Encuentros

Martín Caparrós: «No hay hambre sino personas que tienen hambre»

Con su emblemático bigote, su acento argentino inconfundible y su voz de radio que invita a escucharlo, Martín Caparrós comienza la charla con los alumnos del Máster ABC-UCM.

Caparrós no estudió periodismo porque en aquella época en Argentina «a nadie se le había ocurrido que eso fuera necesario», cuenta. Aprendió en la práctica, comenzó a «trabajar como periodista para ser periodista». Las palabras le fluyen como en cada una de sus crónicas. La atmósfera comienza a cargarse de historias de este escritor que ahora vive en Barcelona pero que siempre tiene su maleta lista para emprender viaje.

El escritor y periodista argentino, durante su visita al Master ABC-UCM. Foto: Julio Tovar
El escritor y periodista argentino, durante su visita al Master ABC-UCM. Foto: Julio Tovar

El escritor habla de la que considera la base decisiva a la hora de enfrentarse con las palabras para dar formar a esas historias. Lo dice simple, se trata de «saber escribir en el sentido más amplio de la expresión». Hace referencia a que escribir no solo consiste en saber alinear frases sino que además se debe aprender a contar, a narrar, a producir una prosa con ritmos, tipos de palabras y relaciones entre las distintas partes de una oración. Él no habla de fórmulas mágicas, para Caparrós se aprende de verdad si uno «lee, lee y lee», allí está para él el gran secreto.

La crónica, una de sus especialidades, ese terreno que conoce de sobra se adueña de la escena. Se abre el debate entre el periodista y los alumnos, charlan, comentan y Caparrós da su versión sobre la función del género. «La crónica en general está escrita en primera persona lo que establece una posición, es decir, deja claro que se está mirando desde algún lado, desde una óptica lo que se cuenta».

Por esta razón, para el periodista la crónica es una herramienta política, porque «frente a la presunción que la prensa tradicional maneja de que lo que se cuenta no es la versión de un sujeto sino la realidad misma, este género narrativo da un revés». La crónica se encarga de llegar a aquellos sitios donde no llega la noticia tradicional. Desde ese posicionamiento  cuenta lo que ve, lo que siente, «haciendo uso de todas las herramientas que tiene a su alcance, con el conocimiento que ha podido conseguir y con toda la honestidad posible», sentencia Caparrós.

Su acento no solo lo distingue a la hora de hablar, su pluma también tiene tintes del país que lo vio nacer. «Cuando escribo sigo siendo argentino. Muchos me preguntan por qué en mi último libro los malgaches o los nigerinos o los bengalíes hablan de «vos» en lugar de «tú» y es simplemente porque cuando traduzco lo hago en mi idioma», cuenta.

Crítico, frontal, pero acostumbrado a pensar antes de responder ante cada pregunta, el argentino hace que sus textos molesten, sean inquietantes y bastante lejos está de buscar quedar bien. «Mi trabajo no es caerle bien a la clase dirigente,  pero siempre pensé que me convenía no ser demasiado explícito, no plantear claramente cuáles eran mis ideas. Siempre me pareció que era más inteligente y eficaz no calificar, no adjetivar para dejar así que cada lector pudiese pensar por sí mismo. Lo hice durante muchos años y por alguna razón que todavía no termino de entender lo dejé de hacer», dice. En esta línea se encuentra su último libro, una obra que deja al descubierto lo que muchos pretenden ocultar.

 Su última obra

Un libro de tapa negra, con más de 600 páginas viaja de mano en mano alrededor de la mesa. Con letras blancas que resaltan a lo lejos y con mayúscula puede leerse su título: El Hambre, con mayúscula. Es la última obra del escritor argentino. Un recorrido complejo que aborda la problemática del hambre alrededor del mundo, un texto lleno de historias crudas que describen una carencia que mata a millones de personas todos los años.

Caparrós ha trabajado a lo largo de cinco años en este proyecto que nació durante las dos décadas en las que viajó realizando reportajes y crónicas por todo el mundo, ya fuera cubriendo una guerra o tratando sobre migraciones. Allí se dio cuenta que muchas de esas historias tenían un denominador común, «la imposibilidad de conseguir la comida que se necesitaba».  La falta de alimento siempre está  en la base de todos los conflictos.

Fue así que grabadora en mano, Caparrós viajó por India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán del Sur, Madagascar, Argentina, Estados Unidos y España para encontrar a personas que sufren desnutrición, que en todo el mundo se calcula son unos mil millones. Porque como bien lo destaca al hablar de su libro, «No hay hambre sino personas que tienen hambre. No son un concepto, son personas», sentencia.  Después de todos estos años de testimonios directos y de muchas páginas de informes leídos sobre alimentación, unas palabras se repiten en la cabeza del argentino: «¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?». Una pregunta cruda que hasta hace un tiempo se encargaba de intentar responder. Ya no lo hace.

En el libro denuncia la cantidad de comida que diariamente se tira a la basura en el mundo o que en Bangladesh hay mujeres que trabajan seis días a la semana durante doce horas diarias en la industria del textil por apenas 20 dólares al mes. De la situación de obesidad que vive un territorio como Estados Unidos. De Argentina, su Argentina, Martín Caparrós dice «el país produce 300 millones de comida, somos 40 mil y hay gente que pasa hambre, eso no podía dejar de contarlo». Por otra parte, en otros lugares como Madagascar los países ricos «se quedan con enormes cantidades de tierras, a un ritmo brutal, para producir allí y llevarse esos productos a sus países».

Más de cuarenta años han pasado desde que Martín Caparrós publicó por primera vez en un periódico allá por 1974. Muchas crónicas han pasado desde aquel día pero aún le falta escribir para él la más difícil, «la crónica de la manzana de mi casa».

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