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Retahílas a ojos de Dios


Se halla de pie en la barra dando vueltas con una cucharilla al poleo menta que recién le ha preparado el camarero, un joven asiático con quien de vez en cuando intercambia frases a la vez que ojea el móvil de manera sosegada. Hacía cinco años de nuestra última conversación. Yo entonces acababa de entrar en la carrera de Periodismo y él padecía síndrome del corazón roto. Parecía que no había pasado el tiempo, salvo por el sol convaleciente de un otoño que perecía años atrás y la cálida luz primaveral que atavia ahora a Madrid, con un abril «cargado de sol y esencias» que se anticipa. Y porque la última vez fue lunes y hoy es miércoles. Lo observé a través del ventanal, que me dejaba entrever aquel austero establecimiento de Lavapiés. Entro decidida, mientras el olor a café recién hecho me embriaga. Nos abrazamos. «¿Un café?». «Ya he tomado», me disculpo. Numerosos destellos de luz zapatean en la mesa donde decidimos que debe nacer nuestra pequeña tertulia. Como si Dios, junto a su abrigo de niebla, quisiera formar parte de aquellas retahílas.

¿Cómo estás?

Con astenia primaveral. 

A Caballero, quien aterrizó en territorio sierraleonés en 1992 y que durante veinte años estuvo rociando la justicia que Dios le confió mediante programas de derechos humanos y rehabilitación y reinserción de menores soldados, además de testificar en La Haya en el juicio contra Charles Taylor, expresidente de Liberia acusado por cometer crímenes de guerra y lesa humanidad, le expulsaron de la vida religiosa. «¿Quién coño es Dios?», me arrojó años atrás. «Justifícate», le dije entonces. «Me decía ‘Dios es Padre, es bueno y ama a todo el  mundo’, y posteriormente veía cómo niños soldados asesinaban a personas inocentes. ‘¿Quién es Dios para permitir ese tipo de cosas?’». Lo primero que quiero preguntarle es, sin duda, por su relación con este. Pero decido cambiar el sujeto de la oración.

¿Cómo es actualmente su relación con África?

Acabo de llegar hace una semana de Benín y dentro de dos semanas me voy a Tanzania. Viajo constantemente por el continente. 

¿A qué se dedica ahora mismo?

Estoy muy involucrado en la sociedad civil africana. Después de estar durante años trabajando en conflictos he optado por trabajar en algo más tranquilo y reconfortante. Me encuentro con grupos civiles, que pueden ser desde un grupo de mujeres que se organizan para vender cebollas en el mercado hasta jóvenes y estudiantes. Personas que están interesadas en cambiar la situación de su propia ciudad. Pienso cómo pueden ir transitando hacia emprendimientos sociales que les permitan generar ingresos sin que tengan que depender del exterior, que es el problema principal de la sociedad civil en África: cuando quieren implementar proyectos siempre tienen que esperar que una ONG o un organismo internacional les proporcione dinero. 

Define África en una palabra.

Inabarcable. 

Quiero preguntarle por Sierra Leona.

Pregunta. 

¿En qué punto del duelo de su ruptura con el país se encuentra?

Sigo teniendo sentimientos encontrados. Fueron muchos años, mucho trabajo y muchas personas. Necesito distanciamiento emocional y físico, hacer otras cosas. Fueron veinte años seguidos de conflicto. Aunque sigo en contacto con mucha gente de allí, chavales con los que trabajé.

¿Cuánto cree que durará este distanciamiento emocional? Han pasado diez años.

No te puedo responder a eso. No lo sé. 

Si digo Sierra Leona, ¿cuál es la primera palabra que se le viene a la cabeza?

Intensidad. Han sido veinte años muy intensos de conflictos, en los que he dejado lo mejor de mi vida allí, y eso al final se paga. El alma, el corazón y el cuerpo se resienten de tanto esfuerzo, de tanto dolor.

¿Cuál es su mayor miedo?

Nunca me he planteado esto. Después de tantos conflictos y guerras no creo que sea algo físico. Sin duda no es la muerte. A la mentira, al engaño.  

Define el amor

La fuerza que nos mueve, en todos los sentidos. Sin amor no seríamos. Una puesta de sol en una playa de África occidental.

¿Estás enamorado?

Siempre me estoy enamorando: de personas, de ciudades y de momentos. 

Quiero preguntarle por Dios, pero de nuevo desvío la conversación. Desde arriba siento que me observan nerviosos. 

¿Hablamos del conflicto ruso-ucraniano?

Hablemos. 

¿Cómo está afectando la guerra en África?

En África existen actualmente 5 crisis, las denominadas ‘5C’: Covid-19, que es lo que ha hecho explotar todo. Algunas cosas que ya venían de lejos se han agrandado con el tiempo; el cambio climático, los conflictos, el encarecimiento de la cesta de la compra y la crisis de la deuda externa, países que están en bancarrota porque tienen deudas muy grandes. En África los productos básicos no están subvencionados, todo repercute en el ciudadano. Hay personas que están gastando el 50% de su salario en transporte para poder ir a trabajar. Después tienen que pagar comida, colegios y hospitales. En algunos países se están realizando grandes protestas por la carestía del coste de vida. Con el Covid-19 las exportaciones a Europa se han parado, al igual que la industria turística. Por primera vez en muchas décadas ha aumentado el número de pobres. Esto repercute en la educación: si no hay dinero para el colegio, no van los niños al colegio, y si tienes hijos, son los varones quienes acuden. Ha descendido el número de niñas escolarizadas y esto a la vez influye en el trabajo infantil, ya que si no hay colegio, no se trabaja y aumenta el número de matrimonios infantiles para poder mantener económicamente a los hijos. Se está generando una regresión en diversas situaciones con las que habíamos avanzado. 

