Arganzuela

Paseo de las Delicias, el epicentro de Arganzuela

Paseo de las delicias

Los bares y las tiendas están abiertos desde hace ya más de una hora. El rumor del tráfico es cada vez más ensordecedor y el sonido de las taladradoras, más estrepitoso. Decenas de niños, cargados con sus mochilas y de la mano de sus padres, caminan somnolientos hacia la escuela. Cientos de adultos se dirigen deprisa, casi sin detenerse, a la oficina en la que trabajan o a la sucursal de banco más cercana. A muchos, se los tragan las enormes bocas de metro y desaparecen.

Así empieza el día en el Paseo de las Delicias, la calle de casi dos kilómetros de longitud que parte al madrileño distrito de Arganzuela en dos mitades. Una bulliciosa monotonía que se repite día tras día y que nadie se para a mirar.

Nace en la plaza del Emperador Carlos V y muere en la de Legazpi. Su historia comenzó cuando a mediados del siglo XVIII Fernando VI decidió reformar la zona y construir una extensión, repleta de árboles, del Paseo del Prado en dirección al río Manzanares. Se convirtió así en una de las zonas más frecuentadas de la ciudad. Era un lugar destinado al entretenimiento y a las relaciones sociales en el que los madrileños de las clases populares podían pasear y respirar aire fresco.

Con algo de esfuerzo, ayudado por la imaginación y la capacidad de abstracción, es posible borrar las huellas de los últimos siglos, olvidar la presencia de los coches, de los semáforos y del asfalto, y trasladarse a la época en que el Paseo de la Delicias era tan solo un recién nacido. Aunque se trata de un ejercicio difícil: la calle ha cambiado. Y mucho.

En la actualidad, es una gran avenida, flanqueada por vetustos edificios, muchos de ellos, construidos a principios del siglo XX. A pesar de los cambios que ha sufrido, sigue siendo un enclave lleno de vida, testigo de un constante ir y venir de gente y atestado de comercios. Negocios pequeños, de esos de toda la vida, que están en peligro de extinción. Precisamente, son los propios comerciantes, espectadores privilegiados, quienes mejor conocen la historia del barrio y de sus gentes.

Un ejemplo de ello es Diego, un colombiano que lleva doce años viviendo en España y que desde hace diez, es camarero en una de las tabernas del Paseo de las Delicias. Afirma que, al menos en el negocio en que él trabaja, la crisis se ha dejado notar. Algunos de sus clientes españoles, amigos después de tantos años, se han marchado a otros países de Europa. Muchos de sus colegas extranjeros han regresado a su país de origen. «Yo no me marcho porque aquí ya tengo a mi familia, a mi gente como se suele decir, y también tengo trabajo pero muchos de mis amigos, que no tenían ni encontraban nada, han tenido que volver a su país», asegura Diego.

Otro de los comerciantes de la zona es Julián. Vive en Arganzuela y es vicepresidente de la Asociación de Comerciantes, dedicada a velar por la seguridad del barrio. Es, además, propietario de una tienda de ropa para niños que cuenta ya con 63 años de vida. Se trata de un negocio familiar que Julián lleva 35 dirigiendo. Asegura que es una zona tranquila en la que se puede vivir a gusto. “Existe mendicidad en el barrio, hay vagabundos y, a veces, se producen incidentes pero no por ello deja de ser un lugar seguro”, afirma.

Pero el Paseo de las Delicias no solo ha sufrido cambios a nivel social y poblacional. Su fisionomía también se ha transformado a lo largo del tiempo, tal y como asegura Noemí, quien lleva 32 años regentando una ferretería en el Paseo de las Delicias. No duda en asegurar que los cambios que ha experimentado la calle y el barrio son muchos. Según Noemí, “se han creado nuevas infraestructuras y las líneas de metro se han expandido pero también han desaparecido edificios emblemáticos”. Es el caso de la Estación Sur de autobuses, desde la que era posible desplazarse hasta muchas otras ciudades españolas, la tabacalera y la antigua fábrica de cerveza de Águila Ámstel, ahora reconvertida en un centro de instalaciones deportivas.

Sin embargo, a día de hoy se siguen conservando algunos de los edificios más representativos de la calle. El Colegio de Nuestra Señora de las Delicias, en sus orígenes conocido como el Instituto del Pilar para la Educación de la Mujer, es uno de los edificios más antiguos del Paseo de las Delicias y posee un gran valor arquitectónico. Otro de los emblemas de Arganzuela es el Museo del Ferrocarril que, situado en el lugar que antes ocupaba la Estación de las Delicias, ha servido como escenario de películas.

El Paseo de las Delicias no es una calle cualquiera, es mucho más: uno de los órganos vitales de Arganzuela, un lugar que cuenta con siglos de historia y que, a pesar de haber cambiado año tras año, conserva su esencia.

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