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«¡De Madrid al cielo!»: Las fiestas para mayores no paran

Los ‘yayos’ también se van de marcha. Solo en el centro de la capital hay más de una decena de salas de baile donde acuden sin necesidad de compañía

Un viernes en la discoteca Stylo | María Camila Triana

Es viernes por la tarde en Madrid, pero da lo mismo que sea lunes, miércoles o domingo. Todos los días antes de las seis en el número 13 de la Calle Salud, en el centro de la ciudad, hay una fila inmensa de adultos mayores que se extiende a lo largo de la acera. La escena la explica una marquesina en la que arriba de las letras luminosas que forman la palabra Stylo se lee: «Sala de baile con orquesta».

Mientras las puertas abren, a las seis en punto, ocurren los encuentros de quienes han quedado para la marcha que durará cinco horas. Aunque una buena parte se ha visto más de una vez en ese mismo lugar, porque llevan muchos años como colegas de baile, y les da igual llegar sin compañía. También hay quienes van ahí con amigos de toda la vida, como Pilar y Julia que se conocen desde hace más de seis décadas, cuando dejaban a sus hijos en la guardería. Como cómplices de discoteca llevarán unos diez años, estima Julia, cuando ambas quedaron viudas. «Venimos para pasarla bien y disfrutar, lo merecemos», añade Pilar al soltar risas para evitar decir su edad.

Juani de 82 años es asidua al lugar desde los 49. Ya no baila sin parar las cinco horas que dura la fiesta, porque le aquejan algunos problemas de salud, ahora le gusta más escuchar música y ver el ambiente que transcurre entre música de DJ y la orquesta en vivo. El ritmo fue un placer que Juani descubrió cuando se divorció del padre de sus hijos y comenzó a juntarse con amigas para quedar en las salas de bailes. Explica que es «normal» que en las discotecas para mayores la mayoría sean mujeres. Casi todas viudas y jubiladas a las que les fascina irse de marcha. «Es que no estamos muertas», reclama una señora que lleva el cabello cano con matices color morado. «Siempre nos ha gustado el baile, estamos en la capital de España, cómo no vamos a disfrutar. ¡De Madrid al cielo!», añade eufórica.

Tampoco es que falten hombres. Pepe, por ejemplo, acude desde hace un año junto a su pareja, pero este viernes ha llegado solo. «Vengo a pasármelo bien, por no estar solo en casa. No busco más que eso, aunque para el que viene pensando en algo más también encuentra», comparte el hombre que se declara un empedernido de la bachata.

En el centro de Madrid hay al menos 16 espacios, entre clubs, teatros, discotecas y salones, que se promocionan como sitios de ocio para mayores de 50 años. Algunos no hacen excepciones según la edad. Sin embargo, los visitantes asiduos expresan que la presencia de jóvenes rompe el equilibrio. Eso explica que el Golden Gran Vía, Gayarre, Discoteca La Rosa y Sala Templo, donde solo admiten a jubilados, sean los que mencionan como preferidos.

Desde la administración de Stylo confirman que su público son los mayores de 60. Si bien la cola que se forma cada día para entrar el local da la impresión de ser algo atípico, explican que no es comparable con las que se hacían en los años anteriores a la pandemia de la covid-19, cuando «las cuatro salas que tenemos se llenaban a tope», refiere. Asimismo, comenta que los lunes son los mejores días, seguidos del fin de semana.

Ellos solo quieren bailar

Una rumba flamenca mueve hasta la pista a Nina, una zamorana que llegó con 19 años a Madrid, porque su familia quiso alejarla de un amor prohibido. Viste toda de negro, lleva los labios pintados en rojo y sus profundos ojos azules marcados con delineador. No necesita más maquillaje, afirma entre risas al revelar lo mucho que le fascina el brillo de su tez al natural a sus más de 70.

Bailar tiene efectos terapéuticos

Nina perdió a su marido un septiembre de hace diez años. «Lo quería mucho, era mi gran amor, no encuentro ningún hombre como él. No puedo, es más fuerte que yo», confía. Explica que por él guardó cuatro años de luto y fue hasta en el quinto que comenzó a salir. De los últimos seis, cuatro años los ha pasado bajo las luces neones de los sitios recreativos donde, generalmente baila suelta, pero «si alguien me saca a bailar yo acepto, pero me siento a las dos canciones, si tiene interés que me vuelva a sacar», es su regla.

Ya en confianza, Nina cuenta que su amor prohibido de juventud era un gitano, millonario y cantante «que siempre estuvo enamorado de mi y todas sus canciones me las dedicaba, no lo supe hasta que me mandó el libro (biográfico) con su último disco. Yo ya estaba viuda cuando lo volví a ver y creí que podía tener otra ilusión, pero no pudo ser, nunca nos dimos ni un beso. Murió en agosto antes de la pandemia», relata.

«No me cierro al amor. Dentro de lo malo soy feliz, porque soy feliz de cualquier forma, me levanto dando gracias a Dios de la vida que he tenido, de los dos hijos que tengo y mis cuatro nietas preciosas ¿qué más puedo pedir? ¡Bailar!», exclama.

La ciencia avala a Nina. Abundan estudios que concluyen que ‘mover el esqueleto’ tiene una función terapéutica, tanto a nivel físico como cognitivo, y que en el caso de los adultos mayores hace una gran diferencia en la calidad de vida. Investigadores de la Universidad de Illinois en Chicago concluyeron que el movimiento reduce el riesgo de accidentes cerebrovasculares, diabetes tipo 2 y complicaciones asociadas con el envejecimiento, además de mejorar el equilibrio, la movilidad y reducir el estrés.

A esa conclusión llegaron por medio de una intervención con 54 adultos mayores que llevaban una vida sedentaria, que durante 4 meses practicaron danza. Los resultados fueron contundentes en la mejoría del estado físico, mental y social de las personas, ha destacado la Asociación Estadounidense del Corazón.

Una investigación del Journal of the American Geriatrics Society también demuestra que bailar puede mejorar la cognición general, así como la flexibilidad cognitiva, fluidez del lenguaje, el aprendizaje y la memoria.

Para Paquita, madrileña de 78 años, el ritmo es vida. La música flamenca que toca la orquesta la lleva a la pista y da rienda suelta a sus caderas sin borrar por un segundo la sonrisa de su rostro. «Yo sé que me miran mucho, es que me muevo como las olas del mar», se jacta mientras recorre su espigada silueta que luce en un entallado vestido de color negro por debajo de la rodilla que ella misma ha confeccionado y que lleva con un cinturón delgado que marca su cintura, tacones y un blazer verde oliva.

«Nací en el baile, y bailaré toda la vida», dice Paquita bajo las luces neón que hacen resaltar el color rosa que lleva en los labios y la sombra azul que se colocó en sus pícaros ojos verdes. Paquita era oficial de sastra y hasta el día que se jubiló se dedicó a coser trajes para empresas y particulares. Ella también enviudó hace muchos años y ha encontrado en los salones de fiesta un sitio donde se siente libre y plena.

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