¿Libro favorito?

Cien años de soledad.

¿Película favorita?

El festín de Babette. 

Te están llamando. 

Es Sahr. 

¿Quién es Sahr?

Un niño soldado que llegó al centro con doce años. Muy simpático, pero un cabrón. Era un tío que tuvo mucho poder en la guerrilla. Llevaba desde muy pequeño en el grupo armado. Ahora tiene 27. Se acaba de graduar en ADE y Economía. Estuvo trabajando en una constructora para pagarse los estudios. Ha luchado mucho por ser quien es ahora mismo. Está frustrado porque no encuentra trabajo. Se quiere venir a Madrid. Anoche me llamó para decirme que se había acostado sin cenar. «No tengo dinero para comprarme un plato de comida», me dijo.

¿Y su familia?

No encontró nunca a su familia. Siempre ha vivido con amigos o en pisos tutelados. Menos mal que tiene pagada una habitación hasta diciembre. No hay trabajo debido al aumento de los precios en los materiales, en este caso del cemento.

Me enseña las ocho fotografías que Sahr le envió en febrero por WhatsApp y me encuentro con un joven de sonrisa perenne muy elegante. Aprecio la orla naranja que cubre sus hombros. 

Hábleme de los niños soldados.

No está de moda hablar de ellos. Podemos hablar de los refugiados de Ucrania, si quieres. Nos estamos olvidando de otros tipos de exiliados o inmigrantes que llegan a nuestras costas. En los 90 se hablaba mucho de ellos. Había mucha inversión y nacieron los primeros programas en Sierra Leona, Liberia, norte de Uganda con Joseph Kony y en el este de la República del Congo. La CNN y la BBC se volcaron con diversos reportajes. En España Gervasio Sánchez y Ramón Lobo escribieron mucho sobre ellos. Estos programas tuvieron resultados positivos y ayudaron a muchos niños a reinsertarse en la sociedad. Pero ahora no está de moda.

¿De qué tipo de niños estamos hablando? 

Niños desde ocho hasta dieciséis años que con lo único que han jugado es con un arma. Y un niño con un arma tiene mucho poder. Alejar a estos de un grupo armado, que es lo único que conoce, y traerlo a nuestro mundo es muy difícil. Muchos son reacios a reinsertarse. Cada uno tiene su proceso dependiendo de los traumas que lleven consigo. 

¿Ciudad favorita?

Roma. 

¿Grupo de música favorito?

Un grupo de Sierra Leona que canta en ‘krio’. Me rompió muchos esquemas en el 92. 

«¿Cómo llevas la vida periodística?», me pregunta. «Con astenia primaveral», le respondo.

¿Cómo podemos los periodistas ayudar a África?

Es un momento complicado para el periodismo. Yo sigo todo lo que está pasando en África a través de redes sociales, sobre todo Twitter. Sigo a agencias de noticias africanas, periodistas africanos, gente sobre el terreno que te cuenta en cada momento lo que está sucediendo. Es difícil contar cosas cuando ya están contadas en redes sociales. El periódico escrito hoy día tiene que ser más de causas y reflexiones: por qué sucede lo que sucede,  qué implicaciones tiene, qué actores están detrás. Muchas veces hablan de conflictos sin explicar las causas, quiénes son las partes implicadas y las consecuencias de ese conflicto. 

Los periódicos no invierten. 

¿Cuántos corresponsales hay en África? La agencia EFE tiene a María Rodríguez en Dakar, a tres en Nairobi y a uno o dos en Sudáfrica. Eso para cubrir a un continente. ¿Cómo vas a contar un continente tan enorme si no tienes gente sobre el terreno? Al final lo que sucede es que tiene más relevancia y sale antes en la portada de un periodico español el atropello en Estados Unidos a un perro que problemas globales como estos. ¿Quién está contando cómo el conflicto ruso-ucraniano está afectando en África?. Nunca hay un análisis en profundidad. Hay que hacer un esfuerzo de ir a las causas, al contexto para contar las historias bien contadas.

¿Valores periodísticos principales?

Honestidad y capacidad de verificación

¿Cómo podemos ayudar los ciudadanos?

Informarnos de lo que está pasando y por qué están pasando las cosas. Hasta qué punto somos responsables de nuestras acciones, que tienen consecuencias en distintas partes del mundo. Los grupos armados controlan los minerales de sangre conseguidos por mano esclava de niños y jóvenes, y lo venden a un precio muy barato de lo que costaría si se hiciera de forma legal. Todo esto termina en nuestras manos. Nosotros como consumidores no somos conscientes de que al comprarnos un móvil estamos financiando a esos grupos armados. No somos conscientes porque no estamos informados. Mucho de  lo que está pasando en África es culpa nuestra.

¿Roma ciudad favorita?

Sí.

¿Comida favorita?

Torta de la Serena.

¿Y Dios?

Él ahí y yo aquí. Nos miramos de reojo. No tiene mucha presencia en mi vida. 

El runrún de la pequeña cuchara contra la taza de poleo deja de sonar. Los destellos de luz desaparecen.

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