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Plàcid García-Planas, el arte del reporterismo

Plàcid García-Planas
Plàcid García-Planas. Foto: Julio Tovar

De su pulso, con el meticuloso tacto de un pintor, Plàcid García-Planas, ha dibujado historias de guerra durante los últimos 26 años. Sus crónicas están llenas de color, cercanía, atmósfera y contraste. Su paleta es amplia y apasionada. Su escritura, meticulosa y exigente.

Durante un encuentro con los alumnos del Máster ABC-UCM, frente a un vaso de agua, con medio mundo en las botas y una mochila cargada de historias, García-Planas —periodista en la sección internacional del diario La Vanguardia— habla sobre el género del reportaje o «la literatura de la observación», como él la defiende.

¿Cómo mide los minutos alguien que confesándose atraído por el misterio del tiempo transita con las muñecas desnudas? Tomando a «La Ilíada como la primera crónica de guerra», subraya Placid que la poesía y la paradoja han de ser las herramientas básicas del reporterismo.

La imagen de un niño pastor de ovejas por las colinas de Kandahar no debiera ser tan diferente de la que, en su día, contempló Alejandro Magno en su paso por el territorio afgano. Solo las espesas columnas de humo negro que dejan los bombardeos del ejército estadounidense, ponen en relieve la temporalidad de la instantánea firmada en 2009 por Guillermo Cervera. ¿Es la despreocupada expresión del niño pastor un ejemplo vivo de cotidianidad en la guerra? ¿Termina, por terribles que sean, la concatenación de tragedias convirtiéndonos en insensibles espectadores? «La guerra es lo que llena el vacío de aquello que no se ve a simple vista».

En el actual estado de las cosas, con las nuevas tecnologías y el acceso inmediato a la información, ¿cuál es la función del reportero que ve publicadas sus crónicas cuando la noticia está, por oxidación, a punto de convertirse en vieja?

Critica el periodista catalán la obtusa mediocridad de unos colegas instalados en el conformismo y la autocomplacencia. Habla, arrugando la nariz, del periodismo de «paso de Semana Santa» practicado por buena parte de la profesión y huye así del «patetismo romántico de la guerra», para poder trasmitir el dolor con otra mirada. Plàcid busca en lo ordinario para encontrar lo extraordinario.

Que Gaziel, con sus imperiales crónicas de la Primera Guerra Mundial, siga siendo una referencia de la profesión, debiera decirnos algo.

Que periodismo y literatura tienden, no con la frecuencia que debieran, a mestizarse parece algo tan natural como deseable.

Que el retrato escrito de la vida, que escritores de raza como García-Planas nos ofrecen a vuelta de página, es lo que nos hace mantener la ilusión de asistir en primera persona al milagro de que la guerra pueda ser dibujada a través de palabras.

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