Reporterismo

Una vida en paracaídas

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El avión está listo, el paracaídas preparado y Saray Chana se dirige hacia la pista de despegue. Su leve cojera recuerda la caída que casi le cuesta la vida hace seis meses. Un mal salto, un giro rápido y demasiado bajo y una campana –parte del paracaídas que se infla con el aire– más pequeña de lo necesario provocaron que terminara en el suelo, con un par de costillas, la pelvis y el fémur rotos.

Han sido seis meses de suplicio –uno de ellos en silla de ruedas–, pero ha conseguido su objetivo de «volver a darlo todo» y en noviembre ya estaba montada de nuevo en un avión, con un paracaídas a la espalda. No se dejó vencer por el tropiezo y trabajó desde el primer día en rehabilitación para regresar al aire. Saber recuperarse de los golpes, su único secreto para llegar a ser campeona de España en cuatro ocasiones y tercera en la Copa del Mundo de Dubái en 2010.

«He vuelto a sentir esos nervios en el estómago», asegura al montarse en el avión. Reconoce que, pese a su experiencia, sigue teniendo «un poco de miedo» justo antes de saltar, pero es esa sensación la que tanto le emociona cuando se encuentra a 4.000 metros de altura. Sin embargo, no cree que sea algo peligroso, sobre todo desde que los paracaídas llevan incorporado el dispositivo de apertura automática, que se activa en caso de emergencia cuando se está cerca del suelo si el paracaídas principal no se ha abierto. «Hay gente más peligrosa conduciendo un coche», bromea.

Ha llegado el momento. El avión está sobrevolando el hangar y Chana se dirige hacia la puerta. Sus compañeros ya están en el aire y ella está lista para ser la próxima. Esta vez ha optado por vestirse con las «alas», el traje que más le gusta porque tarda más en caer y puede sentir durante más tiempo la adrenalina por su cuerpo, a una velocidad de 250km/h.

Saltar es «como volar, es el sueño de cualquier persona» y la oportunidad de retarse con el presente. «No piensas nada más que en ti, en lo que estás viviendo. Nadie consigue eso, pero cuando estás en el avión hay tanta adrenalina y tanto miedo que solo puedes pensar en el momento», explica.

Un vínculo en el aire

Lleva casi diez años en el mundo del paracaidismo, desde que realizó su primer tándem –salto acompañada– a los 14 años. Antes ya había ido muchas veces a ver a su padre y a los 16 –la edad legal– hizo su primer salto en solitario. Hoy, ronda la cifra de 2.500 saltos, traspasando las fronteras de países como Marruecos, Inglaterra o Emiratos Árabes Unidos, y disfruta de cada momento en el aire porque crea «un vínculo especial» con quien le acompaña. «Es curioso, pero siento mayor cercanía con quien salta una vez conmigo que con alguien que conozco de varios años», cuenta.

Chana abre el paracaídas y se acuerda de su padre. Ella fue testigo de su accidente, lo que todavía hoy considera la experiencia «más bonita y más difícil» que ha vivido. «Estuve con él en su último salto. Me siento afortunada porque cualquier persona querría compartir ese último momento con una persona a la que quiere», relata. La mala suerte se cruzó en el camino de Manuel Chana aquel marzo de 2010, pero no impidió que su hija siguiera saltando. «Mucha gente no me entiende, pero es el momento en el que me encuentro más cerca de él».

A Chana le quedan pocos metros para llegar a tierra y empieza a planear su aterrizaje. Clava los frenos, hace un último giro y se posa sobre el suelo con algunas dificultades, por su reciente rotura de fémur. Se quita el casco y no puede disimular la emoción del momento al dirigirse a un chico que aún no se ha atrevido a saltar: «No sabes lo que te pierdes», le dice. Al instante, escucha por megafonía que el último vuelo saldrá en 20 minutos y sonríe. Tiene tiempo para otro salto.

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