Norte

«¿Qué quieres saber?»

 

Gio durante la entrevista.
Gio durante la entrevista.

Tiene apenas 22 años, se sienta en una silla a la esquina de la mesa. Con un aire entre tímido y curioso, se quita el gorro de lana negro y me pregunta qué quiero saber. «Quiero saberlo todo, empieza por dónde naciste». Después de una primera frase las palabras le salen solas y no para hasta contarme cómo los acontecimientos le han llevado del este de Europa al norte de Madrid. No habla un español fluido. Me cuesta más hacerme entender que entenderle.

«Me llamo Gio y nací el 24 de agosto de 1990 en la ciudad de Batumi». Batumi es la tercera ciudad de Georgia. En este lugar costero vivió hasta los 9 años. Esta época le trae buenos recuerdos: excursiones a la playa con toda la familia, paseos en bici con su padre pedaleando por las calles de la ciudad. Diez años más tarde, sus padres deciden separarse y Gio se muda con su madre y su hermana mayor a otra de las grandes ciudades del país: Telavi. Al poco tiempo de llegar allí, a su madre, Dalila, ya le rondaba la idea de venirse a Madrid en busca de una vida mejor. En Telavi carecían de agua y luz, y la corrupción estaba a la orden del día. Gio recuerda que los jóvenes se agrupaban en bandas para cometer pequeños delitos. La policía estaba comprada, me dice: «con dinero conseguías lo que quisieses».

Dalila quería otra clase de vida para ella, para Gio y para su hermana. En 2005, cuando Gio tenía quince años, se trasladó a Madrid. Dejó a sus hijos en casa de su abuela materna, en una ciudad al oeste del país: Ozurgeti. Este fue el hogar de Gio durante más de tres años. Ozurgeti no supera los 21.000 habitantes. Fue una vida tranquila. La ciudad, más pequeña que Batumi o Telavi, era acogedora. Como cualquier chico de su edad su vida consistía en ir al colegio y divertirse con sus amigos. Ya tenía pensado reencontrarse con su madre en España. Hacía un año que su hermana mayor había terminado el colegio y se había reunido con Dalila en Madrid.

Se sacó un billete. Pero unos días antes de la salida hacia España, su país entró en guerra. Era la segunda guerra en veinte años. Gio me explica que su país se levantó para recuperar sus tierras, que Osetia del Sur les pertenecía y que les robaron aquella valiosa parte de su patria. Osetia se había declarado independiente de Georgia en 1991, después de luchar contra el pueblo georgiano, y lo volvería hacer en el 2008, cuando les volvió a derrotar. El conflicto hizo que adelantara su viaje. Subió a un autobús hacia Turquía. En Georgia se reclutaba a los jóvenes a partir de 18 años para ir a la guerra y Gio no quería que le encontraran en su casa. Tuvo suerte. Justo una semana después de su partida su abuela recibió la temida visita. Triste pero aliviada les dijo que su nieto no se encontraba en el país.

El viaje de Gio fue largo. Desde el autobús que le llevó de Ozurgeti a Turquía, y antes de abandonar tierras georgianas, vio aviones sobrevolando las ciudades, vehículos militares por las carreteras y soldados patrullando las calles..

En Turquía se montó en un tren que le llevó hasta Eslovenia, donde rápidamente cogió un avión a Barcelona. Desde allí, otro autobús le reunió por fin con Dalila y su hermana. Su madre hizo de un piso en la localidad de Alcobendas su hogar. No fue por casualidad. Muchas familias georgianas que como Dalila y Gio buscaban una vida mejor se asentaron en este lugar. Gio conocía a la mayoría de los chicos del barrio, algunos amigos de toda la vida como Ica, que años más tarde le conseguiría un trabajo temporal como camarero. Muy pocos tenían papeles. Habían aterrizado en España en el peor momento. La crisis empezaba a dar señales de vida y nadie les contrataba.

La casa de Gio, al igual que las de la mayoría de sus compatriotas, se encuentra no muy lejos del centro de Alcobendas. Con el buen tiempo llenan los bancos del parque. Menos los chicos que han ido al instituto en España, no se suelen relacionar con españoles. Se mueven casi en exclusiva en el círculo de su comunidad georgiana. Para pasar el tiempo formaron un equipo de fútbol, y cada tarde jugaban contra otros equipos. Gio tiene calificativos para todos: el equipo de los moros, el de los dominicanos, ecuatorianos… como una pequeña liguilla internacional que se juega en el campo de fútbol “Murcia”, que pertenece a uno de los colegios públicos de la zona.

Este año se cumplen cuatro desde que llegó a España. «Me siento cómodo» dice, pero tiene claro que algún día volverá a su país. «Es mi hogar».

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