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Los bomberos, «superhéroes» de la vida real

Juan Carlos Martínez, bombero del Parque de Alcorcón
Juan Carlos Martínez, bombero del Parque de Alcorcón. (Foto: M. Gail)

Autores: Cristina de Quiroga y Mónica Gail

La carga emocional. Eso es lo que más le pesa a un bombero, y no los cuarenta kilos del equipo que debe llevar a cuestas en una intervención. «Tenemos que hacer muchos accesos a viviendas», cuenta Juan Carlos Martínez, bombero del Parque de Bomberos de Alcorcón. «No sabes lo que te vas a encontrar. Una casa a oscuras. Enciendes la luz del casco hasta que das con otra luz. Escuchas un lamento. Como el día anterior hayas visto una película de miedo, lo pasas fatal. De repente, te encuentras un abuelillo o abuelilla que lleva tres días tirado en la bañera. Nadie le ha llamado por teléfono, ningún hijo se ha preocupado por él. Fueron los vecinos los que, a las tres de la madrugada, cuando todo está en silencio, escucharon un lejano “ay”». Y este es tan solo un caso de todos los que se encuentran.

Para César Berrocal, un joven de 24 años que está preparando sus oposiciones, «los bomberos son como los superhéroes de la vida real». Y no anda desencaminado. Juan Carlos Martínez asegura que los ancianos a los que consiguen rescatar les miran como si fueran «ángeles». «Te agarran de la mano y muchas veces me tengo que bajar el casco porque me pongo a llorar», dice el bombero.

Los bomberos también lloran

«Yo tengo un álbum de cromos», comienza así su metáfora Juan Carlos Martínez. «Cuando voy a las intervenciones, a veces, me encuentro cromos. Hay que saber pegarlos y pasar página. Son cromos que vas a tener toda la vida». Sus «cromos» no le suponen ningún problema a su vida cotidiana porque, asegura, lo gestiona bien. «Tienes que sacar la parte positiva para evitar futuros cromos».

Sin embargo, detrás de cada uniforme de bombero se encuentra una persona. No son de piedra. «Hay cromos que se te quedan y no hay manera de pasar hoja». Para Martínez, la experiencia más dura que recuerda es la de un bebé que murió con tres meses en una guardería. «Era como un muñeco… Los padres fueron a buscar a su hijo. Las profesoras lo cogieron de la cuna para dárselo. Se le acababa de parar el corazón», relata consternado. Cuando llegaron los bomberos al lugar, se encontraron con un policía solitario. «Estaba en shock, totalmente ido, andando por ahí, mirando al vacío, hablando solo, explicándose a él mismo lo que se había encontrado. Fue el primero en verlo». La UVI estaba atendiendo al bebé. Tras la puerta y sin saber qué ocurría, los padres. Las profesoras también en shock. «Yo me llevé al policía a otra sala. Nos pusimos a llorar. Cuando nos calmamos, dije: “Venga, sécate las lágrimas y vamos a trabajar”». Martínez entendió ahí la importancia de gestionar bien sus «cromos». «Volví para ayudar a los de la UVI a hacer las maniobras de RCP. Y era un muñequito. ¿Con un niño de tres meses, en qué momento lo dejas? Demasiado tarde».

En estas situaciones, hasta el más fuerte tiene un momento de debilidad. Sin embargo, los bomberos no tienen ayuda psicológica. «El único apoyo que tienes aquí es el de tus compañeros». Juan Carlos Martínez asegura que son como una «familia», algo que ya han podido comprobar los jóvenes aspirantes a bomberos dentro de la academia.

En la pared de la Academia de Bomberos Oposur (Fuenlabrada) hay una frase motivadora que empuja a sus alumnos a alcanzar su sueño: ser bombero. Sergio Pulido, que no había pisado un gimnasio en sus 23 años de vida, empezó desde cero. Recuerda lo duros que fueron los primeros entrenamientos, en los que se le «nublaba la vista». Con la convicción de que el sacrificio merece la pena, logró adelgazar de 108 kilos a 88. «He querido ser bombero toda mi vida», explica Pulido.

En esta academia de Fuenlabrada aprenden de los mejores. Jonatan López, número uno de su promoción (Fuenlabrada 2013), compagina su trabajo en el Parque de Bomberos de Fuenlabrada con las clases que imparte en Oposur. López coincide en el sacrificio que implica llegar a ser bombero. Aunque quedó en primer lugar en las pruebas teóricas, asegura: «Lo más difícil es estudiar. Me tiré seis años y medio estudiando».

