Opinión

El mal uso del lenguaje

Símbolo que representa la unión entre personas del mismo sexo. Foto por: ciudadanos.org
Símbolo que representa la unión entre personas del mismo sexo. Foto por: ciudadanos.org

El pasado viernes 12 de abril, el Senado francés aprobó la ley que permitirá, a partir del verano, los matrimonios homosexuales. En el país galo esta iniciativa se presenta como una de las reformas sociales más importantes, tras la abolición de la pena de muerte en 1981. Esa misma semana, también Uruguay se unió a los once países que permiten casar a las parejas homosexuales: España, Holanda, Bélgica, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Dinamarca y Argentina, a los que se añaden seis estados de Estados Unidos, México D.F., el estado mexicano de Quintana Roo y el estado brasileño de Alagoas.

Suelen ser gobiernos de izquierdas los que toman estas decisiones, que suelen acarrear protestas. El revuelo procede de facciones conservadoras. En Francia conviven muchos musulmanes, católicos y cristianos evangélicos. Pero, en la actualidad, el gobierno socialista de François Hollande cuenta con una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, donde regresará la ley en mayo vista para su aprobación final y la entrada en vigor a mitad de año.

Independientemente de los colores políticos, lo trascendental es centrase en el problema que hasta hace bien poco han sufrido los homosexuales. Al margen de la sociedad y vistos como seres extraños y diferentes, el modelo de estabilidad legal y social es más que necesario en los países que aún no han promulgado leyes que abarquen estas posibilidades. El éxito en la democracia es la tolerancia. Y el mérito de la tolerancia no es respetar a los iguales sino a los diferentes. Una sociedad abierta es aquella en la que lo excepcional tiene cabida junto a lo mayoritario. Por tanto, la discriminación social debe llegar a su fin. Particularmente, creo que la sociedad más cosmopolita asume con total normalidad la existencia de matrimonios homosexuales. Eso conlleva la creación de una regulación legal ya mencionada anteriormente.

Está comprobado por numerosos psicólogos y científicos que lo mejor para un niño es tener un padre y una madre, pero no tener ninguno de los dos es algo más negativo que ser adoptado por una pareja de homosexuales. Quizás, el concepto matrimonio no es el más adecuado para usar, porque significa «unión entre un hombre y una mujer reconocida por ley como familia». Ése ha podido ser uno de los problemas más serios. Demos un buen uso al lenguaje y busquemos una denominación que se ajuste a esta realidad. Así se evitarán heridas e irritaciones entre los más rigurosos de la utilización del rico vocabulario español. «Unión legal entre homosexuales», tal y como dijo Mariano Rajoy, podría ser una de las soluciones.

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