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Hay tres olivos en la puerta de ABC

Cada mañana los olivos saludan al sol. Entre reflejos de plata, cuando la dorada luz los corona, recuerdan a quien se fije, que la tierra sigue bajo sus pies. Su razón de ser es gratuita, simplemente estar. La belleza a veces se oculta bajo la apariencia de la modestia y la sencillez. Son tres hasta 2006, y después otro, más anciano, vino a sentarse junto a ellos, a contarles algo de su vetusta sabiduría. Desde siempre pueblan el mundo y forman parte de nosotros. Proclaman la paz y la victoria, y su fruto es seña de identidad del Mediterráneo.

Frente a nuestra puerta, ante nuestros ojos, día tras día, nos observan. Buscan con su mirada que les devolvamos el saludo, pero, cansados, jamás nos fijamos en ellos. Desde el otro lado de la calle, «Munitis», vigilante de seguridad, recibe con una amplia sonrisa en la calle a los trabajadores que se encaminan a cumplir su función. Saludo y sonrisa son gratuitos. Su razón de ser es convertir el mundo en un lugar habitable: un espacio en el que el trabajo sea más humano. En Juan Ignacio Luca de Tena, junto a la desembocadura de Alegría de Oria, tres olivos esperan en silencio. Pocos saben que están ahí a pesar de recorrer sus terrenos durante años. En realidad no pisan su suelo ni la tierra, pisan el asfalto y la acera que la recubre. El espacio apenas es para nosotros el camino a nuestro lugar de trabajo o residencia. Nada más. No tiene por qué importar qué estuvo ahí durante años, qué fue antes de que esas calles fueran calles o quién andará sus pasos cuando los pies se apoyen solo por los talones.

Los olivos, detrás la entrada de ABC
Los olivos, detrás la entrada de ABC. Foto: J. G.

Decía Ortega y Gasset algo así como que el romántico se emociona al ver crecer una brizna de césped entre las grietas de la ruina. Ver el poder de la naturaleza destruyendo el de la civilización. Pero tampoco hace falta tanto. Puede bastar con reconocer que los espacios se construyen sobre terruños, que los árboles también lo pueblan, y que hay algunos que siguen en su «devanado empeño» de competir en altura con casas y edificios. En realidad puede que baste con saber que nuestro lugar de trabajo o residencia se erige sobre una antigua finca. Que desde la Quinta de los Molinos hasta la puerta de la que hoy es nuestra casa no había más que árboles y que era zona de campo. En realidad solo basta con pararse a mirar.

ABC se levanta sobre un terreno que antaño formaba parte de una de las quintas de Madrid, una parcela de campo en la que acabó por construirse un pequeño palacete y un estanque. Ahora es la Quinta de los Molinos. En el año 1989, el diario se traslada a su actual ubicación, y deja su histórica sede en la calle Serrano. Desde entonces se sitúa junto a la carretera de Barcelona, entre las calles de Josefa Valcárcel y Juan Ignacio Luca de Tena. A la derecha, mirando desde la entrada, hay oficinas de seguros. A la izquierda nuevos vecinos: la sede del Banco Popular. Enfrente, ladeando ligeramente la cabeza, los tres olivos protagonistas. Años más tarde vendría su cuarto amigo a acompañarles, en un edificio que albergó una de las sedes de Vocento, y que curiosamente llaman «edificio de la Quinta de los Molinos». Detrás encontramos casas, viviendas particulares en un tranquilo barrio residencial.

Obras agosto de 2006. Foto: LP

La cartera, empujando facturas, porque ya no viene otra cosa en las sobres, comenta que nunca se había fijado en estos árboles. Otra persona que trabaja al lado no sabe dónde están. «¿Qué? ¿De qué me hablas?» es otra de las respuestas frecuentes. Quien vive frente a ellos los recuerda de siempre. «Están ahí desde antes de que estuviera el barrio, quizá pertenecieran a la finca de Suanzes» deduce la vecina. Ella los ve. Aunque en realidad se equivoca. Muchos se bajan frente a ellos del autobús que los trae a diario a su puesto de trabajo, pero nunca han vuelto la cabeza. La calle cae en pendiente hacia el lado contrario, vienen dormidos, se van cansados. Siempre tienen prisa.

Ni tan viejos ni tan sabios, los tres olivos no pueblan el barrio desde siempre. Probablemente quien decidiera concederles su trono lo hiciera en favor de otros que allí estuvieron hace tiempo. Los olivos solo son un indicio, un guiño, de alguien que a lo mejor sabía la historia del barrio y quiso dejar un mensaje. Quizá eso mismo pensó el constructor del edificio colindante cuando les presentó a un nuevo compañero mucho más veterano.

Tras fijarse, el transeúnte rompe con su forma de observar el mundo. Es inevitable. Quien los mira recuerda los versos de Machado:

(…)

Olivar, por cien caminos,

tus olivitas irán

caminando a cien molinos.

Ya darán

trabajo en las alquerías

a gañanes y braceros,

¡oh buenas frentes sombrías

bajo los anchos sombreros!…

¡Olivar y olivareros,

bosque y raza,

campo y plaza

de los fieles al terruño

y al arado y al molino,

de los que muestran el puño

al Destino,

los benditos labradores,

los bandidos caballeros,

los señores

devotos y matuteros!…

(…)

Quien los mira una vez volverá la mirada siempre. Descubrirá los grandes árboles que pueblan parques y jardines, en recuerdo de los que allí estuvieron. Hallará nuevas rutas por las que ir caminando al trabajo, perdiendo un tiempo del que no dispone. En un descanso puede que también saque un rato para pasear por la Quinta de los Molinos, en febrero, con los almendros en flor. Descansando de verdad. Pensando qué es lo que de verdad importa.

Un comentario en «Hay tres olivos en la puerta de ABC»

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