Retiro

Un viaje al pasado en tiovivo

Taquilla «Babi Pascual», en pleno barrio Retiro. Foto: E.B
Taquilla del «Babi Pascual», en pleno distrito Retiro.       Foto: E.B

Entre dos edificios grises de la Avenida del Mediterráneo existe un tiovivo que es la seña de identidad de un barrio que guarda su esencia en las cosas pequeñas. Este es uno de los cinco carruseles permanentes de la capital y su color rosa no pasa inadvertido cuando andas por la calle. Sus luces, al caer la noche, tampoco. No es fácil dejar de escuchar a niños decir a sus padres que quieren montar o, una vez ya sentados en la atracción, reírse. Javi lleva treinta y dos años al frente de este juego de luces y cochecitos; Amparo, su mujer, veintiocho. De lunes a domingo, a Amparo se la puede ver sonriente desde la taquilla por la que observa a niños y mayores. ¿Lo que más le llama la atención? «La felicidad en la cara de los más pequeños».

La rutina siempre es la misma: los críos eligen su cochecito, se montan, Amparo hace sonar el claxon y con el carrusel en marcha pasa a recoger las fichas moradas que, en ese momento, para los niños lo son todo. Apenas tres minutos para soñar en los que Amparo, con el paso de los años, se ha aprendido las caras de niños que hoy son adultos. Lo familiar también alcanza a su clientela y es que ahora muchos de los niños que se sientan en el Pato Donald o en el coche de época son hijos de vecinos que también se subieron en ellos durante su niñez. «Ahora vienen chicas con sus hijos y también vienen con sus padres… Muchos nos dicen “mira, te traía a mi hija y ahora te traigo a mi nieto”».

Rebeca es una de esas niñas que subía en el carrusel «desde los tres añitos». Ahora, treinta y dos años después, trae a su hija de casi tres años a montar. La pequeña también va con sus abuelos. «Soy del barrio de toda la vida. Yo vine a montarme, y ahora viene mi niña. Cuando me acerco con mi hija no tengo un recuerdo nítido o claro, pero sí es verdad que lo que me viene a la mente es la imagen de cuando yo era pequeña. Es como si de repente empezara a encoger y volviera al pasado. Pasar por aquí me causa una sensación de cariño muy bonita. Creo que es una marca de identidad del barrio».

«Si nos jubilamos aquí, somos afortunados»

Javi llegó a este pequeño terreno junto a su familia. Tras pedir los permisos necesarios, y que los vecinos no pusieran objeción, se instalaron en el mismo lugar en el que, todavía hoy, siguen. «Nos pasamos el año aquí. Antes cerrábamos todo el verano. Ahora solo en agosto pero no dejamos de trabajar en vacaciones. Quince días los usamos para arreglar el carrusel y otros quince los pasamos en la feria de Cuenca». Su pequeño tiovivo ha sobrevivido incluso a la última legislatura de José María Álvarez del Manzano al frente del Ayuntamiento de Madrid.

«Sería el año 2000, año arriba, año abajo. Un día el Ayuntamiento nos comunicó que querían retirar el carrusel para hacer una placita o un parque… Y el barrio entero se volcó con nosotros», cuenta Amparo. Un vecino –y amigo del matrimonio– le propuso a Javi comenzar una recogida de firmas y nada pudo pararlos. «Recogimos muchísimas firmas. Los vecinos y los porteros de las fincas se llevaban las hojas y eran más ingeniosos que nosotros. La Iglesia de Santa Catalina –una de las más conocidas del barrio– nos escribió una carta de apoyo; Javi habló con el concejal… Y aquí seguimos», dice Amparo desde la pequeña taquilla en la que pasa los días.

Carrusel «Babi Pascual». Autor: E.B
El carrusel «Babi Pascual» .    Foto: E.B

«Vamos haciendo todo poco a poco pero intentamos renovar y arreglar siempre lo que hace falta. También lo hacemos fijándonos en cómo cambian los niños, y con ellos los dibujos del tiovivo también cambian», cuenta Amparo. Hace años las caras del genio de Aladdín o Mogwli de El Libro de la Selva llenaban la estructura, ahora lo hacen los personajes de Buscando a Nemo o la moderna princesa de Frozen. La simpatía y el ambiente familiar son marca de este pequeño carrusel en el que nunca han tenido ningún problema, y como mucho «algún robo», «cabezas de algún caballito que han desaparecido» o «pintadas en las lonas del tiovivo». Como a todos, la crisis les ha afectado pero nunca se han planteado cerrar. «Hace quince años había más niños. También las familias gastaban más viajes. Ahora vienen una vez a la semana, pero vienen todas las semanas. Siempre hemos tenido los mismos clientes y si nos jubilamos aquí, somos afortunados».

No solo ellos son los afortunados. Parece que la sensación de retroceder en el tiempo es algo muy común, y no es raro ver a algún vecino parado ante la atracción o girando la cabeza para mirarla cuando pasan por delante. Para muchos significa volver a su infancia, volver a verse con su pequeño abrigo de tela marrón de la mano de sus padres o a las llantinas por no querer bajarse de su cochecito preferido. Al observar las caras de muchos de los viandantes se pueden ver sonrisas tímidas y ojos brillantes; casi como los de un niño.

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