Opinión

Derbis

Una imagen del Real Madrid - Atlético de Madrid de 1948. Foto: ABC
Una imagen del Real Madrid – Atlético de Madrid de 1948. Foto: ABC

Hubo a comienzos del siglo XIX un militar prusiano que dijo que la guerra era «la continuación de la política por otros medios». Era Carl von Clausewitz, un experto en ciencia militar cuyas obras sirven todavía de referencia en academias militares de todo el mundo y cursos avanzados de gestión empresarial y márketing. Entonces no podía sospechar la aplicación que esa frase tendría a un juego que estaba todavía por inventar: el balompié.

A nuestros días ha llegado que «el fútbol es la continuación de la guerra por otros medios», aunque desconozco quién fue el primero en enunciar esa frase. Dicen los entendidos que el fútbol es el deporte de masas por excelencia porque puede recrear todas y cada una de las facetas del ser humano. Que su parecido con la vida misma lo hace irresistible e inmortal. En noventa minutos hay éxito y fracaso, amabilidad y discordia, logros individuales y también colectivos. Puede haber dos rivales dándose la mano tras un encontronazo y, a treinta metros, otros dos amenazándose verbalmente y citándose para el túnel de vestuarios. Ese cara a cara sobre el césped es una forma adaptada a nuestro tiempo de dirimir las diferencias entre los hombres.

Los derbis llevan todo esto al extremo, porque son el reflejo de una rivalidad acentuada por la proximidad del vecino. Un derbi se diferencia del resto de partidos por esa concreción geográfica que hace más dulce la victoria y más dolorosa la derrota. De la convivencia futbolística surgen de forma inevitable disensiones irreconciliables, cuentas pendientes, heridas que la memoria enciende para alimentar el rechazo al equipo rival.

Afortunadamente, no deja de ser un juego que se inventó para satisfacer las necesidades de ocio de la sociedad rural inglesa. Un juego que en sus comienzos se cobró alguna víctima pero del que hemos heredado el mayor y más completo espectáculo del mundo. Seguramente hoy somos un poco más civilizados gracias a este deporte, que permite canalizar las frustraciones hacia una esfera de cuero y regresar a la infancia solo con atarnos los cordones.

Mientras todas las guerras duren noventa minutos, ocupen menos de una hectárea y estén perfectamente televisadas para poder señalar a los tramposos, bienvenidas sean.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *