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«Salí con una ‘sugar mommy’ y no me gustó la experiencia»

Pensó que cenar con una señora que le doblaba la edad era una forma fácil de hacer dinero, pero luego sintió vergüenza: «me estaba prostituyendo»

A. G. S.

 

Un hombre mayor y adinerado acompañado por una joven y atractiva mujer. Cada uno recibe del otro exactamente lo que quiere, lo acordado, y ofrece a cambio aquello que está dentro de sus posibilidades. Así funcionan estas uniones.

Y este tipo de amoríos —en los que no prima precisamente el afecto— ha existido desde tiempos en los que Adanes maduros y poderosos se encontraron con Evas mucho más frescas. Solo que ya no se denomina «relaciones interesadas» a estos convenios, sino que se utiliza un término más moderno, más chic y más dulce: ‘sugar dating’.

Dentro de ese universo amoroso existen configuraciones de todo tipo: caballeros con señoritas, señores con varones, o también, aunque de manera menos frecuente, damas con señoritos. Carlos (nombre ficticio para mantener su anonimato) ahora reside en Madrid, pero hace tres años vivía en La Coruña y se quedó sin trabajo cuando apareció la pandemia. Sus ahorros se consumían con rapidez y le sobraba el tiempo para pensar en nuevas formas de generar ingresos. Consideró abrirse una cuenta de OnlyFans, un portal en el que suscriptores pagan por acceso a material exclusivo —sobre todo sexual—, pero descartó la idea porque no quería exponerse, pues, para conseguir afiliaciones en esa plataforma, era necesario publicitar su perfil activa y constantemente. Quería algo más sencillo.

Había oído hablar de páginas web en las que uno podía alquilarse como compañía, así que se puso a investigar en internet. En YouTube encontró varios vídeos en los que diversas personas relataban sus experiencias como ‘sugar babies’. Y esos relatos lo animaron; había poco que perder y algo que ganar. Se registró en el primer sitio que encontró en Google al buscar «cómo ser gigoló». Lo hizo con datos falsos porque no quería revelar su identidad, aunque sí utilizó su imagen. En seguida recibió la propuesta de una mujer: 80€ por una cita. Luego, durante la vivencia, se arrepintió.

—¿Cuántos años tenías?

—25.

—¿Y ella?

—Le calculo 52.

Acordaron cenar en un restaurante elegante, que ella pagó.

—¿Por qué crees que quería estar con alguien a quien doblaba la edad?

—Por el colágeno, por el morbo de estar con alguien joven. Y a esos encuentros uno tiene que ir bien vestido, pero yo no tenía la ropa apropiada. Le tuve que pedir prestado a mi compañero de piso unos zapatos y un abrigo. Estaba nervioso. Me sudaban las manos. No sabía qué hacer. Debí hacer el esfuerzo por fingir interés para que la señora se sintiera a gusto. Pero me sentía asqueroso, sentía que estaba haciendo algo malo. Me daba mucha vergüenza.

—¿Te avergonzaba que alguien te viera?

—No, en esa ciudad no tenía conocidos, era poco probable que alguien me reconociera. E igual podría decir que estaba con un familiar, porque tampoco estábamos acariciándonos o haciendo algo parecido. Simplemente estábamos hablando. Pero no dejaba de preguntarme «¿qué hago aquí?, ¿es necesario venderme? Esta no es la vida que quiero. ¿Y si me dedico a esto, cuando deje de ser joven, qué pasará?». Era un dilema moral.

—¿Cómo terminó el encuentro? ¿Hubo incitación a algo más?

—No, en esos sitios la gente sabe muy bien lo que quiere y lo deja claro. Porque todo tiene su tarifa y los pagos se gestionan con anterioridad en la plataforma —comisión incluida—, de modo que, antes de la cita, la ‘sugar’ ya ha pagado por lo que quiere. Nuestro trato no incluía sexo.

Esa noche Carlos y su cita solo conversaron. Él tenía claro que ella sería la protagonista y debía escucharla, teniendo en mente que aquella primera reunión funcionaría como una entrevista de trabajo cualquiera. Si todo salía bien, ambas partes se pondrían de acuerdo en lo que espera cada uno del otro, negociarían horarios, responsabilidades, compromisos y sueldos.

—¿No crees que resultaba más fácil o barato que ella hablara con alguna amiga?

—Tal vez no tiene amistades o no quiere hablar con su grupo de temas por los que después pueda ser juzgada.

Después de la cena, Carlos subió al coche de la ‘sugar mommy y esta lo dejó cerca de su hogar. «Cerca porque no quería decirle dónde vivía».

—¿Volviste a saber de ella?

—No, cerré mi cuenta inmediatamente. No me gustó para nada la experiencia.

—Si la señora te hubiese parecido atractiva, ¿le hubieses dado una segunda oportunidad?

—No sé. Puede ser.

—En su mayoría, las ‘sugar babies’ consideran que esto no es una forma de prostitución.

—¿Y entonces qué es? Es exactamente lo mismo, pero en vez de estar en la calle, están en las redes sociales.

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