Especial Crímenes

La marquesa feminista que guardó la lengua de su «Santa»

Luis descuelga el teléfono y marca. Al otro lado responde un redactor de «El Caso».

– «Dígame», dice el periodista.
– «Vengan a Princesa 72 con un fotógrafo. Sospecho que mi madre ha mutilado el cadáver de mi hermana. La policía ya está en camino. Tercero derecha».

La mano mutilada que dio nombre al caso. Foto: Interviú
La mano mutilada que dio nombre al caso. Foto: Interviú

En la vitrina que preside el salón, junto a las copas más altas y encima del cajón de la vajilla de lujo, una lechera labrada deja entrever algo en su fondo. El líquido que contiene es transparente. En su interior flota, en formol, una mano. En otra estancia de la casa, dentro de un armario varias soperas de plata pesan más de lo habitual. Al abrirlas asoman dos cabezas de perro. En el mueble del baño varios frascos guardan en su interior una lagartija disecada y vísceras de animales. Los cuatro habitantes de la casa quedan detenidos, entre ellos la marquesa de Villasante y baronesa de Alcahalí, Margarita Ruiz de Lihory. También su pareja, el abogado José María Bassols, y dos empleados.

En el Madrid de 1954 la noticia prende como la pólvora. El director del semanal de sucesos improvisa una portada para el ejemplar que se convertirá en el segundo más vendido de su historia. «Esta foto va contra la moral», recrimina el censor de turno a Eugenio Suárez cuando ve en la primera página la fotografía de la lechera que transluce lo que hay en su interior. «El misterio de la mano cortada», escribe el periodista como puede a pie de imprenta.

Durante registros posteriores, la Policía encuentra también, seccionados, los ojos y la lengua de la hija de la aristócrata madrileña, Margarita «Margot» Schelly Ruiz de Lihory, de 37 años, que había muerto diez días antes tras sucumbir a una enfermedad pulmonar. Durante las dos noches que duró el velatorio –la del 19 y la del 20 de enero– la marquesa impidió a sus allegados ver el cadáver de su hija recién fallecida. Solo ella y su pareja compartieron su habitación. La misma noche encargó al personal de servicio que comprara alcohol y algodón en grandes cantidades. Fue entonces cuando en su empleada surgieron las sospechas que más tarde materializaría Luis Shelly, el hijo mayor de la marquesa, ante el Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid. Madre e hijo no se llevaban bien. El fuerte carácter de la aristócrata la alejó de sus descendientes, pero no de su única hija. Llamó a un fotógrafo para que la inmortalizara junto al cadáver, en el lecho de muerte. Eran de las familias más conocidas en Madrid y por ello, al entierro de Margot le siguió una gran comitiva popular.

Los dos trabajadores quedaron libres a las pocas horas. La aristócrata es amiga del régimen; no puede pasar más tiempo retenida, pero la sociedad está pendiente de un caso que atañe a la inalcanzable sangre azul. Franco le debe un par de favores y se ve obligado a intervenir ante tal escándalo social. En casa albergaba 17 perros, ocho gatos, 22 canarios y varias tórtolas. Cuando alguno de ellos moría los disecaba «a su manera», arrancándoles la lengua, los ojos y hasta el corazón. Las publicaciones del régimen intentan acallar los rumores que corren por todo el país: prácticas satánicas, historias de médicos nazis a los que da refugio o hábitos excéntricos envuelven a la mutilación de su hija. Ya no se distingue lo real de lo que es inventado.

«Yo no soy loca, ni sádica, ni mala», se defiende la marquesa en la prensa de la época. En su juicio, la defensa se basa en que no puede ser delito querer conservar su mano, sus ojos y su lengua «como objeto sagrado». «Era una santa y quise conservar partes de su cuerpo como reliquias. ¿Acaso los católicos no veneran con respeto la lengua de san Antonio de Padua, el brazo de San Vicente Ferrer o el brazo de Santa Teresa?», declaró en el juicio. La Audiencia de Madrid condena a Margarita Ruiz de Lihory y a Basols. Seis meses de arresto mayor y 5.000 pesetas de multa para ella y tres meses de arresto y 2.000 pesetas para él por profanación de cadáveres. 5.000 pesetas para ambos por delito contra la salud pública.

Una vida aventurera

Hija de José María Ruiz de Lihory, un político valenciano durante los primeros años de reinado de Alfonso XII y de Soledad Resines de la Bastida, Margarita fue de las primeras mujeres que se licenciaron en Derecho. También de las primeras en separarse de su marido en una época en que la mujer no tenía reconocido el derecho a votar.

La Marquesa Ruiz de Alihori junto al cadáver de su hija. Foto: Interviú
La Marquesa Ruiz de Lihory junto al cadáver de su hija. Foto: Interviú

Margarita Ruiz de Lihory, la menor de dos hermanas, nació en 1888 y con 17 años se casó con Ricardo Shelly, con quien tuvo tres hijos y una hija. Dos años le bastaron para completar su formación en Derecho, además de interesarse por la enfermería y estudiar idiomas. En su círculo íntimo defendía que la mujer no debe ser instrumento más que de sí misma. «Debe buscar su placer, y no el del hombre. Debe buscar su realización en la vida activa y no solo en el matrimonio. Debe participar en la política, en el trabajo, en la lucha», declaraba.

Así, al enterarse de que su marido le era infiel, la marquesa abandona a su familia, dejando a sus hijos a cargo de su madre. Consigue una credencial de prensa y se marcha al Norte de África en 1919, donde trabaja para «La correspondencia de España» y otras cabeceras nacionales. Una vez establecida, Miguel Primo de Rivera la recluta como agente secreto, pero también pasa información al líder rifeño Abd-el-Krim, con quien establece una íntima relación. En esta época donde trabaja de espía doble conoce a Francisco Franco. Es de las pocas que se atreve a tutearlo.

Entre 1923 y 1928 viaja por América, donde desarrolla su faceta artística pero también sus planteamientos feministas. Expone sus pinturas en varias ocasiones por todo el continente. Se relaciona con Henry Ford y hasta aparece en «The New York Times». De vuelta a Europa vive cinco años en París antes de establecerse definitivamente en España. Aquí conoce al abogado José María Basols, que se divorcia casi de inmediato de su esposa tras conocer a la marquesa. Ambos viven a caballo entre Madrid, Albacete y Barcelona. Pasan juntos sus días. Incluso aquel en el que la marquesa se encerró en la habitación con el cadáver de su hija para mantener un recuerdo de «su Santa» cuando la enterrara.

"El misterio de la mano cortada", portada de "El Caso"
«El misterio de la mano cortada», portada de «El Caso»

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Fuentes:

“La mata-Hari española”, Manuel Carballal

Revista Interviú, nº 401. Julio César Iglesias

ABC,31/01/1954 («Hallazgo macabro»), 05/02/1954 («El suceso de la calle de la Princesa»)

Hoja del Lunes,  01/02/1954 («Descuartiza el cadáver de su hija y guarda en un armario parte de los restos», «Por la denuncia de una doméstica se descubre en Madrid un macabro suceso»), 19/02/1954 («Inspección en Albacete sobre el caso de la mano cortada», «Eco del asunto de la mano cortada en Barcelona»)

El País, 11/05/2009 («El misterio de la mano cortada»)

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