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En los pisos compartidos no se acuerdan del covid a no ser que llame a la puerta

Compañeros de piso sentados en el sofá de su vivienda (Foto: freepik.es)

España ya supera los 1,71 millones de infectados por coronavirus y, según publicó ABC, uno de los estudios realizado por RENAVE (Red Española de Vigilancia Epidemiológica) sitúa a los jóvenes como aquellos que más se contagian. La investigación señala que, aunque la mayoría de los casos suelen desconocer el origen de la transmisión (40,2%), los que sí lo saben señalan la vivienda como el principal foco de infección (33,4%). A pesar de estos datos, la mayor parte de los jóvenes que viven en pisos compartidos no se organizan de ninguna manera especial ni toman medidas preventivas dentro de la vivienda para mantener alejado al covid.

La visita del coronavirus a un piso compartido en Quintana

Miguel vive en un apartamento en Quintana con otras tres personas que anteriormente no conocía. Cuando se mudó en julio al que se convertiría en su nuevo hogar, todavía no sabía que a las pocas semanas tendría que permanecer encerrado en su cuarto a causa del positivo de uno de sus compañeros de piso. «Él, de repente, un día empezó a tener dolor de cabeza y se quedó con la mosca detrás de la oreja, porque una amiga suya había dado positivo algunos días antes», explica. Cuando el chico comunicó a los demás inquilinos que tenía el covid, no hubo ninguna organización. Igualmente, Miguel asegura que desde que entró en esta vivienda nunca han tomado ningún tipo de medida especial para evitar contagios, ya que consideran que «es algo que depende de la responsabilidad individual».

El positivo estaba normalmente en su habitación (con baño propio), pero salía varias veces al día a prepararse la comida. «Él decía que se lavaba las manos antes de salir y se ponía la mascarilla, pero tampoco sabíamos en qué momento del contagio estaba y si era más o menos contagioso. Tampoco le hicieron más pruebas, le dieron el alta sin más», comenta Miguel. El hecho de que saliera de su cuarto provocó algunos momentos de tensión con los demás compañeros, que preferían que permaneciera en su habitación y ellos prepararle la comida o lo que hiciese falta para que él no tuviera que salir. «Hubo dos o tres días que no salió a raíz de la presión, pero decía que se sentía mal por el hecho de que los demás tuvieran que estar encima de él, preparándole la comida, etc. Pero dadas las circunstancias, creo que era la mejor opción», opina. «Los conflictos surgieron en el momento en el que él no se quedaba en su cuarto. Algunos lo verbalizaron más, otros lo verbalizamos menos, pero ninguno estábamos cómodos con esa situación», asegura.

Durante esos días, se empezaron a obsesionar con limpiarlo todo con lejía, porque no sabían qué tocaba el chico cuando salía de su dormitorio. A esto se sumó otro problema. Cuando él comía, cogía los platos y los metía en su habitación, pero después no los sacaba y hubo un momento en el que los demás se quedaron sin platos. «Aquello fue una odisea. Yo en mi caso me compré un plato, un bol y una taza y así, tenía este tema controlado», dice Miguel, el cual continúa explicando: «Esos días fueron complicados porque se supone que cada uno tenía que estar en su cuarto. Entonces, si ya es difícil no poder salir a la calle y tener que estar en tu casa… Quedarte en tu cuarto, reducir tu espacio a tu habitación, que encima es pequeña, es desesperante. Así, 14 días y más siendo verano, con el calor y sin aire acondicionado, te quieres tirar de los pelos. Era una situación difícil y estresante». Para intentar hacer esta realidad más llevadera, él y Laurine, la compañera del cuarto de enfrente, se sentaban cada uno en su habitación y abrían la puerta para charlar en la distancia como dos vecinas de pueblo en una tarde de verano.

Miguel narra que después de esta situación, no tomaron más medidas. Cuando terminaron la cuarentena fue como «una especie de liberación». Él, personalmente, se dio cuenta de que era muy difícil que alguien no se volviera a contagiar en el piso: «De hecho, llegamos a la conclusión de que era mejor tosernos a la cara y pillarlo todos y, por lo menos, poder estar libremente por la casa y no metidos en una habitación». Y, además, añade: «Ya te digo que no tomamos medidas, al final es la responsabilidad de cada uno; a donde va y qué hace».

Historia de un positivo en Avenida de América

Adrián es farmacéutico y hace unos meses tuvo que cogerse la baja laboral por dar positivo en coronavirus. En ese momento, compartía piso con dos chicos más que tuvieron que hacer la cuarentena preventiva, aunque uno de ellos, no parecía cumplir con las directrices sanitarias. «Al principio, este chico no asumía o no aceptaba que tenía que realizar una cuarentena y salía a la calle. Pasaba del tema y no ayudaba en nada», manifiesta Adrián. El otro compañero, Javier, tuvo una actitud muy diferente, ya que sí se preocupó y colaboró para hacerle estas dos semanas más fáciles. «Cuando él hacía la comida, me hablaba por whatsapp y me preguntaba qué me apetecía comer. Entonces me preparaba la comida, me llamaba a la puerta y yo con la mascarilla puesta me daba en las manos con gel, recogía la bandeja, que me la daba él en la mano, y comía en mi escritorio. Después, me volvía a tocar a la puerta y me recogía la bandeja. Él era, además, el que se encarga de gestionar todo el tema de la limpieza en la cocina», explica Adrián, que además comenta cómo Javier también le ayudaba a poner la lavadora: «Yo le sacaba el cesto y él ponía la lavadora y la tendía». 

El protagonista de esta historia no salía de su dormitorio más que para ir al baño. Cuando llegaba ese momento, se ponía su mascarilla y se echaba gel hidroalcohólico en las manos, cogía sus toallas y su cepillo de dientes, que los tenía en su cuarto, y entonces iba a asearse. Una vez que había terminado, limpiaba el lavabo y rociaba la estancia con un spray de alcohol de 70º para desinfectar.

Al igual que Miguel, Adrián señala que antes de contagiarse no tenían ninguna medida especial para mantener alejado al coronavirus y que, una vez pasada la cuarentena, tampoco:  «Antes de yo dar positivo no teníamos ninguna medida más que las propias personales que tomábamos fuera de mascarilla y gel, pero en casa nada. Y ahora pues tampoco es que hagamos nada especial».

Estas son las historias de Miguel y Adrián, pero podrían ser también las de Alejandro, Esther o Raúl. Jóvenes que comparten piso y que en ningún momento han establecido medidas específicas en su casa para evitar el coronavirus. «Eso está en la responsabilidad de cada uno», comparten. El hecho de dejar los zapatos en la entrada, limpiar el baño después de usarlo, desinfectar la compra o llevar la mascarilla dentro de la vivienda, es algo que la mayoría no aplican. Al final, los jóvenes le tienen menos miedo al covid porque les afecta menos, pero si encima comparten piso y no corren el riesgo de contagiar a ningún ser querido, no se acuerdan de él a no ser que les llama a la puerta de casa.

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