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La unión hace la huerta

Autores: Adrián Mateos / Álvaro García Colmenero

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En el «Huerto de la Quinta» el cultivo más valioso no surge de la tierra. Los jardineros no precisan de sus frutos para sobrevivir. Tampoco el tamaño del terreno supone un aliciente a tener en cuenta. A ojos extraños, este vivero urbano de San Blas es poco más que un suspiro de aire fresco que aflora en los aledaños del centro de Madrid. Para Gala, sin embargo, es mucho más. Ella es una de los «culpables» de que este breve oasis ecológico no haya sido devorado por los muros de ladrillo que lo rodean. El esfuerzo ha merecido la pena. Y es que el éxito del «Huerto de la Quinta» no reside en la calidad de sus hortalizas, sino en los lazos que ha conseguido crear entre sus vecinos.

El huerto hace las labores de las prácticamente extintas plazas del pueblo que colmaban de vida los municipios madrileños. Para Gala se ha convertido en una pieza esencial de su vida, a la que dedica las horas libres sin dejar de lado los quehaceres familiares. De hecho, tanto su marido como su hija de ocho años forman parte también de este «petit comité» agricultor en el que se reúnen con sus amigos y semejantes. «Apenas hay espacios donde encontrarse con otros vecinos en los que no se tenga que gastar dinero, ya no existe un sitio donde comerse unas pipas con los amigos», se lamenta.

De esta forma, la plantación cubre el vacío social que sufren la mayoría de los barrios de las grandes ciudades del país. El cultivo se convierte casi en un factor secundario, pues el objetivo es tener «un rato para compartir». Y es que el tiempo que dedican a la parcela no siempre se destina al trabajo, sino que también lo utilizan como una vía de escape para hablar de sus problemas o sus inquietudes.

La iniciativa nació de la mano de Javier, un joven del barrio del Salvador que comenzó a colocar carteles en las vallas de un solar ubicado en la confluencia de las calles López de Aranda y Antioquia para crear un huerto vecinal. Los voluntarios no se hicieron esperar. «La idea surgió de forma espontánea –señala Gala–, y cuando fuimos un grupo de gente suficiente nos pusimos a plantar». De eso hace ya cinco años. Desde entonces son muchos los que se han unido al proyecto, aunque también los hay que, por un motivo u otro, han tenido que marcharse.

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Vista panorámica del cultivo Foto: Huerto «La Quinta»

El grado de implicación de cada vecino varía en función de sus posibilidades. Su mantenimiento es responsabilidad «de todos los miembros del grupo», pero «siempre hay gente que tiene más tiempo», como los jubilados o las personas sin empleo. Tampoco hay labores fijas: «Decidimos en reunión lo que hay que hacer a largo plazo, pero las tareas no están establecidas». Siguiendo este método de trabajo, el grupo –que actualmente asciende a 12 personas– consigue cultivar distintos productos de temporada: tomates, coliflores, lechugas… «En función de cómo esté la tierra».

Los beneficios de este pequeño terreno no se limitan solo a la conexión de los habitantes de San Blas. También cumplen con una labor social. Y es que el huerto funciona asimismo como esparcimiento para personas con enfermedades mentales: «Los lunes vienen grupos de adultos de un Centro de Día con su monitor para pasar un tiempo entre los cultivos y aprender cosas nuevas».

En la década de los 60 y 70 el barrio de La Quinta de los Molinos estaba compuesto por casas bajas con sus respectivas parcelas de cultivo. Pero hoy en día no todos los vecinos están de acuerdo con el huerto. «Este barrio es menos popular que otros y no están acostumbrados a este tipo de iniciativas», señala. Al principio el huerto estaba más expuesto a las miradas de los paseantes y eso provocó un rechazo en algún que otro vecino. Pensaban que podría ser una atracción para que las personas sin hogar hicieran asentamientos ilegales. Pero estos agricultores urbanos tenían una alternativa y cambiaron el terreno. Desde entonces los vecinos miran con admiración esta iniciativa.

Pero no todo el mundo está dispuesto a respetar este proyecto. Durante el último año el huerto ha sufrido el vandalismo y han tenido que reparar los daños ocasionados, «nos han estropeado la producción, el huerto o un espantapájaros»,  pero es algo más bien «anecdótico» aclara Gala.

Los malos tiempos traen verdaderos amigos y, por eso, pasar una desagradable racha en este rinconcito se hace más ameno para estos hortelanos. Los problemas se arrancan de raíz como las cebollas en su época. El invierno es menos frío al abrigo del calor humano. Se respira compañerismo y los vínculos entre las personas se estrechan. El fin importa menos que los medios. Está claro que la unión hace la huerta.

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