y en los ánimos.

Cogí el metro, línea 6, en Manuel Becerra. Pero antes, me acerqué al quiosco de la plaza y le pedí a Concepción el ABC. «Niña, hoy es huelga, no vienen los periódicos», me comentó. Primer síntoma de la fiebre que acuciaba Madrid. Fiebre leve. Al menos, en mi barrio.

Bajé en Nuevos Ministerios e hice el intercambio a la línea 10. Los servicios mínimos funcionaban bien a las 7 de la mañana. Bajé en Plaza de Castilla, los trajes de chaqueta abandonaban la cafetería y andaban con paso apresurado hacia las Torres KIO. Igual que el corazón del consumo de Madrid, Salamanca, el corazón financiero, en el que también se incluyen las Cuatro Torres Business Area (CTBA), se mantenía ajeno a la huelga. «En un momento de crisis económica, me parece lógico que hagan una reforma laboral. La gente protesta por protestar», explica Enrique, que trabaja en el edificio de Bankia.

De camino a CTBA, me sumerjo en la estación de Chamartín. Allí hay cerca de 15 agentes y varios furgones a la espera de que pase algo. «Llevamos aquí desde las 4 de la mañana y no ha habido ni piquetes ni incidentes. Esperemos que no ocurra nada a lo largo del día», explica el subinspector de la Policía Nacional. Cerca de las 9 horas, los pasajeros comienzan a llegar y hacen cola en el Café Café de la estación. Los maletines se balancean y se oyen resoplidos: la gente tiene prisa, algunos llegan tarde, aunque los trenes no se han retrasado demasiado. Algunos, incluso, llegan demasiado pronto: «He salido media hora antes de lo habitual por si tenía problemas, y he llegado… ¡media hora antes de lo habitual!», explica Rosana entre risas.

Las tiendas de la estación, en su mayoría, están abiertas. Peluquerías, tiendas de chucherías y quioscos –donde la gente pedía los periódicos del día y la respuesta era una negativa–. Las señoras de la limpieza, deambulando entre policías y pasajeros, esperan que acabe la jornada laboral. «Hijos. No tengo nada más que decir. Mi miedo son mis hijos, no los políticos. Mi marido en paro, tres niños… Y si me quejo, a la calle», cuenta Marisa. Este miedo generalizado lo comparten más personas hoy en Madrid.

Son las 10 y de la torre de PriceWaterhouseCooper (PwC) bajan algunos oficinistas a almorzar. Lo suelen hacer en la cafetería que hay en el complejo hospitalario La Paz. La tristeza revestida de sonrisa, las sonrisas sinceras y la sincera tristeza circulan sin reparar las unas en las otras. Miguel –que tiene 36 años y trabaja en PwC– no quiere hacer huelga porque le gusta su trabajo y no quiere perderlo, y Antonio –que tiene 68 y diabetes– no puede hacer huelga porque su salud se lo impide.

Los clientes piden el ABC en el quiosco situado entre CTBA y el hospital La Paz. Por N. López

Entre las Cuatro Torres y La Paz, hay un colorido quiosco. «José, ¿no tienes el ABC?», le pregunta un cliente. «No, pero traerán en la siguiente tanda». Me escurro hasta la zona wifi del hospital para tuitear que, al menos en Chamartín, habrá ABC, y me cruzo con una enfermera que está sentada en las escaleras. Aprovecho para preguntarle por qué no secunda la huelga. «Creo que frente al derecho individual a hacer huelga está el derecho del paciente a ser bien atendido», sentencia. Tuiteo y busco otro horizonte. Pero antes, compruebo que los clientes tienen su ABC –u otros periódicos– bajo el brazo. Me temo que muchos no están preparados aún para un mundo sin papel.

ABC llega, por fin, al quiosco. Por N. López

Enfrente de La Paz está la Colonia San Cristóbal, una hilera de casas que se construyeron para los trabajadores de la Empresa Municipal de Transporte (EMT). Precisamente en estas cocheras de la EMT (las cocheras Fuencarral B, la más grande de la capital) comenzó un piquete a las 5 de la madrugada. Llegué a las 10:30 y unos 50-60 trabajadores aún seguían en pie de guerra rodeados de más de 30 policías municipales y nacionales. Según comentaron los agentes, trataban de «evitar que los piqueteros se abalanzasen sobre los autobuses» como hicieron de madrugada.

El 114 se dispone a salir de su escondite para meterse en la guarida de los huelguistas. «Cabrón. «Hijo de puta». «Piensa en tus hijos», se escucha en la espesura de las voces que echan humo.

La situación se repite como el gag de una película durante una hora. La multitud se dispersa; hay enfado, hay cansancio; hay crispación. Los policías también arrancan. Y yo desando el camino recogiendo los pedazos de un mapa que aún está sin cartografiar.

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