Opositores preparándose las pruebas teóricas
Opositores preparándose las pruebas teóricas

Ahora que ha cumplido su objetivo, se enfrenta a una media de cuatro intervenciones al día. «La gran mayoría no son emergencias», dice López. Rescatar a gatos, sí, pero de un tubo de escape, o recuperar unas llaves de una alcantarilla, o desatascar una mano de un manguetón de inodoro y la cabeza de un niño de una valla. Estos son algunos de sus «rescates». Aunque muchas veces no es así. «He visto muchos muertos», afirma. Se refiere a esas personas mayores que fallecen en sus viviendas sin que nadie sea consciente de ello. A pesar de que López asevera que «no le afecta», pues está acostumbrado, la historia cambia cuando se trata de accidentes que implican muertes de menores e incluso bebés.

Antes de enfrentarse a la profesión, la academia trabaja la «preparación completa» de sus alumnos para «la oposición más difícil que existe», asegura Luis Bejarano, director de Oposur. Los opositores deben superar cinco «ejercicios» que constan de varias pruebas: las teóricas (un test psicotécnico y un extenso temario), las físicas y las específicas. Estas últimas pueden ser una prueba de conducción (para bombero conductor) o de uso de herramientas (para bombero especialista), una de las más complejas, que consiste en el aprendizaje de cinco oficios: fontanería, cerrajería, albañilería, carpintería y electricidad. «Un bombero es muy mañoso», asegura Luis Bejarano. Al contrario de lo que se pueda pensar, declara que «las pruebas físicas son lo menos importante».

En este sentido, para las mujeres es más asequible aprobar las pruebas físicas, pues cuentan con una bonificación del 10%. En la academia, donde tan solo 18 mujeres de entre los más de 600 alumnos se preparan para opositar, muchos consideran que no es justo que se les exija menos. «Al final, el trabajo es el mismo para todos», explica López. En Alcorcón, donde hay una sola bombera, Juan Carlos Martínez recalca que le da «igual trabajar con un compañero o con una compañera, mientras haga el mismo trabajo». Bejarano dice que su «evolución física es más lenta», pero que «se preparan más mentalmente» y destacan en las teóricas.

Interior de la sala donde los alumnos de Oposur practican la prueba de claustrofobia
Interior de la sala donde los alumnos de Oposur practican la prueba de claustrofobia

En el examen también someten a prueba la fortaleza mental de los aspirantes. La prueba de claustrofobia evalúa la actitud de los opositores en espacios confinados. Así, Bejarano guarda con celo en la academia una cámara de claustrofobia, una estancia «totalmente modulable» para diseñar circuitos con distintas alturas y obstáculos. Los opositores deben encontrar la salida, con la dificultad de llevar una visera totalmente opaca sobre los ojos, mientras palpan objetos que desprenden calor, escuchan gritos pidiendo auxilio o se enfrentan al humo. «Esto está fuerte», confirma Bejarano.

Y para determinar su aversión a las alturas, en las pruebas de vértigo sueltan a los opositores sobre una plataforma elevada a veinte metros del suelo (eso sí, con un arnés). A esa altura, y sin perder los nervios, deben completar una serie de juegos, «una prueba fácil para los que no tienen miedo a las alturas».

Menor esperanza de vida

Los bomberos tienen una edad de jubilación más temprana debido a las condiciones de su trabajo. Se jubilan a los 59 años si llevan 35 de servicio; si no, a los 60. Es un oficio muy «duro», reconoce Martínez. Además, sufren enfermedades profesionales que no están reconocidas, denuncia. «Tenemos una estimación de vida de ocho o nueve años menos que el resto de personas» debido a graves problemas de salud, consecuencia de su oficio, como «enfermedades de espalda (por el peso que deben soportar), enfermedades cardíacas (por los sobresaltos) y distintos tipos de cáncer (de garganta, de genitales…) que afectan, normalmente, a las partes que quedan más expuestas».

Según la experiencia de Juan Carlos Martínez, algunos de sus antiguos compañeros murieron meses o años después de haberse jubilado. «Es cierto que eran bomberos más veteranos y no había tanta seguridad como ahora, pero no creemos que sea casualidad y las estadísticas no engañan: tenemos una esperanza de vida menor que el resto de la sociedad».

Tras una década con los salarios congelados, el año pasado el Gobierno anunció una subida del 1,5% y con ello una ampliación de la jornada laboral de los bomberos. Mientras Jonatan López cree que podrían «estar mejor pagados», Martínez es más contundente: «Da igual lo que te paguen, ¿cuánto vale tu vida? Por una vez en toda tu carrera que te hayas jugado la vida, no merece la pena el sueldo. Este es un oficio que no podrías hacer por dinero».

Al final, son ellos los que acuden cuando la gente está más desesperada. «Cuando nosotros vamos, la gente corre en dirección contraria», dice Martínez. Y es cierto. Cuando los demás salen, ellos entran. Aunque no deben ser temerarios para no cometer ninguna imprudencia, sí que actúan a veces por impulsos, porque «así solucionamos el trabajo, a base de ideas en ocasiones ilógicas que se te ocurren en el momento y que la mayoría funcionan». De ahí las «ideas de bombero».

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